“Se llamaba Marie Clementine, pero Toulouse-Lautrec le aconsejó que se cambiara el nombre por el de Suzanne, en referencia al mito bíblico de Susana y los viejos”, explica en la presentación de la exposición Suzanne Valandon. Una epopeya moderna uno de sus comisarios, Eduard Vallès, Responsable de Colecciones del Museu Nacional D'Art de Catalunya (MNAC).
Esta frase lo dice todo sobre la que fue una de las pintoras francesas de mayor éxito en el primer tercio del siglo XX: hija de una humilde lavandera, crecida en el Montmartre de Fin de siècle entre operetas de Offenbach, tuberculosis, prostitución, cabarets de cancán y teatros de sombras chinas, Suzanne Valadon sobrevivió a partir de los quince años haciendo de modelo para los pintores del barrio.
Tal como recuerda el otro comisario de la exposición, el norteamericano Phillip-Dennis Cate, “en aquellos tiempos Montmartre era un barrio de cinco kilómetros cuadrados en el que se produjo la mayor concentración de artistas y bohemios de la historia, un fenómeno que no ha vuelto a ocurrir después”. Aquella densidad humana y creativa propició que las dotes de modelo de la pequeña Suzanne pasasen de boca en boca entre Toulouse-Lautrec, Degas o Renoir, que la pintaron profusamente.
Modelo, amante, amiga y “una catalana más”
Explica Vallès que “entonces el oficio de modelo tenía una zona gris que tocaba con una suerte de prostitución y que buscaba la protección de los artistas, normalmente hombres viejos; de ahí la sugerencia de Toulouse-Lautrec de cambiarse el nombre”. Según Vallès, el ser modelo era, en consecuencia, un estigma que hacía prácticamente imposible dar el salto a la categoría de artista, algo que sí consiguió Valadon.
Precisamente este hecho justifica el titulo de la exposición (Una epopeya moderna), que se ha realizado en colaboración con el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou de París, donde la muestra estuvo en 2023. Ambos comisarios coinciden en que lo que logró Valadon en un mundo dominado completamente por los hombres no tiene parangón.
Ahora bien, matizan que en buena parte se explica también por las intensas relaciones que estableció con los principales artistas del barrio, como los citados pintores, pero también con otros que le eran contemporáneos como Erik Satie o el llamado “grupo de los catalanes”, que integraban entre otros Ramon Casas, Santiago Rusiñol o Miquel Utrillo, este último con quien tuvo un hijo, al menos formalmente reconocido como tal: el pintor Maurice Utrillo.
“Los catalanes la consideraban una más en la gran familia que formaban en aquel París del cambio de siglo”, explica Cate. El norteamericano, experto en aquella trepidante época artística que pronosticó los profundos cambios que se vivieron con el paso al siglo XX, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, añade que “a su entierro acudieron pintores de la talla de Picasso, [que formó inicialmente parte de aquel grupo de 'catalanes'], Braque o André Derain, que la consideraban una igual”.
De hecho, la versión española de la exposición, a diferencia de la que tuvo lugar en el Pompidou, cuenta con una treintena de obras del fondo del MNAC, algunas entre las más notables, de Casas, Utrillo, Rusiñol o Sunyer, entre otros; también con las esculturas de bailarinas que realizó Degas utilizándola como modelo, y sobre las que después Valadon se inspiró para realizar uno de sus cuadros más célebres: L’Acrobate ou La Roue, de 1916.
“Ella supo aprender de todos ellos y algunos de aquellos viejos, sobre todo Degas, supieron ver su talento”, prosigue Vallès, que agrega que “cuando este vio algunos de sus dibujos le enseñó las técnicas del grabado y se convirtió en uno de sus primeros coleccionistas, promocionándola, algo en lo que también ayudó Lautrec”.
La mujer que se desnudaba pintó al primer hombre desnudo
Se la puede reconocer en numerosos retratos de los artistas de la época, pero quizás destaque especialmente La bebedora de Toulouse-Lautrec, cuadro que no está presente en la exposición, si bien sí se muestran algunos otros que muestran la evolución de su cuerpo desde que empezara casi siendo una niña, con apenas quince años, hasta que es retratada por su marido en la madurez, el también pintor André Utter, que tenía 21 años menos que ella y era amigo de su hijo cuando lo conoció.
