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“Estamos centrados en superar la crisis y en estos momentos no nos planteamos unas elecciones inminentes”. Esta es la fórmula, repetida de carrerilla, con la que los miembros del Govern afines al president Quim Torra y los líderes de JxCat despejan la cuestión cada vez que se les pregunta por la cita electoral catalana. Pero, aunque de puertas para adentro se transmite tranquilidad e imagen de control de los tiempos, en el espacio político de JxCat se lucha una guerra interna entre sectores por las cuotas de poder en la próxima fórmula electoral. Una batalla que se ha avivado en las últimas semanas ante la inminencia de la probable inhabilitación de Torra en septiembre y, por tanto, de unas elecciones este otoño.
El president está jugando sus cartas judiciales para tratar de ganar tiempo, después de que el Tribunal Supremo marcara el 17 de septiembre como la fecha en la que revisarán la condena que le impuso el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. De confirmarse aquella inhabilitación, Torra quedaría automáticamente fuera de la presidencia. Pero la defensa del jefe del Govern ha contraatacado esta semana recusando a 10 de los 12 magistrados de la sala, de quienes consideran que tienen conflictos de intereses.
Esta petición tiene pocos visos de prosperar, pero contribuye a colocar legajos sobre la mesa del Supremo y podría acabar dilatando el proceso. Otra maniobra que se espera es que Torra pueda requerir una cuestión prejudicial con el mismo objetivo.
Mientras Torra y su equipo jurídico tratan de ganar tiempo para que el calendario político no dependa de la decisión judicial, los sectores de JxCat negocian con uñas y dientes en el marco de la enésima reorganización del espacio, que ha estado en evolución continua durante los últimos cinco años. Los dos grupos que polarizan ahora la batalla son el PDeCAT, formación liderada por David Bonvehí y heredera del ideario más próximo a Arturo Más y Convergència, y enfrentada a ellos la Crida per la Democràcia, formación liderada por Jordi Sànchez, preso en Lledoners, y que aglutina a los fieles de Carles Puigdemont.
Las diferencias entre estas dos formaciones, que han convivido bajo el techo común de Junts per Catalunya, son de calado desde hace meses. Las bajas en el PDeCAT han sido constantes e importantes, desde el exdiputado Carles Campuzano a la exsenadora Marta Pascal, pero el riesgo de escisión del partido al completo nunca se había percibido tan real como ahora, cuando una corriente cercana a la antigua Convergència ha fundado el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC). Un espacio que tiene el apoyo de Pascal y que aspira a convertirse en la pista de aterrizaje del PDeCAT si la negociación con la Crida acaba sin acuerdo.
Las diferencias, según explican fuentes conocedoras de las negociaciones, tienen que ver sobre todo con las cuestiones organizativas y de reparto de poder. Las bases del PDeCAT autorizaron a la dirección del espacio para “integrarse” en una JxCat dirigida por Puigdemont, pero mientras que para los de Bonvehí la fórmula idónea es una coalición en la que haya un reparto previo de cargos y financiación, la Crida rechaza esta opción y considera que debe formarse un nuevo partido, al que la militancia del PDeCAT debería pasar de forma individual.
“Proponen una disolución o nada y esto no lo hemos aceptado en otras negociaciones ni lo podemos aceptar ahora. Queremos llegar a un acuerdo”, aseguraban este martes fuentes del PDeCAT, que preferían guardar silencio sobre cuál sería, a su parecer, el reparto idóneo entre su formación y la Crida en una eventual nueva coalición.
Pero este acuerdo parece lejos, después de que el este lunes ambas corrientes volvieran a chocar. La supuesta “inflexibilidad” de los partidarios de Puigdemont a la hora de negociar ha tensionado a buena parte de la cúpula del PDeCAT, que este martes por la tarde han acabado forzando una reunión extraordinaria de la Ejecutiva para este viernes. En el partido prefieren no avanzar acontecimientos, pero reconocen que la negociación debe haber quedado encarrilada antes del Consell Nacional que el PDeCAT debe celebrar en julio.
Los afines a Carles Puigdemont, por su parte, juegan con ventaja al considerar que el expresident es el principal activo electoral del espacio. Las cábalas de este sector se preguntas si el PDeCAT en solitario, o incluso presentándose unido a toda la constelación de siglas que han ido saliendo de la órbita exconvergente, podrían obtener representación en unas elecciones y, aún más, si podría ser un voto que les perjudicase a ellos. La opinión mayoritaria entre los círculos del independentismo unilateralista es que, a nivel electoral, el PDeCAT representa poco peligro, y recuerdan que Unió ya intentó en dos ocasiones obtener representación en solitario, sin éxito.
Sin embargo, también los sectores más afines a Puigdemont reconocen la necesidad de llegar a las elecciones con el escenario clarificado y una opción electoral que sea comprensible y atractiva para el conjunto del independentismo, algo que a su parecer pasa por ser “transversal” ideológicamente. Un proyecto que necesita de muchas caras independientes o desvinculadas de lo que en su momento fue Convergència, pero que también necesita no perder a aquel voto tradicional.
Mientras los sectores de JxCat mantienen las espadas en alto, Torra y su círculo más fiel mantiene su rechazo a convocar elecciones con el argumento de la pandemia. Sin embargo, el calendario sanitario podría dar una oportunidad única para acudir a las urnas entre septiembre y octubre que viene, antes del posible gran rebrote que pronostican los expertos en salud pública. A esta idea se agarran tanto sus socios de ERC como, ahora también, algunos miembros del PDeCAT.
Este fin de semana fue el propio vicepresident Aragonès quien consideró que la fecha electoral debía pactarse entre los socios del Govern, y llegó a asegurar que había hablado con Torra de este asunto. Este martes, sin embargo, la consellera portavoz del Govern, Meritxell Budó, ha descartado taxativamente esta opción.
Pocos días antes había sido Ferran Bel, diputado de JxCat en el Congreso y secretario de organización del PDeCAT, quien había considerado que las elecciones debían convocarse “cuanto antes mejor” debido a que el Govern “ha tocado fondo”. Era la primera vez que un miembro del partido de Torra se sumaba a la presión por las elecciones que, hasta el momento, habían ejercido partidos como ERC, el PSC o los 'comuns'.
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