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Vuelven los serenos a los municipios catalanes: “Intentamos ser los polis buenos”

Dos serenos patrullando por Mataró durante una noche de septiembre.

Pol Pareja

26 de septiembre de 2022 22:12 h

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Mientras la mayoría de vecinos ya está en su domicilio, Víctor Zarco, 34 años, se dispone a comenzar su jornada laboral. Son las 10 de la noche en Mataró (Barcelona) y le esperan siete horas caminando por su ciudad buscando actos incívicos. “Me gusta el trabajo”, explica mientras se pone un peto naranja con la palabra ‘sereno’ escrita con letras negras. “Últimamente, la ciudad tenía fama de insegura y he comprobado que no es para tanto”, dice.

Zarco es uno de los coordinadores de la unidad de serenos de Mataró (129.000 habitantes), un proyecto piloto que pretende reinstaurar esta figura en la ciudad para mejorar la percepción de seguridad de los vecinos y alertar de comportamientos incívicos o de daños en el mobiliario de la ciudad. 

Mataró es la quinta ciudad de Catalunya que pone en marcha un proyecto de este tipo en los últimos años tras Santa Coloma de Gramenet (Barcelona), Premià de Dalt (Barcelona), Cornellà (Barcelona) y Figueres (Girona). Cada vez son más los municipios que articulan unidades de vigilancia ciudadanas para compensar la falta de agentes policiales. Son ya casi 400.000 catalanes los que viven en ciudades donde hay serenos.

“Hay que tener mano izquierda”, explica Esteve Grau, 62 años, otro de los serenos de Mataró, mientras camina por la calle durante una noche de septiembre. “Tratamos de empatizar con los vecinos a los que nos dirigimos y tenemos claro que no somos ninguna autoridad”, dice. Zarco, que lo acompaña durante el patrullaje, lo resume de una manera más irónica: “Intentamos ser los polis buenos”.

Las unidades de serenos se extendieron por el país a finales del siglo XVIII y se considera que la primera ciudad en introducirlos fue Valencia en 1777. Los serenos vigilaban las calles de noche y se dedicaban a abrir y cerrar los edificios. Controlaban, a su vez, el alumbrado público y avisaban a las autoridades y a los bomberos de cualquier anomalía.

La figura se popularizó en las ciudades de toda España y se extendió, sobre todo, después del derrumbamiento de las antiguas murallas medievales de las ciudades a mediados del siglo XIX y al ensanche de los municipios que recibían cada vez más población. Su decadencia llegó a partir de los años 60 del siglo pasado con la modernización de las cerraduras, que permitían llevar llaves más pequeñas, y con la irrupción de los porteros automáticos en los edificios. A finales de los 70 se habían extinguido y ahora han regresado. 

Un empleo para parados de larga duración

Grau trabajó en todo tipo de empleos antes de ser sereno. Estuvo en una entidad bancaria durante 25 años, vivió en el extranjero, dio clases particulares de lengua… Hasta que el paro irrumpió en su vida y ya no se marchó. Como él, los otros 11 serenos de Mataró son parados de larga duración, la mayoría de ellos ciudadanos en el ocaso de su vida laboral que no encontraban ninguna alternativa. Ahora Grau percibe una nómina de poco más de 2.200 euros brutos al mes. 

También en Santa Coloma, Cornellà y Figueres las unidades de serenos forman parte de un plan de ocupación y están dirigidas a vecinos que llevan tiempo desempleados. En los dos primeros municipios mencionados, la figura está dirigida a mayores de 45 años. En Premià de Dalt, en cambio, quien ejerce esta función es una empresa de seguridad privada. 

“La idea es que después de hacer de serenos puedan acceder al mercado laboral”, apunta Núria Parlón (PSC), alcaldesa de Santa Coloma, primera ciudad catalana en poner en marcha una unidad de serenos en 2019. En esta urbe los contratos duran un año y se espera poder reinsertar a los serenos tras esta experiencia

El regreso de los serenos a Santa Coloma, que ha inspirado al resto de ciudades catalanas, vino influenciado por una experiencia en Gijón, donde un grupo de comerciantes de la zona de ocio nocturno puso en marcha una unidad de serenos para concienciar a los vecinos de la necesidad de respetar el descanso de los demás y para vigilar posibles robos o desperfectos en las tiendas. 

