“Bienvenido a un mundo diferente”. El letrero es lo primero que leen los pacientes de Covid-19 cuando llegan al hotel Ilunion de Barcelona, convertido desde hace una semana en un hospital para atender casos leves de coronavirus. El mensaje se colocó en la recepción hace años para reivindicar que el recinto está plenamente adaptado para minusválidos, pero en medio de una pandemia mundial adquiere un sentido premonitorio.
Este hotel de cuatro estrellas situado en el 22@ -el llamado “distrito tecnológico” de la ciudad- es uno de los seis hospedajes que se han transformado en hospitales durante las últimas semanas. El pasado miércoles, 44 pacientes se encontraban repartidos por sus modernas habitaciones con cama doble y bañera.
Casi todos vienen de llevar días en el hospital y están en la última fase de recuperación, pero por distintas circunstancias no pueden aislarse en su domicilio: algunos porque comparten pisos pequeños o incluso habitaciones, otros porque conviven con personas de riesgo o están en situaciones de exclusión social.
“Los cuidados que necesitan están ya más en el campo de la atención primaria”, explica detrás de una pantalla protectora la doctora Victoria Martorell, coordinadora del espacio y subdirectora del área de desarrollo de servicios del hospital de Sant Pau. “Pero también hemos tenido pacientes que han evolucionado mal y los hemos tenido que devolver al hospital”.
En la recepción prácticamente todo está cubierto con sábanas. Los sofás del hall, las mesas y sillas donde normalmente desayunan los huéspedes, la zona del bar... La imagen recuerda a aquellos hoteles de la costa que cierran durante el invierno, cuando el tiempo parece quedar suspendido hasta la siguiente temporada. Huele a gel desinfectante, omnipresente en todas las mesitas, taburetes y mostradores. Dos sanitarios con sendos walkie talkies ejercen de recepcionistas.
Las circunstancias personales de cada paciente son muy distintas, pero casi todos comparten el hastío de llevar 20 días en el hospital y tener que aislarse 14 más en una habitación de hotel. “Hace muchos días que no tienen ningún contacto humano y algunos están muy cansados”, prosigue Martorell. “Muchos son pacientes con duelos propios, familiares afectados que han evolucionado mal y circunstancias sociales complicadas”.
La distinta tipología de los pacientes ha requerido un equipo multidisciplinar. Hay médicas, enfermeras, trabajadoras sociales e incluso psicólogas en el equipo. Excepto la directora, todas muy jóvenes: o están en el último año de residencia o son médicas licenciadas que todavía no han hecho la especialidad. En total, trabajan unas 20 personas entre personal sanitario, de limpieza e intendencia en este hospital improvisado montado en apenas 5 días: les cedieron el espacio un domingo y el viernes siguiente entraban ya los primeros 20 pacientes
En la primera planta está el despacho de los sanitarios, con mesas separadas por varios metros. Hay carteles en los que se especifica la duración de cada mascarilla. También un calendario en el que se recuerda el inicio del ramadán, el día de Sant Jordi o incluso el cumpleaños de Angélica, la paciente que está en la habitación 204.
A pocos metros de ahí, en la 118, está aislado Josep Maria Turull, sacerdote de profesión y rector de la Sagrada Familia. Estuvo 10 días en casa con fiebre, después dos semanas más en el hospital de Sant Pau y el viernes pasado llegó al hotel con los primeros pacientes dispuesto a pasar 14 días más. El piso que comparte con otro cura es demasiado pequeño y le trasladaron aquí para evitar un nuevo contagio. “Estoy mucho mejor que en el hospital”, relata por teléfono este párroco de 54 años. “La cama es grande, la habitación ancha y puedo caminar y tener intimidad”.
El contacto con los pacientes se intenta evitar al máximo y la comida se les deja en una bandeja en la puerta. Al acabar, los enfermos tiran todo el contenido de esa bandeja en una bolsa amarilla que vuelven a dejar en su puerta y es recogida por el personal.
