De los siete millones de rosas que se van a vender por Sant Jordi en Catalunya, solo 40.000, el 0,5%, han sido sembradas, cultivadas y recogidas en los invernaderos de una finca catalana. Son las de Flors Pons, en la localidad barcelonesa de Santa Susanna. Pero les quedan dos o tres años como mucho. “Cuando se mueran estos rosales ya no sembraremos más, no sale a cuenta”, sentencia Joaquim Pons, al frente del negocio.
Flors Pons son los últimos testigos de una época, no muy lejana, en la que la comarca del Maresme producía varios millones de rosas al año. Hoy, sin embargo, la realidad es otra. El 80% de las flores que se venden por Sant Jordi proceden de Ecuador y sobre todo de Colombia, auténticas potencias mundiales en floricultura junto con Holanda. Prensadas y almacenadas en cajas, las flores llegan en avión al Aeropuerto de Barajas y de allí a Barcelona para que los floristas las pongan a la venta.
Mientras pasea entre hileras de rosas de todos los colores (las tiene rojas, por supuesto, pero también rosas, naranjas, blancas, amarillas o incluso verdes), este floricultor de 62 años expone los motivos por los que sus colegas han ido dando la espalda a la rosa antes que él. Entre ellos destaca la prohibición en Europa de algunos insecticidas que sí se permiten en otros países. Pero también hay razones estéticas. Cultivada a 3.000 metros de altura, la rosa colombiana es de una exuberancia difícil de conseguir en el Mediterráneo.
“El cliente se ha acostumbrado a rosas más grandes y a tenerlas además todo el año y con un precio estable”, relata Pons. En Catalunya, por contra, la producción está marcada por la estacionalidad. De la primavera al otoño, el ciclo de un rosal permite tres campañas de recogida de rosas. A diferencia de la de abril, en verano y en octubre la flor suele ser más pequeña. Y solo faltaba la sequía, que hace que el tallo sea más corto porque florece antes.
Joan Guillén, presidente del Gremio de Floristas de Catalunya, reconoce que la globalización supuso un antes y un después para la producción local. “Seamos claros: el florista quiere la rosa de mejor calidad y para conseguirlo se mueve por el mercado que sea necesario”, constata. Y añade que, a día de hoy, un mayorista puede comprar directamente por internet a las fincas productoras de Latinoamérica.
De las cuatro hectáreas de cultivo de flor de la familia Pons, solo 4.000 metros cuadrados están hoy destinados a la rosa. Hace 20 años eran la mitad del negocio. Su espacio lo ocupan en la actualidad otras flores como la paniculata, el lirio, la strelitzia, las hortensias o el eucalipto. Un cambio en la producción por el que ya optaron antes en la docena de empresas de floricultura que hay en el Maresme, como Roses Floriach, de Vilassar de Mar, que vendía medio millón de rosas solo por la Diada de Sant Jordi.
Sin solución para las plagas
Si la competencia internacional ya era complicada, Pons explica que la gota que colmó el vaso fue la prohibición en la Unión Europea de varios productos fitosanitarios, entre ellos algunos insecticidas que les permitían combatir las plagas de arañas y sobre todo de los trips. Este último, un pequeño insecto de apenas 2,5 milímetros, es la principal pesadilla de los floricultores, puesto que daña los pétalos.
“A veces tenemos que tirar hileras enteras de rosas”, se lamenta Pons. Las demás se pueden salvar, pero les obliga a retirar los pétalos exteriores, los más afectados por el insecto, y la rosa pierde cuerpo.
Delicada y muy perecedera, la rosa ya era tradicionalmente una de las flores que requería mayor cuidado en el cultivo. Pero ahora todavía más, resalta Pons, porque se ven obligados a probar distintos productos y a usarlos más a menudo porque no son tan efectivos como los prohibidos. “Lo que no se entiende es que aquí nos impidan usar fitosanitarios que luego sí se emplean en otros países a los que compramos las flores. ¿Es que allí no son contaminantes?”, cuestiona este empresario.
Sin las rosas, en Flors Pons ahorrarán en gastos de insecticidas y también en “quebraderos de cabeza”. “La strelitzia, si no la vendes hoy, la puedes vender mañana y no se pasa, el eucalipto puedes cortarlo cuando te lo piden…”, describe este productor.
Lo que sí tiene difícil solución, añade, es que en Catalunya, y en el resto de España siempre ha habido poca “cultura de la flor”. Más allá de Sant Jordi, los clientes habituales de Flors Pons son hoteles, restaurantes y organizadores de eventos. En el caso de las rosas, se le añaden los que quieren directamente pétalos para decoración e incluso los vendedores ambulantes, la mayoría paquistaníes, que las ofrecen a los turistas en las localidades costeras.
Pero el comprador particular no abunda. “El cliente ruso viene y te compra dos o tres paquetes de rosas a menudo. El de aquí, en cambio, te pregunta a cuánto va el paquete y, si el de tulipanes es a mitad de precio, se lleva ese”, sonríe Pons.