Aunque su gran faceta, la que la hizo reconocida en Francia, es la de retratista, el trabajo como modelo marcó toda su trayectoria y provocó, a juicio de los comisarios de Una epopeya moderna, que retornara a este formato una vez consagrada para reivindicar una mirada diferente sobre el cuerpo femenino.
“Quiso mostrarnos un cuerpo desexualizado, lejos de la mirada del deseo masculino que lo convierte en un objeto, si bien no desprovisto de sensualidad, un concepto que refiere a la toma de conciencia de la mujer del propio cuerpo, algo nada usual para la época”, apostilla Vallès. Por su parte, Cate indica al respecto la existencia de un cuadro, presente en la exposición, “en el que se ve a una joven púber desnuda y estudiando su sexo mediante un espejo colocado a sus espaldas, para conocer su propio cuerpo”.
Se trata, pues, de una mirada femenina sobre las modelos, una reivindicación frente a la óptica de los pintores masculinos para los que ella había trabajado y que la pintaban como un objeto de deseo más o menos camuflado. “Ella se rebela contra esa visión de la mujer en cuadros como La habitación azul, donde la mujer que posa va vestida, está entrada en carnes, fuma, tiene una mirada desafiante y cuenta con libros alrededor”, apunta Vallès. Todo un prototipo de lo que sería la mujer liberada del siglo XX y que ella ya encarnaba.
El Responsable de Colecciones del MNAC hace también mención a la serie Las odaliscas, una serie de desnudos en los que “la sensualidad y la lujuria está más puesta en los colores de los tejidos y los estampados que en las mujeres que se muestran”, según Vallès. Precisamente este experto explica que Valadon “fue la primera mujer conocida en pintar un desnudo masculino”.
Fue en su cuadro El verano o Adán y Eva, de 1909, donde aparecen desnudos su marido André Utter y Valadon. Ella ya era una mujer madura, tal como se aprecia en el autorretrato, y el un joven esbelto; ella muestra en la obra el pubis velludo y él, inicialmente, mostraba su pene y sus testículos saliendo de una mata de pelo.
Pero el cuadro fue vetado para una exhibición en la Escuela de Bellas Artes de París a no ser que se cubriera debidamente el sexo de Utter, tal como sucedió finalmente cuando Valadon le pintó encima un cinturón con hojas de higuera. “En cambio, respecto a la desnudez de la mujer no hubo ninguna objeción”, subraya Vallés, que enfatiza que “esto ocurría en el París del siglo XX, no en Afganistán”.
Una mirada libre en tiempos de los 'ismos'
“Suzanne Valadon tenía un estilo muy propio y muy claro, contemporáneo de sus contemporáneos, ya fueran impresionistas, fauvistas, expresionistas, etc., pero sin identificarse completamente con ninguno de ellos”, explica Vallès. “Las líneas negras gruesas que trazan las siluetas, las encarnaciones con colores vivísimos, más propios de los expresionistas, algunas líneas reforzadas con color que recuerdan a Van Gogh, la fuerte presencia de los ojos en sus retratos, como si nos estuvieran escrutando son rasgos característicos de su estilo”, añade.
Cate asegura que “muy probablemente además de conocer de primera mano el estilo de los impresionistas, Valadon tuvo acceso a los cuadros de Van Gogh, tal vez le conoció, y también pudo observar los cuadros de Gauguin, de quien también se presienten influencias”. Pero ambos comisarios destacan que su estilo siempre digirió perfectamente dichas influencias para tener una voz propia que le ha hecho preservar su importancia hasta nuestros días.
Es la historia de una mujer que empezó como modelo de pintores, hombres mayores que ella, y terminó comprando un castillo merced a las ganancias de su trabajo como pintora y a que el Estado francés adquirió muchas de sus obras, que actualmente se exhiben en numerosos museos franceses, en especial en el Pompidou parisino, que es quien impulsa Una epopeya moderna.