Comercios tradicionales, de duelo por la especulación: “Se está perdiendo patrimonio cultural”

Meritxell Rigol

20 de julio de 2022 22:36 h

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Litros de Priorat, Gandesa y Vilabella coronan las cuatro mesas de la Montferry, una bodega D.O Sants con más de medio siglo de vida en el barrio. El turismo ha ido creciendo en la zona, pero la parroquia del local mantiene el KM 0. Marc Miñarro y Raquel Bernús fueron el relevo generacional de la Montferry hace casi una década. Y son, también, quienes este mes bajarán la persiana sin que mañana vaya a ser otro día en la bodega. 

Este bajo, sumado al local de al lado, dará para un par de pisos. Dos de los seis que prevé construir en la finca su propietario. “¿Por la friolera de 400.000 euros? Menos no van a costar”, augura, con fundamento, Miñarro. Por ahí andan los pisos de obra nueva en el barrio de Sants, parte de uno de los distritos que aparece en los peldaños inferiores de renta per cápita de Barcelona.

“Construir vivienda donde hay comercio no tiene porque ser gentrificador, pero hay que mirar de qué tipo de vivienda estamos hablando”, plantea el sociólogo Carlos Delclós, investigador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Según el sociólogo, hablamos de gentrificación “si se está sustituyendo a quienes viven en el barrio por población más bienestante, mientras que esta gente tiene que desplazarse a vivir a zonas más asequibles, más a la periferia”. Delclòs remarca que, en cualquier caso, ante las desigualdades en la ciudad y la emergencia habitacional, la vivienda que se requiere no son más pisos a precio de mercado, sino alquiler social y alquiler privado “con control del precio”.

Miñarro y Bernús, los propietarios de la bodega Montferry, veían pocos números de irse con las botas a otra parte. El precio de los alquileres -de los locales, en este caso- no les permitía ser muy optimistas, pero una pareja de restauradores del barrio, los propietarios del bar La Montañesa, se jubilan y les han apañado el precio para que puedan reabrir la bodega allí. A finales de agosto, prevén. Miñarro lo cataloga de golpe de suerte en medio de la ruleta inmobiliaria. “Nosotros cogemos otro local, pero el barrio pierde este espacio. Lo vivimos como un duelo”, mantiene.

Lo que les queda de los últimos 9 años es la experiencia y la clientela. “Muchas personas nos han animado, nos han dicho que nos ayudarán. Por eso nos atrevemos. ¡Incluso la gente mayor nos ha dicho que, si tiene que andar un poco más, también vendrán!”, cuenta el propietario. Van a intentar trasladar el espíritu de la Montferry, dice. Pero lamenta que no hay vuelta de hoja, que la histórica, la bautizada el 65 y activa como bodega desde los años 30, quedará enterrada. “El problema de locales con historia, como el nuestro, es que están en edificios antiguos que son los más vulnerables a la especulación, y aunque dé rabia, el propietario no incumple nada”, remarca Miñarro. “No tenemos protección. Lo mismo que hace aquí lo hace en otros sitios. Vive de esto”, añade.

Un 70% de los establecimientos comerciales de la ciudad están en locales alquilados, según cifra el último informe de comercio del Ayuntamiento de Barcelona. En el caso de la restauración, un 85%. El documento también apunta que la subida del precio de los alquileres es una tendencia que se observa año tras año. Ciutat Vella es el distrito donde cada metro cuadrado cuesta más. Y donde más comercios han dejado de formar parte de las calles donde han estado durante décadas. En algunos casos, se han reubicado. En otros, no.

Rentas que entierran tiendas

Hace año y medio que Mari Carmen Miró bajó por última vez la persiana de la Olla Framir, en el Raval, acompañada de cariñosos y tristes aplausos de su clientela. “Un duelo”, dice sobre el tiempo posterior. Trabajó allí desde niña, cuando sus padres migraron de un pueblo del norte de Catalunya hasta la capital e iniciaron este pequeño negocio de venta de legumbres cocidas. 50 años estuvo Mari Carmen al pie de la olla. Hasta que la propiedad la echó para construir pisos. Por ahora, la persiana sigue igual que la dejó. 

