El modelo productivo capitalista de hoy está muy unido al modelo de consumo y fuerza a todos los agentes productivos a inventar nuevos productos y crear nuevas demandas de forma más rápida que los competidores. Gigantes como General Motors o Nokia han caído de sus pedestales imperiales, víctimas de una continua destrucción creadora ya advertida por Karl Marx o por Schumpeter. La innovación es la clave de la competitividad en un mundo global de contextos volátiles llenos de incertidumbre donde reina el corto plazo y el impacto emotivo y audiovisual. Así es la economía global del conocimiento donde viven el 90% de los científicos que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad y que hacen duplicar el stock de conocimientos cada diez años en una espiral de innovación intensiva.
Contra el tiempo acelerado del mundo exterior, que funciona en base a la innovación y la creatividad continuadas, sólo hay dos grandes instituciones que se mantienen firmes en conservar los valores y referentes de la eternidad: las iglesias (en el terreno de la eternidad sagrada) y las escuelas (en el terreno de la eternidad burocrática). Nos interesa aquí cuestionar la rigidez conservadora del formato que conocemos como escuela y que sobrevive indemne a los cambios externos que han hecho cambiar todo el modelo de sociedad y de cultura en las últimas décadas.
Si uno Erasmo o Ramon Llull resucitaran no entenderían el mundo de hoy pero encontrarían un cálido refugio en cualquier aula universitaria o de la secundaria, que continúan funcionando bajo los mismos principios magistrales que en su época. ¿Por qué el formato escuela continúa bajo un modelo de fábrica monástica con currículos imposibles de cumplir, profesorado agotado y alumnado desmotivado? Paradójicamente, esto sucede en plena sociedad del conocimiento que nos ha multiplicado las opciones para cambiar el formato escuela. Gran interrogante que se debe poner sobre la mesa.
La LOMCE como éxtasis de salvación de la escuela conservadora
Desde 2000, España tuvo una década para plantearse grandes objetivos de país en materia educativa para cumplir los objetivos de Lisboa 2010, però renunció a ello. Entre 2000 y 2009 optó por un modelo de crecimiento basado en la construcción, la especulación, el clientelismo político y el abandono escolar sin retorno. Ya antes de la actual crisis perdimos una década. Si España no ha tenido una política educativa global como política de Estado es porque ni es ni aspiró a ser una economía basada en el conocimiento. Mientras tanto, y como ejemplo contrastador, la ciudad-Estado de Singapur reconstruía sus escuelas, derribando las paredes de las aulas para hacer espacios y talleres-estudio pensados para el trabajo en equipo, el aprendizaje cooperativo y la creatividad. Dos ejemplos antagónicos: España apostó por el caciquismo extractivo del siglo XIX y Singapur por la creatividad disruptiva del siglo XXI. ¿Quién ganará el futuro?
Aquí y ahora, con el objetivo de austeridad del actual gobierno central y los recortes de 7.200 millones en educación, acabaremos por perder otra década. Un doble retroceso de 20 años perdidos que pretende ser sublimado con la LOMCE como nueva narrativa de salvación de todos los presuntos males y mediocridades acumulados. De la LOMCE se ha escrito mucho y se ha dicho o hemos dicho que es una ley innecesaria y, a la vez, ideológica, centralista, neoliberal, segregadora y tecnocrática. Nacida de un diagnóstico erróneo, populista y no compartido con la comunidad educativa, pretende aumentar la productividad académica en base a reválidas, itinerarios, currículos centralizados y presión por los resultados y rankings. La LOMCE descansa sobre el paradigma del teach to the test del peor academicismo rígido que reduce la complejidad educativa en el tecno-formalismo instruccional.
Hace un año, Andreas Schleicher (director de PISA) compartía mesa de debate con el ministro Wert y hizo un duro diagnóstico de los males del sistema español. Los resultados se estancan porque predomina la didáctica tradicional basada en la memorización, que penaliza los errores y no personaliza el aprendizaje en un contexto donde ni profesorado ni centros tienen libertad creativa para innovar. De los 60 países analizados en PISA en los últimos años, 40 han mejorado resultados, pero no España. A pesar de contar con menor ratios en el aula que Singapur o Finlandia, mejores salarios iniciales de los maestros o acoger menor tasa de alumnos “problemáticos” que estos dos países. No hay mejora.
