La suerte de Miguel Marchena podría cambiar este mismo sábado. Tras pasar toda la pandemia sin empleo, este vecino del barrio del Besòs, en Barcelona, tiene por fin una entrevista de trabajo. “Me da miedo que me pidan el certificado del Covid y he venido a que me lo impriman”, explicaba este viernes a la salida del ambulatorio.
Como Marchena, un reguero de personas salía desde primera hora de esta mañana del Centro de Atención Primaria (CAP) del Besòs con el certificado Covid impreso en la mano: la mayoría de ellos no tenía ninguna otra manera de conseguirlo que acercándose a su centro de referencia. Algunos vecinos de este barrio, con una de las tasas de pobreza más altas de la ciudad, son mayores y no saben cómo conseguirlo. Otros, como Marchena, no tienen Internet ni en casa ni en el móvil.
“Solo tengo un teléfono de prepago”, explicaba este vecino de 56 años. “He venido varios días esta semana a ver si me lo imprimían y no había manera, estaba colapsado”. Según explica, muchos vecinos del barrio han corrido a última hora a vacunarse desde que se anunció la obligación de mostrar este certificado para entrar a bares, restaurantes y gimnasios. Esta mañana a las 9 Marchena ya estaba en el ambulatorio para conseguirlo. Le acompañaba su hermana Paqui, que ha aprovechado la visita con su médico de cabecera para que le impriman su pasaporte de vacunación.
La Generalitat de Catalunya decretó la obligatoriedad de mostrar este certificado el pasado viernes, pero el sistema para lograrlo colapsó hasta el punto que se vieron obligados a suspender la medida durante una semana. Desde este viernes vuelve a ser obligatorio aunque todavía se podían encontrar muchos locales de restauración que no lo estaban pidiendo.
Según datos del Departament de Salut, solo entre el 22 de noviembre y el 1 de diciembre se descargaron más de 2,7 millones de certificados en Catalunya. El jueves, a pocas horas de que entrara en vigor de nuevo la medida, hubo más de 267.000 descargas, muchas de ellas desde una web que abrió el Govern para facilitar la obtención de este documento.
“Muchos pacientes no tienen acceso a internet o tienen muchos problemas para bajárselo y vienen aquí para que se lo demos”, explica Meritxell Sánchez, facultativa de este ambulatorio en el Besòs. “Esperemos que ahora con la nueva web que se ha abierto baje la demanda”.
Los profesionales de este centro explican que han tenido que atender un aumento de peticiones para vacunarse junto a las solicitudes de ayuda por parte de muchos vecinos para bajarse el certificado. Todos los que salían con el pasaporte en la mano destacaban, no obstante, lo fácil que se lo han puesto los médicos para imprimirles este documento.
Entre las personas que salían con su certificado cundía una opinión generalizada: cada día hay más gestiones que requieren del uso de la tecnología y hay un sector de la población que queda totalmente relegado. “Cuando ya eres de cierta edad, si no estás muy familiarizado con la tecnología es un lío”, apuntaba Carlos Forner, 66 años. “Para mucha gente mayor es todo cada día más difícil”.
Rosario Muñoz, 66 años, apuntaba en la misma dirección. “Yo no tengo ni papa de internet”, explicaba esta mujer de pelo caoba y gafas rosas, a juego con su abrigo. “Tengo un ordenador al que solo le quito el polvo”. Muñoz señalaba que ya acabó con la paciencia de sus hijos hace tiempo con todo lo relacionado con la tecnología. Esta vez no les ha querido pedir ayuda para obtener el certificado.
“Ya vi por la tele que decían que llamáramos a nuestros hijos”, decía en referencia a las palabras del conseller de Salut, Josep Maria Argimon, en las que sugería a la gente mayor que pidiera ayuda a los más jóvenes de la familia. “Pero mi hijo tiene muy poca paciencia y no lo he querido molestar”.
Los motivos para obtener el certificado variaban en función de los vecinos. Juan Antonio Fontanet tiene 62 años y está jubilado por una enfermedad en el corazón tras años trabajando en una gasolinera. Él tampoco tiene internet pero aprovechó el wifi del bar para entrar a la aplicación del Govern y bajarse el certificado. Aún así no lo logró. “Se me colgaba y me sentía inútil al final”, señalaba a la salida del ambulatorio. Ahora ha venido a pedirlo para poder desayunar en el bar de debajo de su casa.
Otros, como Isabel González, de 76 años y llegada al barrio desde Almería en los 60, lo querían para irse por Navidad a su pueblo. “No sé si me lo van a pedir en algún lado, pero me quería quedar tranquila”, señalaba. “Si de golpe lo piden para viajar en tren y no lo tengo, no quiero tener que quedarme en casa”.
Después había casos como el de Rosario Muñoz, que no lo quería para nada en particular.
- ¿Por qué ha venido hoy a sacárselo entonces?
- ¡Yo todo lo que me piden que haga lo cumplo a rajatabla!