Detrás de esta operación inmobiliaria está el fondo buitre Vauras Investments, propietario, entre muchos otros, del Bloc Llavors, ocupado en 2017 por familias vulnerables y convertido en un símbolo de la defensa del derecho a la vivienda. “Muchas otras tiendas de por aquí han cerrado porque los alquileres de los locales se han puesto por las nubes y muchos comercios del barrio no dan para tanto”, dice Miró sobre lo que iba pasando desde antes de que ella tuviera que dejar su tienda. “Nos pilló la Ley Boyer y, después de la prórroga que nos dieron, ya podían pedir lo que les diera la gana”, sitúa como punto de no retorno. Se refiere a la ley impulsada por el ministro socialista Miguel Boyer, en 1985, que acabaría con los contratos de alquiler indefinidos a la práctica para viviendas y comercios, eliminaría la herencia de este derecho y reventaría los límites de subida del precio. 

Al llegar 2015, se acabaron las prórrogas para los comerciantes con renta antigua. Los alquileres de menos de mil euros han caído desde entonces a casi la mitad: de suponer un 38,6% a un 20,6 en 2021, según los datos de la encuesta del sector comercial y la restauración del Ayuntamiento de Barcelona. 

Junto a las grandes superficies y los cambios en los hábitos de consumo, la presión inmobiliaria es el tercer vértice del triángulo que golpea el comercio de proximidad. Pega especialmente duro en las zonas atractivas para el mercado residencial de corto plazo, el turístico, según apunta el geógrafo y economista Oriol Estela, coordinador del Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona (PEMB). Si bien en los municipios de nuestro entorno las políticas locales impulsaron el retorno del comercio al centro de las ciudades, Estela remarca que quienes se han apoderado de ello son las “grandes cadenas”, en detrimento del “comercio de toda la vida”. 

Desarraigo comercial creciente

Pronto hará un año del cierre de la Herboristeria del Rei, con los saberes de la maestra herbolaria Trinitat Sabatés a la cabeza. Este comercio empezó a recetar fórmulas naturales en el siglo XIX y lo dejó de hacer en el XXI, al no poder asumir el alquiler de la tienda. Tras ocho meses sin ingresos -primero por el cierre durante el Estado de alarma, después, por obras que el propietario hizo en la finca-, Trinitat estableció un pacto verbal con él para pagar la mitad del alquiler. “Pero parece que después se olvidó del acuerdo”, cuenta una persona próxima a Trinitat que pide no ser identificada en este reportaje. 

El propietario quería cobrarlo todo. La llevó a juicio y tuvo que pagarle lo que habían quedado que le perdonaba dadas las dificultades de los últimos meses. “El precio del alquiler, teniendo en cuenta la zona en la que está, sería razonable si fuera un restaurante lo que hay allí, pero vendiendo tomillo, no pudieron aguantar”, añade esa fuente conocedora del caso, que reivindica la desprotección del pequeño comercio y de los oficios tradicionales. “Se trata de patrimonio cultural que se está perdiendo”, defiende.

La Herboristeria del Rei, uno de los comercios más antiguos que tenía Barcelona y reconocido oficialmente como emblemático, sigue cerrado. Y cerrado ha quedado hace poco más de un mes, también, otro herbolario que resistía en Ciutat Vella. No con siglos a las espaldas, en este caso, pero sí con décadas de vida en la ciudad y clientela que echa en falta la tienda. Agricòlia es una de las últimas tiendas de esta calle del centro que ha sido engullida por otro tipo de comercio, orientado al turismo.

“El mío era prácticamente el último de los comercios antiguos, era un punto de encuentro para gente mayor y para el barrio ha sido un poco dramática la pérdida, pero después de la pandemia me bajaron las ventas y, con el tipo de producto que tengo, los alquileres de aquí son inasumibles”, cuenta Jesús Garcia, que tiene otra tienda en Santa Coloma de Gramenet y que había regentado los últimos tres años este establecimiento de la calle Comtal, desde que el anterior herbolario, al timón desde los años setenta, se jubiló. 