Dentro del cansancio que arrastra, al rector de la Sagrada Familia le han pasado rápido los primeros días aislado en el hotel: han coincidido con la semana santa y ha podido ver todas las celebraciones litúrgicas por televisión. “¡Qué más puedo pedir!”, exclama al otro lado de la línea. “La misa del Papa, la de Montserrat… no me he perdido nada”.
La llegada de los pacientes
Sobre las 11:30 h de la mañana una ambulancia trae cuatro nuevos pacientes al hotel. Lo primero que hacen al llegar es sentarse en una mesa en la que hay un gel desinfectante y una caja de termómetros, uno para cada nuevo enfermo.
Les atienden un equipo de trabajadores sociales, psicólogos y médicos que les toman la temperatura y les hacen una pequeña entrevista: les preguntan si tienen alguna necesidad alimenticia particular y si pueden asistirles en algún aspecto de su vida doméstica: hijos pequeños o parientes vulnerables, otra gente a su cargo, dificultades económicas… También les cuentan las normas del recinto: no se puede fumar, no se puede salir de la habitación ni recibir visitas. Los familiares solo pueden traerles algunos objetos personales a la recepción pero sin verles.
Según cuenta la responsable de este espacio, las actitudes al llegar van desde el que asiente a todo con resignación hasta el que está indignado con la situación, cansado y enfadado por tener que aislarse tras semanas en el hospital. “A estos los seguimos más de cerca”, precisa la doctora Martorell.
Una mujer de avanzada edad está nerviosa a su llegada. Le tiemblan las manos. Le explica a la psicóloga que ya ha sufrido un ataque de ansiedad en el hospital y tiene miedo de que se repita estando sola en la habitación. Otro paciente, mucho más joven, se muestra indignado por tener que aislarse al salir del hospital y le parece fatal que ni siquiera haya una sala para que pueda salir de la habitación a airearse. Otro se limita a pedir la clave del wifi mientras que el cuarto ni siquiera hace preguntas y todo le parece bien.
“La mayoría de casos que atendemos son cuadros de ansiedad propios del confinamiento”, explica Sara González, psicóloga clínica que atiende a los recién llegados. “Lo más importante es intentar bajar la tensión emocional y hacer un trabajo de contención para prevenir patologías más graves”.
Más de 1.000 personas durmiendo en hoteles
En Barcelona hay 12 hoteles donde duermen pacientes o trabajadores sanitarios. Seis de ellos son como el Ilunion, pensados para enfermos leves, mientras que el Catalonia Plaza sí que tiene habitaciones con tomas de oxígeno y pacientes intubados. Después hay cinco hospedajes más donde duermen trabajadores sanitarios que no pueden regresar a sus hogares por riesgo de infectar a sus familiares. Según datos del pasado martes, duermen en hoteles de la ciudad 768 pacientes y 288 profesionales.
La mayoría de los espacios que se han convertido en hospitales son hoteles de cuatro y cinco estrellas porque permitían una mejor adaptación. “Necesitábamos espacios donde no hubiera moqueta, los pasillos fueran anchos y se pudiera montar un circuito para los contagiados y otro para los trabajadores”, explica Conchita Peña, directora de atención ciudadana del Consorcio Sanitario de Barcelona y responsable de este proyecto, llamado Hotel Salud.
La mayoría de los hoteles perciben una compensación económica, que Peña no concreta pero asegura que es mucho más baja que el precio regular de una habitación en estos espacios. “Algunos lo han cedido gratuitamente, pero otros perciben una compensación económica para cubrir mínimos”, precisa.
La iniciativa surgió cuando desde la atención primaria y los hospitales detectaron que había una parte importante de la población que evolucionaba positivamente pero no podía aislarse en condiciones. “Todo el proyecto pivota sobre el trabajo social sanitario”, añade Peña. “Hay un enfoque médico pero también intentamos atender las necesidades sociales de todos estos pacientes”.