Tropecientos pegamentos. Siliconas. Pinturas. Ni un centímetro vacío en la pared de esta ferretería de barrio que expone destornilladores, alicates y tornillos. Utensilios varios de cocina y baño. Una muestra de escaleras plegables. Y, junto a ellas, una taquilla (locker) de Amazon. “Normalmente, cuando es un día tranquilo para mí, también lo es para ellos”, cuenta Sean Cook, tras el mostrador del comercio. Con “ellos” se refiere a los repartidores de Amazon que entran y salen de su tienda para dejarle compras online y que los compradores recogerán en la tienda de Cook. A pesar de que no se los hayan comprado a él.
Hace tres años que este establecimiento es uno de los puntos de recogida que la gran plataforma de comercio electrónico tiene esparcidos por los municipios del Estado para que los clientes que no vayan a estar en su casa en el momento de la entrega los puedan ir a buscar. “Me da rabia cuando alguien viene a recoger un taladro. ¡Yo también tengo taladros! Pero ser punto de recogida es una forma de tener más gente en el establecimiento y, quizás, eso se convierte en alguna compra”, reconoce el comerciante, que asegura que luchar contra el gigante tecnológico es “imposible”.
Es fácil encontrar un parking, una gasolinera, un gimnasio o una tienda donde recoger aquello que se ha comprado a través de Amazon y pasarlo a buscar a la hora que más convenga, a pocas calles de casa, del trabajo o del colegio de los hijos. Estos puntos de recogida se están convirtiendo en una opción para resolver de forma más eficiente el reparto de última milla, “el tramo más difícil” de la logística, según destaca el profesor de economía de la Universidad Autónoma de Barcelona Gabriel Izard, experto en distribución comercial.
Son muchos los comercios que se prestan a ceder parte de su espacio para solucionar este problema a Amazon, a pesar de que la plataforma sea una amenaza directa. Uno de ellos es la papelería Pepa Paper, que hace unos años que se convirtió en punto de recogida, una opción que tiempo atrás no hubieran asumido, afirma Lucas López-Balcells, uno de los responsables de este negocio familiar.
“Da rabia, pero hoy en día, si trae gente a la tienda, bienvenido sea”, sentencia. “Cada vez nos cuesta más cuadrar números y Amazon nos lo dificulta, pero cuando no es una cosa es otra, y al final lo que tienes que hacer es reinventarte y buscar alternativas”, plantea.
Amazon ingresa a los establecimientos en los que instala sus taquillas unos veinte euros mensuales, para el gasto de la luz de la máquina, y unos 10 céntimos por paquete acogido. “Lo que se ahorran haciendo las entregas en un único punto en lugar de casa por casa es una barbaridad, mientras que a nosotros nos remuneran simbólicamente”, observa López-Balcells, que se lamenta de que Amazon incorpore al pago “la visibilidad” que obtienen cuando una persona va a su tienda a recoger un paquete.
“Todo lo que sea hacer entrar dinero en una situación en la que los consumidores no van a comprar a estas tiendas es bueno si queremos que estén abiertas”, plantea Lluís Frago, profesor de geografía urbana en la Universidad de Barcelona e investigador sobre la interacción entre comercio y ciudad. Identifica que aquello que hace fuerte a Amazon es la comodidad que supone y advierte que es importante asumir que los hábitos de consumo han cambiado, “nos guste o no”.
¿Colaboración entre David y Goliat?
Sara Moreno tomó el relevo de un herbolario del Eixample de Barcelona hace dos años. Buscaba fórmulas para que la tienda ganara visibilidad y se incorporó como punto de recogida de Amazon poco antes de Navidad. Asegura que en este tiempo ha percibido “un poco de incremento” en el número de clientes: “Hay personas que nos han conocido al venir a buscar un paquete y luego han vuelto, quizás un 10% de ellas, o algo menos”, estima la propietaria de Eco Espai Natural. Moreno tiene claro que su punto fuerte es el asesoramiento, cosa que refuerza el valor de comprar presencialmente, a pesar de que pueda ser más caro e incómodo que hacerlo online.
Para Ana Isabel Jiménez Zarco, profesora de los estudios de economía y empresa de la Universitat Oberta de Catalunya, la tendencia a reforzar la distribución en puntos de recogida previsiblemente irá imponiéndose con el tiempo. “El repartidor puede llevar 20 paquetes a un mismo sitio en lugar de a 20 distintos”, concreta. Con esto, añade que los puntos de recogida pueden incluso ser favorables para la vida en las ciudades, al traducirse en menos circulación de vehículos y contaminación.
Desde PIMEComerç (ámbito de comercio de la patronal de pequeñas y medianas empresas de Catalunya) observan que incorporar en tiendas este servicio no está siendo contraproducente para los comercios. Ahora bien, aseguran que el beneficio que les comporta en ventas es escaso. “Indirectamente trabajan para Amazon y la gente que entra a la tienda solo quiere recoger su paquete y difícilmente se enganchará con otra cosa de la tienda”, afirma Álex Goñi, presidente de PIMEComerç.
Algunas medidas que están tomando ayuntamientos como el de Barcelona, que ya ha aprobado la llamada tasa Amazon –para gravar el uso del espacio público que hacen los vehículos de reparto aparcados–, pueden hacer que esta forma de reparto se imponga frente al reparto a domicilio. Y podría suponer un cambio significativo: “Tener que ir a buscar la compra online en lugar de tenerla en 24 horas en la puerta de casa cambia la imagen de Amazon y la convierte en una venta no tan agresiva”, detecta.
Pero lo que la forma de distribución en la ‘última milla’ no altera son los precios más bajos que la plataforma fuerza. Y el peso que el ahorro tiene en la decisión de las personas. “La pérdida de poder adquisitivo de las familias afecta mucho al comercio”, destaca Frago, a la vez que sitúa Amazon como un elemento que “desertiza la calle”, mientras que el pequeño comercio “genera vida urbana”.
Para el investigador, es importante no perder de vista que, para abordar la crisis del comercio de proximidad, la atención tiene que ponerse no solo en regular plataformas como Amazon, sino en controlar el alquiler. “Los propietarios piden precios que es impensable que los pequeños negocios puedan asumir”, lamenta Frago, cuyas investigaciones le han llevado a prever que, sin medidas para redireccionar la tendencia, en una década 3 de cada 10 comercios habrán cerrado.