En la apoteosis del cinismo, el ministro Wert responsabilizó al profesorado de todos los males por no impulsar “los cambios necesarios en la didáctica de los temarios”. Todo lo reduce a la didáctica taylorista de unos temarios incuestionables y reforzados con una LOMCE tecnocrática que desconfía del profesorado anulando su autonomía pedagógica y intelectual. No nos engañemos, la LOMCE es la apoteosis o el éxtasis del modelo de “gran escuela nacional-conservadora” impuesto como modelo oficial como respuesta defensiva y reactiva ante una sociedad y una economía del conocimiento que van en la dirección contraria. El mayor éxito de la LOMCE es neutralizar otros modelos pensables de escuela, de currículum y de evaluación imponiendo una hegemonía única que, ciertamente, ha desertizado el debate sobre qué alternativa disruptiva requiere el sistema. Esta es su principal virtud: hacer de disolvente de alternativas reflexivas.
La introducción de la jornada compactada en los institutos no ha hecho sino agravar el problema. Horarios comprimidos para currículos excesivos en un horario funcionarial sin proyecto de escuela para vivir. Opción perfecta que acaba por reproducir un modelo único, conservador y taylorista de escuela petrificada en la tradición. Todos los agentes mantienen su zona de confort, indignados y desmotivados, pero sin sentirse empoderados para construir una alternativa. Gran triunfo de la LOMCE y de la escuela conservadora pública.
Horizonte 2020: la innovación radical de los jesuitas
Las redes colaborativas, los códigos abiertos y la importancia del aprendizaje informal son tres tendencias nutrientes de la sociedad del conocimiento y de las ciudades creativas. Como afirman Sennet o Rifkin, la ciudad futura se basa en el procomún colaborativo y participando de unos ciudadanos mejor formados y con más iniciativa. Por el contrario, podemos decir que la escuela es el procomún tradicional (por muchas TIC que incorpore), enclaustrada y aislada como una fábrica monástica y selectiva que derrocha talentos y capacidades.
No sólo derrocha talentos de las clases obreras y populares, también lo hace entre los hijos de las capas de alto capital cultural. A modo de ejemplo, las puntuaciones en lectura de PISA a los 15 años de los hijos de padres con estudios universitarios en España está muy por debajo de sus iguales de Alemania por no decir de Finlandia. Tomando este criterio, los hijos alemanes de padres universitarios superan en casi un curso a sus iguales españoles. La mediocridad del sistema español tiene más que ver con el infrarendimiento de los hijos de universitarios que de los resultados de los hijos de padres con estudios básicos que están sobre la media europea de sus iguales. Un sistema con alto fracaso escolar y que no potencia la excelencia ni entre quienes parten con más ventaja es un sistema fallido. Lo peor es que está en manos de políticos narcisistas y arrogantes que niegan toda evidencia empírica y científica.
Como respuesta a todo este escenario, nos llega la noticia del proyecto Horizonte 2020 con este contundente titular: "Los jesuitas eliminan las asignaturas, exámenes y horarios de sus colegios". No sólo eso, sino que han creado una nueva etapa intermedia que engloba a quinto de primaria hasta segundo de ESO. Una buena opción preventiva que desborda las restricciones de la LOMCE. Han derribado las aulas (como hicieron en Singapur) y han construido nuevas salas diáfanas y amplias que recuerdan más a los talleres-estudio de los artistas que las aulas monacales de toda la vida. Pasan a intervenir sobre grupos de 60 alumnos pero con tres profesores y pasan a trabajar para proyectos codecididos con los alumnos donde también intervienen los padres. No hay asignaturas ni horarios, pueden salir al patio cuando quieran y dedican veinte minutos iniciales a plantear la jornada y veinte minutos finales a evaluarla entre todos. Se rompe el formato del tiempo y el espacio de la escuela-fábrica-monástica, tal y como hicieron las escuelas democráticas públicas promovidas por Michael Apple a finales de los años 90 o como lo ha hecho la escuela libre Vittra de Suecia (en la foto).
El proyecto Horizonte 2020 de los jesuitas arrancó el curso 2012-13 activando un proceso participativo que ha generado 56.000 ideas de alumnos, padres y madres, profesores y asesores. Todo un cambio disruptivo en la pedagogía jesuítica que tanta influencia histórica ha tenido en configurar el actual formato escuela, fijada desde la RatioStudiorum en 1599. Tal y como señala Mariano Fernández-Enguita, hay que llamar la atención sobre la trascendencia histórica de este cambio radical. Dejando aparte el carácter religioso en su identidad, lo más trascendente es la audacia de romper el tiempo y el espacio abandonando las pedagogías visibles, jerárquicas y magistrales que tanto analizó Basil Bernstein. El recambio son las pedagogías invisibles, sin una clasificación fuerte del currículum, sin parcelación del conocimiento en asignaturas y sin un encuadre rígido de las relaciones de poder en el aula. Según nos dicen, el tránsito hacia un modelo de pedagogías invisibles ha hecho bajar las sanciones disciplinarias y ha elevado la motivación y la implicación de unos alumnos que (añadimos) ya no se sienten alienados.
