Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
El científico ante la sociedad: ¿zapatero a tus zapatos?
Cuenta Plinio el Viejo, allá por el siglo I, que el famoso pintor griego Apeles estaba siempre pendiente de lo que el público opinara de sus obras. Hasta tal punto le importaban las críticas que cuando un zapatero encontró que las sandalias que había pintado en un cuadro eran demasiado grandes, las corrigió con diligencia. Sin embargo, cuando al día siguiente el mismo zapatero, posiblemente crecido por el efecto de sus observaciones, comenzó a criticar otras partes de la pintura, Apeles le soltó aquello de “zapatero, a tus zapatos.”
Muchos profesionales se encuentran tarde o temprano ante situaciones análogas a las del zapatero griego, opinando sobre temas ajenos o muy indirectamente relacionados con su profesión. El debate sobre la ética periodística y el estilo a seguir al cubrir la información cobra mayor actualidad ante la creciente injerencia de otros profesionales y del público en general, el llamado periodismo ciudadano, en la cobertura de noticias y eventos. El periodismo tiene tintes políticos claros en países como Estados Unidos mientras que en otros, como España, se pretende establecer una barrera estricta entre información y opinión, cuando un repaso a los contenidos (o a la falta de contenidos, que a veces es aún más ilustrativa de la ideología) muestra que ningún medio permanece ajeno al color político. El periodismo, que se ve forzado a reinventarse constantemente en esta era de la información global y rápida, requiere más que nunca de profesionales y quizá hasta de activistas, pues como se pregunta la profesora Ana Azurmendi “¿Queremos noticias planas como las instrucciones de una lavadora?”. Tal como describe Merche Negro, en su postrera entrada en eldiario.es, asistimos a una proliferación de tertulianos, columnistas y opinadores en general, situación empujada por el hecho de que, en palabras de editores y responsables de prensa, la opinión es lo que más se lee y es lo más barato. Pero opinar es bien distinto de informar, y eso le ha llevado a la autora de ese último post a dejar de opinar, en un esfuerzo por recuperar y practicar la esencia de su profesión como periodista.
Los científicos pasamos por situaciones muy similares. Basta con comprobar los contenidos de esta sección. Hay un cúmulo de situaciones que explican y quizá justifican esta intromisión de los científicos en las actividades de comunicación, difusión y, también, de opinión. Por un lado la sociedad, que financia buena parte de sus actividades, demanda y merece atención e información rápida y asequible. Por otro lado, los científicos nos rasgamos las vestiduras cuando vemos algunas reseñas científicas y saltamos a la palestra en un intento quijotesco de desfacer entuertos. Nuestras propias instituciones (universidades, organismos de investigación) van premiando cada día un poco más estas incursiones en ámbitos sociales ya que dan visibilidad a la actividad científica que apoyan y financian. Muchas cuestiones técnicas requieren, además, de la participación directa de científicos en gabinetes de asesoramiento a políticos o en programas destinados a generar opinión en la sociedad sobre las bases del conocimiento. El paso del laboratorio a la columna de un periódico o al plató de televisión es casi inevitable cuando el tema de investigación es relevante o simplemente seductor para la sociedad. Y el siguiente paso, el de comentar y opinar sobre temas satelitales al de la investigación concreta de que se trate, es, también, casi inevitable. ¿Debe el científico dar un paso atrás y delegar en periodistas y otros profesionales la transferencia de su conocimiento a la sociedad? ¿Dónde están los límites entre informar, divulgar y opinar cuando la sociedad lo que exige con frecuencia a los científicos es que se comprometan y den una respuesta clara a cuestiones que científicamente no suelen estar del todo resueltas?
En el fondo nos estamos preguntando por el límite en una actividad, la comunicación científica, que suscita gran interés social. Curiosamente, la ciencia siempre vive en el límite. Los experimentos se diseñan para avanzar el límite del conocimiento. La ciencia y los científicos deberían, por tanto, saber mucho de límites. Pero esa demarcación fina de los límites del conocimiento que siempre guía el pensamiento científico exaspera con frecuencia a una sociedad que no siempre puede esperar hasta que se sepa y se entienda todo para tomar decisiones. Con frecuencia hay que proyectar desde el límite del conocimiento y establecer escenarios y conjeturar sobre sus probabilidades. Podemos poner muchos ejemplos en medicina y en restauración ecológica, donde recuperar la salud, sea de una persona enferma o de un ecosistema deteriorado, no se consigue aplicando una receta, sencillamente porque no hay recetas para todos los casos. Enfrentados a situaciones prácticas y complejas, tanto el médico como el ecólogo deben especular, suponer y aventurar, siempre sobre la base del mejor conocimiento disponible, lo que ellos creen que podría dar mejor resultado. De hecho, ciencias como la biología de la conservación se han definido como ciencias de crisis, donde para conservar un organismo o un ecosistema los científicos deben asesorar sin tener todo el conocimiento biológico que haría falta para una decisión solvente.