Además del impacto en la calidad de vida de las vecinas y vecinos que supone que las tiendas con servicios orientados al uso vecinal sean sustituidas por comercios que no responden a sus necesidades, Delclós añade que la la pérdida de estos establecimientos “hace que las personas se sientan alejadas de su propio barrio, que puede ser una fuente fuerte de identidad”. Los comercios son, de hecho, los que dan las primeras señales de alarma de un proceso de gentrificación, remarca Estela. “Cuando empieza a cambiar la composición comercial de un barrio, la gentrificación residencial irá normalmente de la mano”, advierte.

Desprotección de mercado 

Joan Carles Iglesias tenía 3.000 pares de zapatillas por trasladar. “Piensa que, de cada modelo, necesitas por lo menos un par de cada número y de cada color. Multiplica”, instruye, desde la que será su nueva tienda. Califica de pura carambola volver a levantar una persiana en el mismo barrio Gòtic. “Más de 3.000 o 4.000 euros están pidiendo en esta zona. ¡Tendría que haber una cola constante en la tienda para poder asumir ese alquiler!”, dice. Cuando ya tenía asumido que no podría reabrir, encontró una propietaria de un local en la calle Freneria que se lo deja a un precio razonable. “Ella no quería otra tienda de souvenirs en estas calles y hemos llegado a un acuerdo”, cuenta. “De haber tenido que empezar en otro sitio, lo hubiera dejado”, apunta.

Nos encontramos con Iglesias el día antes de salir por última vez de La Casa de les Sabatilles (La Casa de las Zapatillas), activa desde los años cincuenta. La sociedad que compró la finca en la que se ubica esta tienda pasó a exigirle de poco más de 1.000 euros mensuales a 4.500.

Su padre empezó a regentar la tienda en los 80 y Joan Carles la deja ahora con una orden de desahucio. “Hemos luchado todo lo que hemos podido”, expresa, sobre los años de embarque familiar en procesos judiciales para no perder este establecimiento emblemático. Un reconocimiento oficial que ampara el continente del comercio, pero que en nada protege su actividad, denuncia Iglesias. “Yo ahora sufro el duelo de perder la tienda y se me pasará, pero la ciudad habrá perdido un comercio más de su patrimonio”, apunta. “Yo abro otra tienda y, si funciona, me apañaré mi sustento económico, pero Barcelona se está quedando sin comercios históricos”, relata.

La antigüedad media de los establecimientos comerciales en la ciudad no llega a los 19 años. Un 19% abrieron durante el último cuarto de siglo XX. Una década antes, estos suponían casi el doble (un 36,8%). Los de más antigüedad también han caído: en 2011, los abiertos antes de 1975 superaban el 13% y ahora no llegan al 9%. Más de un tercio tienen como mucho cinco años (34,6%). 

Para Delclós, la subida de los alquileres en el caso de la vivienda y en el caso de los locales comerciales son problemáticas que no pueden meterse en el mismo saco. “Ser un pequeño empresario no es un derecho, el acceso a la vivienda, sí”, remarca el sociólogo. Ahora bien, problematiza que la relación de alquiler sea precaria en cualquier caso, e identifica la necesidad de garantizar un control del precio, también para los establecimientos comerciales.

De La Casa de les Sabatilles, Joan Carles se lleva por lo menos su icónico letrero. Dice que ya tiene demasiado visto lo que pasa con otras históricas que han ido cayendo. “Ni el cartel les queda intacto”, lamenta. Denuncia que la normativa de protección de estos comercios reconocidos como emblemáticos no se hace cumplir. “Si los propietarios supieran que si nos echan igualmente no les van a permitir tocar ni un tornillo de la tienda, preferirían que nos quedemos los que ya estamos allí”, plantea para frenar la presión que reciben para sacar el máximo de cada metro cuadrado. Sin historia que valga.