Más allá del obligado optimismo del que todos los partidos hacen gala durante la campaña, ninguna formación se atreve a hacer pronósticos rotundos sobre lo que pasará el domingo en las elecciones catalanas. PSC, ERC y Junts llegan al momento decisivo en un triple empate que no se ha resuelto en ningún momento durante las últimas semanas pero, además, los bloques independentista y no independentista llegan tan igualados que la investidura y el Govern podrían decidirse por un solo escaño y por un puñado de votos.
El factor que introduce tanta incertidumbre y que hace que la mayoría de encuestas sean poco más que orientativas es la abstención. Todos los pronósticos prevén que la participación pueda sufrir este domingo una caída histórica, motivada tanto por el desencanto con el procés, que llevó el voto a máximos históricos, como por la incidencia de la pandemia. La situación sanitaria ha comportado que se hayan disparado el número de miembros de las mesas que han pedido excusarse ante las juntas electorales, lo que ha provocado que muchos ayuntamientos hayan necesitado buscar sustitutos. Las autoridades electorales y la Generalitat consideran poco probable que se produzcan problemas logísticos el domingo, pero sí pronostican que pueda haber un número considerable de votantes que decidan quedarse en casa.
No todas las encuestas publicadas han lanzado pronósticos de participación, que es una de las variables más complicadas de calcular. Sin embargo, todas las que lo han hecho la sitúan en una horquilla de entre el 54 y el 62%, lo que hace que la media ponderada de los sondeos quede en una participación del 57,5%. Esto supondría una bajada de 20 puntos respecto a 2017, y dejaría el porcentaje de votantes de este 14F como el tercero más bajo de los doce procesos electorales autonómicos celebrados en Catalunya desde la recuperación de la Generalitat.
La dificultad para prever con exactitud cómo de pronunciada será la caída de la participación, junto con la falta de antecedentes recientes de una abstención similar, abre un escenario de incertidumbre inédito en la última década en Catalunya. Desde el año 2012, cuando Artur Mas activó el adelanto electoral con el que comenzó el procés, las formaciones independentistas siempre han obtenido más de 68 escaños, que marcan la mayoría absoluta en el Parlament, pero la suma del voto del nacionalismo catalán ha caído mientras crecía el de las opciones opuestas a la independencia, como Ciudadanos, que en 2017 consiguió ser el primer partido en votos y escaños. Esta dinámica se produjo en paralelo a un 'boom' en la participación, que en la última década ha marcado tres récords consecutivos, tocando techo precisamente en las últimas elecciones, con el 79,1% de electores acudiendo a las urnas.
La participación, repartida pero menos independentista
La alta movilización, por tanto, se ha repartido entre independentistas y no independentistas, pero ha beneficiado más a formaciones que se oponían a la secesión, que han pasado de los 59 escaños de 2010 a los 65 en la última legislatura. Esto no significa, sin embargo, que una baja participación vaya a beneficiar necesariamente a los independentistas. El PSC considera que el exministro Salvador Illa está siendo un importante revulsivo en la campaña y espera que permita mantener la movilización tanto de sus fieles como de los que votaron a Ciudadanos en las últimas dos elecciones. También el desembarco de Vox podría favorecer que ningún voto contra la secesión se quede en casa.
Entre los partidos independentistas, en cambio, comienzan a albergar más esperanzas en la victoria que las que pronosticaban en los primeros sondeos, cuando algunas encuestas proyectaban a Illa muy por delante de sus rivales directos, Pere Aragonès y Laura Borràs. Estos partidos, y muy especialmente Junts, cuentan con que los vaivenes en la participación suelen darse siempre en electorados y zonas geográficas que son menos proclives, por lo que creen que pueden contar con un voto muy fiel, principalmente en la Catalunya interior y localizado en las circunscripciones donde más barato sale el escaño. Por esta razón, un aumento de la abstención podría ser muy beneficioso para la candidatura de Borràs, para quien el promedio de encuestas ha detectado cierto impulso en los últimos días.
Otra de las consecuencias generales de la baja participación es que la barrera electoral, del 3% en cada circunscripción en el caso catalán, se puede superar con menos votos. Esto ayuda a entrar en el Parlament a las formaciones más modestas, como el PDeCAT, un partido al que las encuestas sitúan algo por encima del 2,5% de los votos pero que en un escenario de baja movilización podría obtener representantes. Los de Àngels Chacón aspiran a obtener tres diputados, los mínimos, por Barcelona, e incluso obtener algunos más de otras zonas, como pueden ser Lleida o Tarragona, lo cual en su mejor escenario les permitiría tener la llave del Govern. La candidata anunció en el debate electoral que no investiría a Illa, pero también dejó claro que negociaría caros sus votos para cualquier otro presidenciable independentista.
Caída histórica tras los récords del procés
La participación que pronostican las encuestas significaría una caída histórica, en parte debido a que los tres últimos comicios autonómicos, coincidiendo con la eclosión del procés, registraron récords sucesivos de votantes. En pleno clímax tras el 1-O, en diciembre del 2017, casi 4,4 millones de catalanes, el 79,09%, acudieron al colegio electoral. Hasta entonces el desafío soberanista no había hecho más que alentar la participación. En 2012, año en que Artur Mas anticipó los comicios para buscar una mayoría absoluta que nunca logró, el porcentaje de asistencia a las urnas ya escaló hasta el 67,76%, una cifra nunca vista en unas autonómicas, en las que con suerte se superaba el 60%.
Tres años más tarde, en 2015, las elecciones vendidas por Mas como un plebiscito sobre la independencia lograron una participación del 77%. Unos elevados porcentajes que superaban incluso los de algunas elecciones generales, que tradicionalmente son las que despiertan un mayor interés por las urnas, y que desde 2004, el año del atentado del 11-M –que disparó la movilización–, no superan el 75%.
El boom electoral muy asociado al procés se verá pinchado con toda probabilidad este domingo en Catalunya. Entre los factores que pueden intervenir en la caída, que podría ser de más de 20 puntos, está el desencanto con la política catalana o, cuando menos, la percepción de que estos comicios no son tan determinantes. Pero sin duda, el otro gran factor es la pandemia, que ha provocado que en todas las elecciones celebradas en el último año haya caído la asistencia a las urnas.
En las elecciones de Euskadi y Galicia de julio, se notó una significativa caída de la participación, de 7,2 y 4,7 puntos porcentuales, respectivamente. Esto pese a que se celebraron en un contexto de contagios mínimos. En el caso más reciente y cercano, el de las presidenciales en Portugal, la bajada fue de 9 puntos. El escenario portugués era el de una situación epidemiológica muy grave. En el caso catalán, la tercera ola está remitiendo, pero los indicadores elevados siguen preocupando a la Generalitat, que ya ha visto como más de 20.000 personas convocadas para formar mesas electorales trataban de evitarlo.