Ante el mal uso y la apropiación indebida del conocimiento científico ¿debe el científico ignorarlo, limitarse a denunciarlo y que otros actúen o debe movilizarse para impedir que se tergiverse la información y se tomen medidas equivocadas o incluso interesadas? Algunos colegas opinan que no podemos permitirnos morder la mano de quienes nos dan de comer (por ejemplo en el caso de convenios de investigación con empresas). Otros colegas están demasiado ocupados con su investigación para hacer algo al respecto. Y un tercer grupo opina que no es nuestro cometido y que no debemos salirnos de nuestro ámbito profesional, en un claro “zapatero a tus zapatos”. Nosotros pensamos que sí deben ser los propios científicos quienes denuncien estos casos, quienes expliquen cómo y por qué algunas cosas que se comunican se alejan del conocimiento científico. Al hacerlo, los científicos salimos de nuestros laboratorios, literal y figuradamente, con todas las consecuencias. Nos adentramos en un mundo, el de la comunicación, en el que no somos expertos, y tenemos que simplificar a veces nuestro mensaje de forma que pierde parte de su rigor científico, uno de los clásicos riesgos de la divulgación científica. Nuestros mensajes pueden ser manipulados y reinterpretados, sacados de contexto y usados con diversas intenciones. Y correremos el riesgo de ser pillados en falso, hablando y opinando de algo que no conocemos bien, pintando una sandalia demasiado grande para los ojos entrenados de un zapatero. Pero pensamos que siempre será mejor que una especulación o una opinión más allá de lo que el estricto conocimiento científico pueda apoyar salga de la boca de un experto, que no de la de una persona que asegura haber leído o escuchado a un experto. Y por este motivo seguimos aquí, en lo que esperamos que no sea nuestro último post. Aunque admiramos la decisión de personas como Merche Negro, la periodista que por coherencia dejó su columna de eldiario.es, y la de algunos científicos que desconfían de las portadas de los periódicos incluso cuando cubren sus propias investigaciones, creemos que es saludable que algunos de nosotros hagamos conexiones directas entre la ciencia y la sociedad.
Cuenta Plinio el Viejo, allá por el siglo I, que el famoso pintor griego Apeles estaba siempre pendiente de lo que el público opinara de sus obras. Hasta tal punto le importaban las críticas que cuando un zapatero encontró que las sandalias que había pintado en un cuadro eran demasiado grandes, las corrigió con diligencia. Sin embargo, cuando al día siguiente el mismo zapatero, posiblemente crecido por el efecto de sus observaciones, comenzó a criticar otras partes de la pintura, Apeles le soltó aquello de “zapatero, a tus zapatos.”
Muchos profesionales se encuentran tarde o temprano ante situaciones análogas a las del zapatero griego, opinando sobre temas ajenos o muy indirectamente relacionados con su profesión. El debate sobre la ética periodística y el estilo a seguir al cubrir la información cobra mayor actualidad ante la creciente injerencia de otros profesionales y del público en general, el llamado periodismo ciudadano, en la cobertura de noticias y eventos. El periodismo tiene tintes políticos claros en países como Estados Unidos mientras que en otros, como España, se pretende establecer una barrera estricta entre información y opinión, cuando un repaso a los contenidos (o a la falta de contenidos, que a veces es aún más ilustrativa de la ideología) muestra que ningún medio permanece ajeno al color político. El periodismo, que se ve forzado a reinventarse constantemente en esta era de la información global y rápida, requiere más que nunca de profesionales y quizá hasta de activistas, pues como se pregunta la profesora Ana Azurmendi “¿Queremos noticias planas como las instrucciones de una lavadora?”. Tal como describe Merche Negro, en su postrera entrada en eldiario.es, asistimos a una proliferación de tertulianos, columnistas y opinadores en general, situación empujada por el hecho de que, en palabras de editores y responsables de prensa, la opinión es lo que más se lee y es lo más barato. Pero opinar es bien distinto de informar, y eso le ha llevado a la autora de ese último post a dejar de opinar, en un esfuerzo por recuperar y practicar la esencia de su profesión como periodista.