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El historiador aficionado que descubrió a 500 prisioneros catalanes del franquismo que nadie reivindicó

Pol Pareja

28 de agosto de 2021 22:31 h

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“Casi me avergüenza confesar que el 95% de mi tiempo libre lo dedico a investigar nuestro pasado, me defino como un modesto indagador”. José Cabañas (León, 1955) describe de esta manera, sin atisbo de falsa humildad, su tarea como estudioso de los prisioneros republicanos que acabaron en los campos de concentración franquistas de León. 

Su trabajo, iniciado en 1996 y que le ha llevado a publicar varios libros, ha permitido descubrir la existencia de más de 500 prisioneros catalanes en campos de concentración franquistas repartidos por Castilla y León. Casi 300 de ellos fallecieron ejecutados o en extrañas circunstancias en unos recintos en los que, durante algunas épocas, se contabilizaban hasta 10 muertos diarios. La mayoría no consta en ningún registro ni han sido reivindicados por ninguna entidad de memoria histórica.

Según el recuento del Memorial Democràtic, la institución de la Generalitat encargada de la recuperación de la memoria histórica, solo una cuarentena de catalanes estuvieron en campos franquistas de la provincia de León. Cabañas ha demostrado que faltaban muchos por contabilizar y está en proceso de remitir toda la documentación que tiene disponible para que el organismo catalán actualice sus datos. 

Su última investigación, reunida en el libro Convulsions (Editorial Base, en catalán; Ediciones Forastero, en castellano) ha sido calificada de “impresionante” e “imprescindible” por el prestigioso hispanista Paul Preston, que ha prologado el volumen. “Es uno de los historiadores locales sin los cuales no sabríamos nada de las atrocidades cometidas en muchas provincias”, escribe el historiador británico en el prólogo. 

“Es un altísimo honor que Preston hable así de mi trabajo”, explica Cabañas en conversación telefónica. “Mi interés por la Guerra Civil vino precisamente tras leer sus libros”.

Cabañas se diplomó en Ingeniería Técnica industrial y actualmente trabaja de funcionario de prisiones. Ejerce de jefe de servicio de la cárcel de Pereiro de Aguiar (Ourense), y la organización de su empleo en largos turnos le libera después durante días para poder investigar.

Lo que le despertó la curiosidad, sin embargo, no fue el tiempo libre, sino la necesidad de saber qué había sucedido en su familia. Este historiador ‘amateur’ es descendiente de dos republicanos asesinados por el franquismo. “Lo sucedido a mi abuelo materno era un tabú en mi casa”, recuerda. “Ni se preguntaba por él, ni se explicaba qué le había pasado. Solo se decía que había fallecido en la guerra como tantos otros”. 

Los 14.000 expedientes de los campos

Un día cayeron en sus manos más de 14.000 expedientes penitenciarios de los campos de concentración de León. El listado, ordenado alfabéticamente y en formato 'pdf', ofrecía datos de buena parte de los internos: nombre y apellidos, procedencia y, en algunos casos, la causa de su muerte.

“Empecé a abrir todos los que me parecían apellidos catalanes”, rememora Cabañas. “Encontraba muchos apellidos en catalán que sin embargo eran prisioneros de Huesca o Teruel, esos los iba desechando”. Este historiador consiguió separar 550 prisioneros de Catalunya, aunque cree que debe haber muchos más en ese ingente listado que tiene en sus manos. “550 es un mínimo pero seguro que hay muchos más”, añade. “Los que se apellidaban García o Pérez los descartaba y tal vez eran catalanes”.

El libro ofrece un dibujo muy completo sobre el destino de centenares de soldados republicanos de Catalunya que, tras la batalla del Ebro (1938), acabaron en diversos campos de concentración de Castilla y León. También descubre la existencia de un campo de prisioneros en Santa Ana de Astorga, que hasta la fecha había pasado desapercibido porque se había confundido con el de Santa Ana de León, de nombre parecido y situado en la misma provincia.

Cabañas explica que aprendió a ejercer de historiador de la manera más básica: leyendo mucha historia. “Tengo una biblioteca que no es pequeña y el 90% de los libros son de historia”, apunta. “Siempre he leído a historiadores solventes y vas aprendiendo la búsqueda y el manejo de fuentes y a trabajar con honestidad y rigurosidad”.

