Zadie Smith (Londres, 1975) baja al vestíbulo del hotel donde se aloja en Barcelona algo acelerada. Acaba de llegar de su sesión diaria de natación, que hoy ha hecho en la playa. “Estoy hambrienta”, declara. Así que la entrevista discurre frente a unos huevos y unas tostadas. Está en la ciudad con motivo de la Biennal del Pensament, en la que ha protagonizado dos charlas centradas en la verdad y su manipulación en el CCCB.
Smith habla con pasión y decisión de todos los matices de lo que es cierto, uno de los temas que trata en su nueva novela, La Impostura (Salamandra, 2024). El libro toma como protagonistas a personajes reales, como el escritor William Ainsworth o su prima Eliza, quien se ve fascinada por el caso, también real, de Roger Tichborne, un noble que desapareció y volvió a aparecer décadas después encarnado en un hombre que reclamaba su nombre y fortuna. Un libro en que lo real y lo inventado se entremezclan, poniendo en tela de juicio la moral y los privilegios de la sociedad victoriana que tanto fascina a Smith.
El libro trata sobre diversas cuestiones universales como la verdad, la identidad o las raíces. ¿Por qué decide irse a la época victoriana para tratar estas cuestiones?
Para los lectores, la diferencia entre pasado y presente o primera o tercera persona es muy significativa. Pero para los escritores no. Simplemente escribimos de lo que nos interesa. Y ese periodo me interesa. Estoy segura de que escribiré muchas novelas contemporáneas, pero ahora me interesa más cómo la gente pensaba en el pasado. Se tiende a caricaturizar a los victorianos y yo quería darles una dimensión más compleja.
Lo hace, entre otras cosas, a través de la figura de la esclavitud, que saca a relucir las contradicciones de la sociedad y la lucha interna de algunas de las mujeres que exigían la abolición y se culpabilizan de sus propios privilegios.
Lo interesante del privilegio es que todo el mundo lo es respecto a otra persona. Siempre hay alguien que está peor que tú. Pero si te incapacita tu propio privilegio, nunca vas a hacer nada. Sentarte y lamentarte por tu privilegio frente a alguien que trabaja en una plantación no es un discurso útil.
Por eso admiro a Eliza [una de las personajes protagonistas]. Ella simplemente actúa, a pesar de ser pobre. Pero comparada con otros personajes, es privilegiada. Y eso no es razón para que se agobie. Es que no tiene sentido. No es ni siquiera un pensamiento político, es narcisista.
Quizás compararse a uno mismo con otro y ser consciente del propio privilegio sí tiene algo de político porque entra en juego cierta empatía...
Sí, pero lo político se va cuando te incapacita para actuar. Si te atrapas en el bucle intentando decidir quién es más o menos afortunado y eso es lo único en lo que puedes pensar, no vas a llegar lejos.
El caso de Eliza es curioso, porque sus privilegios no la frenan de luchar por la abolición de la esclavitud, pero sí por los derechos de su propia clase. Hay una frase suya muy significativa: “¿Por qué es más fácil pensar en que mis zapatos necesitan una suela nueva que en mi libertad?”.
Es lo más práctico para ella. No tiene los derechos que ahora tenemos garantizados, como la potestad sobre sus hijos, la propiedad, el divorcio o trabajar en algunas profesiones. Así que, para ella, es más fácil y menos doloroso centrarse en los derechos de los demás.
Si sólo se acepta una acción política perfecta para acabar con la injusticia, se tendrá que esperar mucho tiempo
Por eso es abolicionista en su novela. Eliza es un personaje real, ¿fue realmente una luchadora contra la esclavitud?
No. Es ficción, hasta donde sé, pero me cuadra. La mayoría de las abolicionistas eran mujeres. Mujeres blancas con tiempo. Escribían cartas al gobierno, promovían boicots al azúcar, daban discursos dramáticos… Son las mismas que, 15 años después, lucharon por el voto femenino. Las mujeres inglesas lograron votar poniendo el machismo victoriano a su favor. Los hombres creían que eran ángeles inocentes y ¡Pum!, eran heroínas.
Pero ¿eran realmente antirracistas? En el libro describe cómo esas mujeres blancas hablaban desde el paternalismo y el exotismo de los esclavos negros.
Bueno, si sólo se acepta una acción política perfecta para acabar con la injusticia, se tendrá que esperar mucho tiempo. Todos tenemos contradicciones. En una clase de la universidad en la que explicaba la situación social en la época victoriana, los alumnos no entendían por qué la gente no se lanzaba a la calle para acabar con la explotación. Pues fue el mismo día en que se prendió fuego a aquella fábrica textil en Bangladesh. Y todos llevaban ropa barata de Zara.
Hay otros dos temas transversales en la novela, la verdad y la identidad, que se encuentran en el caso de Roger Tichborne [el juicio levantó pasiones entre la población después de que un hombre asegurara ser el noble desaparecido. A pesar de que el tribunal decretara que era un impostor, recabó un fortísimo apoyo popular]. ¿Por qué escogió ese caso?