La apuesta por las pedagogías invisibles de los jesuitas catalanes ha convencido a los padres de sus 13.000 alumnos que son altos profesionales y nuevas clases medias con fuerte capital cultural y simbólico. Este es un hecho igual de trascendental desde el punto de vista sociológico. En lugar de refugiarse en el formato tradicional de escuela, su clientela confía en el cambio disruptivo y apuesta por un modelo radicalmente nuevo de escuela.
¿Para cuándo la innovación radical de la escuela pública?
Ciertas escuelas e institutos públicos llevan adelante proyectos innovadores casi de forma clandestina, tanto por ser poco conocidos como para tener que esquivar el control restrictivo de los Departamentos de Educación. La Inspección actúa, muchas veces, como un control formalista y purista que persigue las desviaciones para estar fuera de la normativa, al igual que la Inquisición perseguía brujas y herejes.
No podemos aceptar una política educativa tan errática, burocrática y asocial. Asocial por menospreciar la realidad de las desigualdades sociales y los estragos de la crisis en las escuelas e institutos públicos. Errática por ponerse de espaldas a la historia y no impulsar una nueva secundaria 3.0, activa y laica que desborde una LOMCE en punto muerto después de las próximas elecciones generales. Burocrática por ser administradora del sistema a pesar de estar agotado en lugar de reconvertirse en una política de servicio promotora de innovaciones auténticas.
Tras el ciclo de protestas (mareas verdes y movilizaciones contra los recortes) empieza a emerger un proceso de respuesta. La declaración del Foro de Sevilla Foro de Sevilla reúne a partidos y organizaciones progresistas y debiera ser el germen de un nuevo discurso disruptivo sobre la educación moderna. No sólo se trata de suprimir la LOMCE, también se trata de superar el formato escuela como fàbrica-monástica por ser inadaptado e injusto en plena sociedad del conocimiento.
La educación española está herida y maltrecha por dos siglos de conflicto que no son sino el combate de dos fuerzas antagónicas sin que ninguna sea capaz de vencer y asentarse. Sólo en el período democrático reciente hemos tenido 7 reformas del sistema y 16 ministros del ramo que han gobernado una media de 2 años. Es hora de que las nuevas generaciones lideren la superación definitiva de ese conflicto antagonista. El modelo educativo que los jesuítas, por ejemplo, van a consolidar no es de derechas ni de izquierdas. Es el modelo disruptivo de una escuela democrática y creativa adaptada a los requisitos de la sociedad intercultural y compleja del siglo XXI.
¿En las próximas elecciones veremos cantidatos y opciones políticas que apuesten, además de suprimir la LOMCE, por un cambio radical y disruptivo del modelo tradicional de secundaria? Lo dudo. Los políticos, nuevos o viejos, son demasiado dependientes de la prudencia del sentido popular ante los temas educativos. Hacer cambios disruptivos en educación asusta a los políticos y no “vende” bien entre su electorado. No arriesgan ni quieren hacerlo, más allá de las retóricas habituales y declarativas. Sus asesores suelen ser profesores abducidos por el mismo sistema que están deseando dejar de serlo y no tienen la audacia de plantear grandes cambios disruptivos. Pero la indecisión e inacción de políticos y candidatos es la hipoteca que todos pagamos por no tomar la iniciativa. No podemos resignarnos a retroceder 20 años la red pública mientras la fracción más innovadora de red privada ha apostado por asaltar los cielos y ganar el futuro.
Uno de los primeros institutos que experimentó un modelo muy similar al que ahora apuestan los jesuitas fue el IES Can Puig en Sant Pere de Ribes (Catalunya), liderado por su director, el pedagogo Ferran Miquel. La aventura duró de 1986 a 1992, cuando fue liquidada por el Departamento de Enseñanza. En aquel tiempo desbordaba la LOGSE y anticipaba lo que ahora es un nuevo modelo y formato de escuela para el siglo XXI. Tuvimos innovadores y tenemos innovadores en la red pública pero no líderes políticos con visión de futuro que confíen en la creatividad disruptiva que siempre nace desde abajo. ¿A qué esperamos? El horizonte está delante de nosotros y nosotras...