Los diarios de Jaume Cusidó

Convulsions no solo enumera todos los prisioneros catalanes con nombre y apellido que acabaron ahí encerrados o fallecieron, sino que también ofrece un valioso testimonio en primera persona sobre la vida en estos campos que se instauraron por toda España a medida que los sublevados consolidaban su golpe de Estado.

Lo hace a través del testimonio de Jaume Cusidó, un contable de una empresa textil de Sabadell -su padre era el conserje del Banc Sabadell en esa localidad- vinculado a ERC que se enroló en el bando republicano y acabó participando en la guerra, después en la retirada hacia Francia y acabó encerrado en uno de estos recintos en España. 

El hijo de este contable remitió a Cabañas un detallado diario escrito por su padre durante la guerra y los meses que pasó encerrado en el campo de Valencia de Don Juan en Coyanza (León). A su vez, el libro también reproduce la correspondencia entre este prisionero y su mujer, en cuyas cartas se aprecia el desgarro y el miedo por la incertidumbre, la distancia y el hambre que se pasó durante los primeros meses de la posguerra. 

Cusidó relata en su diario su periplo por pueblos de toda Catalunya durante una retirada republicana que se aceleraba exponencialmente a medida que pasaban los días. Este joven catalán describe con todo tipo de detalles las quemas de documentos y fábricas, las prisas y la angustia ante la constatación de que el fascismo se acababa imponiendo tras más de dos años de dura contienda. También relata los saqueos de algunos soldados republicanos en domicilios abandonados en su camino hacia Francia. 

“Ni siquiera sé los kilómetros que llevamos caminados”, escribe Cusidó el 28 de enero de 1939, periodo en el que el éxodo desde Catalunya hacia la frontera llegó a sumar a más de medio millón de personas. “Hay hombres, muchas mujeres acompañadas de sus hijos, grandes y pequeños. Todos denotan cansancio y malestar. ¡Qué tragedia!”. 

Una semana después, su superior en el ejército les diría que quedaban en libertad y que se espabilaran como pudieran. “La desbandada se ha producido por todos lados”, escribe el 6 de febrero del mismo año.

Tras llegar a Francia y ser internado en un campo de concentración en Saint Cyprien, a 25 kilómetros de Perpinyà, Cusidó fue de los que renegó de la República y accedió a regresar a España. Empezaría entonces su periplo por distintas localidades de la península hasta acabar en el mencionado campo de Valencia de Don Juan. 

Con un castellano repleto de palabras en catalán, Cusidó describe en su diario y en las cartas a su mujer, Manolita Muñoz, su día a día en este campo de concentración. Detalla desde los sermones políticos que les espetan los “exaltados” curas locales hasta la obsesión por obtener comida decente, pasando por los picores y chinches que proliferaban entre los reclusos o las reprimendas por hablar en catalán entre ellos.

“Pasamos por el pueblo y hay una casa con una ventana abierta, puedo ver una cama escrupulosamente arreglada, con ropa blanca y limpia… ¡Quién pudiera disponer de ella! Ojalá no hubiese mirado por esa ventana”, escribe el 6 de marzo de 1939, tras las primeras semanas preso en el campo de concentración.

En las cartas, su mujer le mantiene actualizado sobre las gestiones para sacarlo del campo de concentración y sobre cómo está creciendo su hijo. En un momento de sinceridad, Manolita Muñoz le explica las ganas que tiene de recuperar junto a su marido todo el tiempo perdido entre ellos por culpa de la guerra. 

“Cuando vengas quiero que vayamos al Restaurant aquel del Rompeolas ¿recuerdas? que fuimos cuando nos casamos, a comernos un buen arroz con pescado. Y quiero divertirme mucho y quiero ir a todas partes a disfrutar de lo lindo y bailar mucho hasta que me dé vueltas la cabeza… En fin, quiero desquitarme de estos tres años de guerra, porque si no, nos vamos a hacer viejos y no habremos disfrutado de la vida ¿Verdad que me complacerás, cariño mío?”, le escribe en una carta fechada el 17 de abril de 1939. “Tenemos que vivir la vida”.