“Nos pareció una buena idea”, señala la alcaldesa de esta ciudad metropolitana (119.000 habitantes). Según Parlón, hay ciertas tareas nocturnas que deben llevarse a cabo y que no tiene por qué hacer la policía local. Se refiere a reportar incidencias en el mobiliario, en el alumbrado o en los semáforos, a acompañar a algunos vecinos que tienen miedo en una calle oscura o bien requerir a algún grupo ruidoso que baje la voz. “Hacen tareas como las de cualquier agente cívico pero por la noche”, añade.

En todas las ciudades, los serenos reciben previamente una formación básica. En Mataró, por ejemplo, se les enseña a usar la aplicación móvil con la que reportan las incidencias y se les forma en violencia de género, medio ambiente y gestión de residuos, cuidado de menores y protocolos para los sin techo.

Juli Palou, de 61 años y sereno en Mataró, explica que algunas noches han acompañado a chicas que estaban siendo seguidas por otros jóvenes o, incluso, han logrado apagar algún conato de pelea. “Creo que hacemos una función social que es muy útil”, añade.

Parlón y el resto de responsables políticos consultados creen que los serenos contribuyen a mejorar la sensación de seguridad en la ciudad. “Son los ojos y las orejas del Ayuntamiento durante la noche”, explica Juan Carlos Jerez, concejal de seguridad y primer teniente de alcalde de Mataró. “La mera presencia de personas que trabajan para nosotros durante la noche ya ejerce cierta función de prevención”, apunta.

¿Un fenómeno para paliar la falta de policía?

¿Por qué esta tendencia a instaurar serenos en municipios catalanes? Detrás de las justificaciones de algunos Ayuntamientos subyace la falta histórica de agentes de Mossos en Catalunya, que ha contribuido también a tensionar a las policías locales de algunas localidades.

“Cuantos más servicios podamos traspasar, más capacidad tendrá la policía local para concentrarse en servicios de seguridad ciudadana”, resume Jerez desde Mataró. Parlón, desde Santa Coloma, admite que cuando pusieron en marcha el servicio -2019- era un “momento complicado” respecto a la inseguridad y que en ese momento las plantillas de Mossos y policía local “estaban cojas”.

“Se nos criticó porque decían que pretendíamos sustituir la falta de policías con los serenos, nada más lejos”, matiza la alcaldesa de Santa Coloma. “La seguridad la garantizan los cuerpos policiales, pero también el espacio público y la confianza en el vecindario”, explica. 

El concejal de seguridad de Mataró admite que es mucho más fácil contratar a serenos que buscar a policías, cuya formación se alarga casi tres años. Todavía no confirma, sin embargo, que el proyecto se vaya a instaurar cuando acabe la fase de prueba en diciembre. “La valoración es positiva pero tenemos que ver cómo funciona los meses de invierno”, apunta. 

Jaume Bosch, experto en seguridad pública y exsubdirector general de coordinación de las policías locales de la Generalitat, relaciona directamente el fenómeno de los serenos con la falta de agentes. “La policía local ha estado asumiendo cada vez más tareas por culpa de la falta de Mossos”, comenta en conversación telefónica. “Por eso se buscan maneras de liberar estos cuerpos de algunas tareas”, indica. 

A Bosch, que también fue exdiputado de ICV, le preocupa la falta de regulación de la figura del sereno, que no tiene ninguna normativa que lo ordene. “Reconozco la buena intención de estos planes”, señala. “Pero se está haciendo jugar un papel a una gente que no tiene la formación adecuada”, dice. 

Según este experto, la figura actual del sereno no supone ningún problema hasta el día que ocurra una desgracia. “El día que le peguen una paliza a un sereno, entonces correrán a decir que se debe regularizar su figura”, apunta.

Mientras patrullan por una plaza de Mataró, Zarco y Grau aseguran que después de todo un verano pateando las calles no han pasado ningún miedo. “Si hay alguna situación comprometida nos alejamos y llamamos a la policía”, explica Víctor. “Lo peor que nos han llamado durante estos meses ha sido ‘chivato’”, relata.

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