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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Toxicómanos durante el estado de alarma: “¿Cómo le explico al policía que si no salgo a comprar me voy a poner enfermo?”

El día amanece gris, lluvioso y húmedo, pero Fabián está contento. Es 31 de marzo y acaba de cobrar. Cruza la puerta de la sala de venopunción Baluard, situada en el corazón del Raval, y sale con dos cafés en sendos vasos de plástico, uno en cada mano. En una servilleta de papel lleva unas pastitas para desayunar.

“La cosa está complicada”, dice Fabián mientras, en cuclillas y apoyado a la pared, le da pequeños sorbos a uno de sus cafés. “La calidad ha bajado mucho y algunos días ir a comprar es una aventura, pero también hay días en los que nadie tiene problemas”.

Los consumidores de drogas, especialmente los de heroína, han visto como la declaración del estado de alarma les situaba en una tesitura comprometida. Aparte de la situación de indigencia en la que se encuentran algunos, caminar por la calle e intentar conseguir drogas se ha convertido en una operación compleja a pesar de que para muchos adquirirla puede resultar de vital importancia. “Ellos necesitan comprar igual que tú vas al supermercado”, resume un trabajador de la sala de venopunción situada en el barrio de La Mina, en Sant Adrià del Besòs (Barcelona).

Los toxicómanos consultados se dividen entre los que aseguran que pueden comprar sin problemas y los que se quejan de que la policía no les deja acudir a los puntos de venta. “¿Cómo le puedo contar al agente de policía que soy un enfermo? ¿Que si no salgo y compro me voy a poner fatal?”, señalaba el 31 de marzo otro consumidor, que ni siquiera accedía a decir su nombre, en los aledaños de la Sala Baluard. “Algunos agentes lo entienden, pero otros nos tratan como una mierda y nos putean”, remachaba.

A pesar de las diferencias en el relato, todos coinciden en tres cosas: el precio de la droga ha subido, la sustancia está más adulterada y lo más difícil es conseguir el dinero para comprarla. “Si no pueden vender pañuelos, ni mecheros ni pedir en la calle, a muchos les está costando encontrar el dinero”, resumía Fabián, un ciudadano francés que lleva más de 20 años en España y que acude cada mañana a la sala de venopunción a por su dosis de metadona. “La situación es nueva para todos y a algunos solo les queda robar”, añadía.

En Barcelona, los consumidores consultados destacan que como mínimo siguen pudiendo comprar droga en el centro y no tienen que desplazarse a poblados en las afueras como ocurre en Madrid, donde la Cañada Real sigue siendo el lugar de referencia para comprar heroína aunque, según un consumidor de la capital, cada vez resulta más difícil llegar hasta ahí. “Muchas de las kundas [taxis de la droga] que salían de la glorieta de Embajadores han dejado de ofrecer el servicio y los controles en los aledaños de la Cañada empiezan a ser habituales”, explicaba por teléfono un usuario hace 10 días. “La gente ya no va de noche, solo de día y durante horario de oficina”.

En las calles del Raval, algunos vecinos han alertado de que los pisos en los que se vende y se consumen drogas han experimentado cierto repunte desde la declaración del estado de alarma. Uno de los más problemáticos está ahora mismo en la calle Salvador, donde en un mismo edificio hay hasta tres pisos que ofrecen estos servicios y, según la asociación Acció Raval, se vende droga, se almacena material robado y se alquilan habitaciones para consumidores con problemas para encontrar un refugio estos días.

Un refugio para personas con adicciones

Ante un colectivo en ocasiones doblemente vulnerable -por su adicción y por su falta de hogar- el Ayuntamiento de Barcelona anunció el viernes pasado que ponía en marcha un proyecto pionero a nivel estatal: la habilitación de un espacio con 70 plazas para que personas sin hogar y con adicciones puedan pasar el confinamiento.

El espacio, que ya está funcionando, se encuentra en un albergue situado en la calle Numancia, a pocos metros de la estación de Sants, y ofrece a sus usuarios unos servicios similares a los de las salas de venopunción. No solo pueden dormir, comer, asearse y refugiarse durante el estado de alarma, sino también consumir drogas bajo la supervisión de expertos en reducción de riesgos. Además, a todas las personas que se acercan a este espacio se les da un paquete con guantes, mascarilla y gel desinfectante nada más llegar.

Para ese cometido, varios profesionales de la sala Baluard han sido desplazados a este nuevo equipamiento, habilitado en un espacio cedido por la fundación Pere Tarrés y gestionado por la asociación ABD.

Desde la Agencia de Salud Pública de Barcelona han preferido no responder a las preguntas de eldiario.es sobre qué criterios se tienen en cuenta para elegir a las 70 personas que están utilizando este espacio ni tampoco detallar los servicios que se ofrecen en él. Aseguran que durante los próximos días habrá una “comunicación general” sobre este equipamiento.

Los peligros de la adulteración

“No existe ningún antecedente parecido para comparar la situación del mercado de drogas en un contexto de parón de toda la actividad mundial”, señala Núria Calzada, coordinadora de Energy Control, un proyecto que desde hace más de 20 años se dedica a fomentar la reducción de riesgos en el consumo de drogas. “Piensa que durante la gripe de 1918 muchas drogas todavía podían comprarse en la farmacia y no había un mercado negro desarrollado”, remacha.

Según Calzada, todavía no hay indicadores de que haya menos heroína en España, pero es una situación que podría suceder en un futuro próximo. Explica que, cuando ha habido escasez a nivel mundial de algún tipo de droga o de sus precursores para producirla, el resultado siempre ha sido un aumento del precio y de la adulteración o la sustitución por otras sustancias, casi siempre más peligrosas que la original. “El peligro de la adulteración suele ser que, cuando se recupera la calidad, aumenta el riesgo de sobredosis”, apunta esta experta.

El día a día de las salas de venopunción

Los tres empleados de las salas de venopunción de Barcelona que ha entrevistado este periódico -y que han accedido a comentar la situación anónimamente- señalan que desde hace días la afluencia a estas salas de consumo se ha reducido significativamente. Un extremo que también confirma Gemma Tarafa, concejal de Salud del Ayuntamiento de Barcelona.

“Si normalmente tenemos entre 300 y 400 consumos diarios, últimamente no llegamos a los 100”, explican desde la sala de venopunción de La Mina. “Hay menos afluencia pero sigue habiendo gente que usa nuestros servicios”, añaden desde el Raval, donde a primera hora del martes pasado había cola para entrar en el equipamiento.

Para evitar contagios, ahora se entra de manera más escalonada que antes y según explican desde La Mina, los profesionales hacen un cribaje de los usuarios y no dejan entrar a los que muestran posibles síntomas de Covid-19. Los empleados, además, se han dividido en dos equipos distintos que nunca coinciden entre ellos para evitar que un posible caso de algún consumidor acabe contagiando a todo el equipo.

Calzada y los profesionales de las salas de venopunción consultados señalan que, a pesar de que estos días vayan menos usuarios a estas salas, la situación actual podría acabar siendo una oportunidad para que algunos de estos consumidores sustituyan la heroína por la metadona, algo que ya han solicitado algunos usuarios en estos centros.

“Visto el panorama, cada día hay nuevos compañeros que se apuntan a la metadona”, afirmaba la semana pasada Fabián, el consumidor entrevistado en el Raval. “Yo ya llevo un tiempo tomándola y me va muy bien. Verás cómo estos días se animará más gente”.

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