Entre retrocesos y resistencias, el feminismo sigue latiendo

Nunca me ha resultado fácil hacer balance de los años. El tiempo es mucho más complejo y coincido con la cultura maya en pensar que no es lineal. Los procesos llevan mucho tiempo, la vida se nos escapa en un abrir y cerrar de ojos o se hace eterna, dependiendo del contexto. Aun así, quiero detenerme un momento a reflexionar sobre este tiempo que es nuestro.
2024 fue el año en que conocimos la entereza y fuerza de Gisèle Pellicot, quien logró que la vergüenza cambiara de bando. Su denuncia contra la violencia sexual y el abuso de poder resonó en millones de activistas desde todos los rincones del mundo, demostrando que la sororidad no conoce fronteras.
En España, el consentimiento volvió a ser tema de debate. La denuncia contra un alto cargo político por violencia sexual sacudió la opinión pública, transformando lo que podría haber sido un intento de silencio en un grito colectivo. Aunque la rabia y la indignación nos recuerdan cuánto queda por hacer, estos hechos son también prueba de la fuerza del movimiento feminista y de su capacidad para exigir justicia.
En Centroamérica, las frágiles democracias se han deteriorado aún más. La persecución contra organizaciones y activistas feministas, indígenas y defensoras del territorio se intensificó. Bukele ha iniciado un retroceso alarmante, eliminando conquistas como la ley contra la minería metálica y perpetuando un estado de excepción que atropella los derechos humanos.
Ortega, por su parte, ha desmantelado el tejido social, consolidando su dinastía en Nicaragua. En medio de esta represión, vimos un rayo de esperanza con la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al Estado salvadoreño por violar los derechos de Beatriz, una joven cuyo embarazo inviable puso en grave riesgo su vida. La sentencia establece un precedente histórico, obligando a los Estados que penalizan el aborto a rendir cuentas.
Pero no todo ha sido lucha desde el sur. La victoria de Donald Trump en Estados Unidos encendió las alarmas globales. El retorno del discurso ultraderechista, con frases deshumanizantes como “Your body, my choice” es un ataque directo a los derechos de las mujeres y comunidades LGTBIQ+. Es un recordatorio de que ningún derecho está garantizado, y el régimen de género que intenta imponer la ultraderecha busca controlar nuestras vidas y cuerpos.
A pesar de ello, seguimos avanzando. Las organizaciones feministas, desde Centroamérica hasta España, se resisten a retroceder. Hace pocos días, el Comité de Derechos Humanos de la ONU condenó a Ecuador y Nicaragua por la violación de los derechos de tres niñas sobrevivientes de violencia sexual, a quienes se les negó el acceso al aborto. Esta sentencia no solo reconoce el daño a las víctimas, sino que obliga a los Estados a tomar medidas de reparación y no repetición, destacando el impacto devastador de la impunidad en la vida de las mujeres.
No vivimos un buen momento para los movimientos sociales, pero estos nunca han sido más necesarios. Urge fortalecer un feminismo antirracista, anticapitalista, fuerte y diverso, que expanda los límites de lo posible y se atreva a inventar nuevas formas de hacer y estar en el mundo.
Podemos hacer mucho para sostener este tejido de personas que resisten, cuidan y arropan. Desde participar en espacios autogestionados, informarnos, acompañar a colectivos, usar nuestros privilegios para amplificar demandas o donar dinero a las organizaciones feministas.
La financiación flexible es vital para que las activistas puedan descansar, pensar, crear y, sobre todo, seguir juntas. Se acabó 2024, pero la lucha no para. Porque la vida no se detiene y el movimiento es la vida misma.
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