Porque ejemplifica que nuestra existencia social no es matemática. No somos dos más dos, igual a cuatro. La verdad es habitable y no hay nunca una sola. La verdad absoluta no existe en las relaciones humanas. No es posible. Eso pasa también en la literatura. Siempre hay interpretaciones que puedes llevar a la subjetividad. Moby Dick no es un hombre persiguiendo una ballena, es muchas otras cosas, diferentes para cada quién. Y entre todas esas cosas, hay un montón de grises.
Como en las relaciones sociales, en la literatura hay interpretaciones más o menos cuidadosas, inteligentes, sensibles o narcisistas. Luego, obviamente, están las interpretaciones mentirosas y obscenas. Y el caso Tichborne es interesante para entender cómo se convierte en verdad algo que, de hecho, no es verdad en absoluto.
Aunque luego se demostrara que era un fraude, el impostor vivió como Tichborne y, técnicamente, fue él mientras la gente así lo creyó.
¡Exactamente! Para muchísima gente fue cierto en términos emocionales y de justicia. A veces, a la gente que piensa demasiado en la política y se jacta de ser ultra racional, le cuesta mucho entender momentos sociales como este. Pero los novelistas no funcionamos así. O no deberíamos. Ser novelista requiere de unas características psicológicas, pero creo que muchos escritores (y estoy segura de que yo he cometido este error en el pasado) creemos que nuestra manera de pensar es representativa. No es así para nada.
Escribo para entender o reflejar cómo me siento sobre cómo se siente otra gente. En realidad, intento entender a la gente
¿A qué se refiere?
Mucha gente quiere raíces, realmente desean pertenecer a algo, creen en los estados nación, quieren tener identidad. Y esa es la verdad para mucha gente y muchos novelistas escriben para satisfacer esos deseos. Pero yo no me siento así.
¿Para qué escribe?
Para entender o reflejar cómo me siento sobre cómo se siente otra gente. En realidad, intento entender a la gente.
¿Lo ha conseguido?
No lo sé. Creo que entiendo esas necesidades, pero yo no quiero tener un grupo, ni compartir un pensamiento con mucha gente. No tengo miedo a la soledad porque no me siento sola cuando estoy conmigo. Y creo que ese ha sido el gran sesgo de la historia de la literatura. Todos los escritores han escrito pensando que todo el mundo se siente así y no es verdad.
En la literatura juega un gran papel el ego y todos los escritores creen que tienen una visión única de estas verdades compartidas. ¿Cree que usted peca de ego?
Cuando era joven, quizás sí. Pero creo que se me ha pasado con los años. Principalmente a raíz de tener hijos. La última cosa que hago cada día es lo que quiero hacer.
Las reflexiones sobre la literatura tienen peso en el libro. Uno de sus protagonistas es el novelista William Ainsworth (1805-1832). ¿Por qué él?
Me interesa la relación de los escritores con el mundo. Y él fue mi vecino. Camino cerca de su tumba a menudo y paso ante su casa cada día. Me pareció divertido resucitar a este escritor que fue tan popular y exitoso y ahora totalmente olvidado.
Oh, estoy segura de que me olvidarán. Y no me preocupa para nada porque estaré muerta
Ese es un miedo que tiene todo escritor. ¿Resucitarle significa que usted también tiene ese miedo?
Oh, estoy segura de que me pasará. Y no me preocupa para nada porque estaré muerta.
Volviendo a la verdad. Me ha parecido interesante que una novela que reflexiona tanto sobre lo que es cierto, invente diálogos, pensamientos y actos de personas que existieron pero no dijeron, pensaron o hicieron lo que usted escribe. ¿Tuvo algún tipo de contradicción?
¡Para nada! Fue delicioso. A veces voy a sus tumbas, las miro y les digo: “No sé si eras así, pero yo creo que sí. Así que… aquí estamos”. Sospecho cómo eran, y son sospechas basadas en pequeñas certezas puestas juntas. Por ejemplo, sé que Eliza era alta o que tuvo una aventura con William porque se menciona en cartas que he leído. Obviamente, no sé ciertas cosas sobre su comportamiento, pensamientos o elecciones. Pero está muerta, al fin y al cabo. Lo que tiene es una segunda vida en la ficción, y estoy contenta de que la tenga. Es bonito ¿no?
No todos tendremos una.
Sí. Creo que es algo bueno... Espero que no le importe.
En cierto modo, ¿le preocupa?
No, pero es verdad que incluso después de acabar el libro seguí buscando su nombre en Google por si podía averiguar algo más. Nunca encontré nada, pero buen día, pasados seis meses, se me ocurrió poner también su segundo nombre. Y eso marcó la diferencia, porque vi que hizo un libro de recuerdos en el que había cartas y retratos. Lo quería porque no he visto qué aspecto tenía, pero fue subastado a un hombre. Le pedí que me lo dejara ver, pero nunca respondió. ¡Hay un retrato suyo y un maldito señor que lo tiene! Fue muy doloroso, pero quizás así es como tiene que ser. Me limitaré a imaginarla.