ANÁLISIS

¿Quién quiere a Junqueras en la cárcel?

19 de enero de 2023 23:07 h

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La capacidad de movilización y la unidad política eran los dos elementos que impulsaron al independentismo, como reconocía esta misma semana el líder de Junts, Jordi Turull. Fue así durante más de una década y ambos elementos convirtieron al secesionismo en el movimiento que fue y que, debilitado y dividido, aún sobrevive. El independentismo existe porque los independentistas no han desaparecido. Ahora bien, no hay una estrategia común ni entre los partidos ni entre las entidades y los sectores radicalizados han ganado protagonismo. 

Además, está por ver qué resultado tendrá la reforma del Código Penal que ERC negoció con el propósito de evitar la entrada de “más gente en la cárcel”. La posición de la Fiscalía va en el sentido contrario y las decenas de cargos que aún están pendientes de juicio lo tienen igual o más complicado que antes de la modificación de los delitos de desórdenes públicos y malversación pactados con el PSOE. 

De ahí que las declaraciones del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, insistiendo hace unos días en que el procés es ya historia fueron interpretadas por el independentismo e incluso por sectores políticos alejados de este movimiento como una provocación. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, le replicó que una cosa es haber cambiado de “fase” y otra es dar a entender que es un tema resuelto. “Evidentemente todo el mundo sabe en Catalunya que esto no es así”, resumió Colau.

Que Barcelona acoja una cumbre hispano-francesa tiene todo el sentido del mundo, tanto desde el punto de vista geográfico como político. Presentarla como un sometimiento del independentismo era innecesario. Conciliar (para atraer a los votantes catalanes) y humillar (para calmar a una parte de los del resto del Estado) es un ejercicio de funambulismo complicado. Pero Pedro Sánchez está acostumbrado a caer de pie y este jueves lo ha conseguido de nuevo gracias a los sectores radicales que con sus insultos a Oriol Junqueras evidenciaron la división del independentismo. 

Era la fotografía que la mayoría de sus organizadores querían evitar. Incluso desde el Consell de la República de Carles Puigdemont se había dado la consigna de que la protesta debía dirigirse contra la cumbre y en ningún caso contra ERC. Se habían repartido silbatos para que hubiera pitos constantes desde el principio y con la idea de que no se destinasen a nadie en concreto. Pero, a su pesar, el abucheo a Junqueras es la imagen que queda de la protesta. 

Gritarle “Traidor, te queremos en prisión” a alguien que como el líder de ERC se pasó más de tres años en la cárcel por una causa a priori compartida es una muestra de la deriva trumpista de una parte del secesionismo. Son más afines a la ANC que a Òmnium y nunca niegan un aplauso a Laura Borràs. No es la primera vez que se insulta a dirigentes republicanos en concentraciones de este tipo. Son los mismos sectores que abroncaron también a la expresidenta del Parlament Carme Forcadell en la manifestación por el 1-O. 

ERC intenta quitar hierro a estos episodios, enmarcarlos en la libertad de expresión y considerarlos como “expresiones minoritarias” que no representan al conjunto del movimiento. Arguyen que en los sondeos siguen por delante de Junts mientras el partido de Puigdemont va perdiendo fuelle. Los republicanos, con solo 33 diputados en el Parlament, han acabado llamando a la puerta del PSC, esa que Junqueras excluía tajantemente antes de la reforma del Código Penal, para intentar aprobar los presupuestos de la Generalitat. Salvador Illa se lo está cobrando y después de semanas de negociaciones aún no les ha dado el sí. Es lo más cerca de construir puentes entre independentistas y no independentistas que se ha estado desde que empezó la deriva secesionista, aunque eso no presupone ninguna futura alianza entre las fuerzas de izquierdas.

La última encuesta del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS), adscrito a la UAB, situaba el apoyo al independentismo en un 39%, el porcentaje más bajo de la última década. En el 2017 prácticamente había un empate entre los partidarios y los contrarios. Se constata también que los votantes de Junts suspenden tanto a Aragonès como a Junqueras mientras que los de ERC hacen lo mismo con Puigdemont y en especial con Laura Borràs. 

Pese a que los partidos han fomentado esa división entre su electorado, pretendían aparcarla para exhibir unidad en el día en que Barcelona estaba en el foco de una parte importante de la prensa europea, algo que hacía mucho tiempo que no pasaba. No salió bien y la imagen que se trasladó es la de un presidente del Gobierno reforzado en Europa y a un independentismo fracturado. 

Sánchez, magnánimo en la victoria obtenida, agradeció la presencia de Aragonès en el saludo inicial aunque después el presidente de la Generalitat no se quedara a escuchar los himnos español y francés. En la breve conversación que ambos mantuvieron a primera hora, Aragonès le trasladó que el procés no se había acabado. De esta manera intentaba expresar el malestar por declaraciones como las del ministro Bolaños y atajar también las críticas recibidas por acudir a la bienvenida institucional mientras la cúpula de ERC se estaba manifestando en contra de la cumbre. 

A diferencia de las proclamas de la mayoría de sus dirigentes, en el sondeo del ICPS se apuntaba que cada vez más votantes independentistas dan por finiquitado el procés. Los que piensan así se han duplicado en un año y representan el 43%. Esa es la fase en la que está ahora Catalunya. Los jueces y el resultado de las próximas generales determinarán si inicia otra distinta.