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Restauración ecológica y cambio climático I: el desafío

Restaurar en sentido estricto significa arreglar algo que se ha roto y ponerlo en el estado que antes tenía. Sin embargo, si consideramos los escenarios de cambio climático más probables, la restauración de los ecosistemas degradados se enfrenta a una paradoja difícil de resolver: mirar al pasado como referencia para recuperar lo que se ha perdido o mirar al futuro para regenerar ecosistemas capaces de adaptarse a lo que viene. La restauración ecológica, según la SER, la sociedad internacional que la investiga, coordina y apoya desde el conocimiento científico y técnico, consiste en ayudar a los ecosistemas que han sido degradados, dañados o destruidos a que recuperen su capacidad de producir bienes y servicios ambientales como las materias primas, la depuración del agua o del aire o la regulación del clima. La clave para una restauración de ecosistemas eficiente y actual radica precisamente en encontrar un equilibrio entre el pasado y el futuro. El compromiso con la historia de un territorio a la hora de restaurarlo permite comprender la gama de ecosistemas que un lugar concreto puede albergar, así como la disposición de los organismos y especies que forman o han formado parte de ellos. Mirar hacia el futuro, sin embargo, es vital cuando lo que nos preocupa es reconciliar la recuperación de un ecosistema con nuestro propio desarrollo socio-económico y con el cambio ambiental global que ello acarrea. Estamos hablando de pasar de una restauración convencional en la que se trata de recuperar una foto fija donde los actores (las especies) son “las de siempre” a una restauración moderna en la que lo que prima es la recuperación de procesos y funciones ecológicas, con cierta independencia del elenco (de especies) que hace posible dichas funciones.

El cambio climático es, sin duda, el motor más mediático de cambio global, pero no es el único ni el que más fácilmente se asocia con la actividad humana. Los cambios de uso en el territorio, como los procesos de urbanización o la expansión de la agricultura, la introducción de especies invasoras y la sobreexplotación de los recursos son también procesos con importantes repercusiones en el funcionamiento global del planeta. Todos estos componentes del cambio global interactúan entre sí de forma compleja, reforzándose o atenuándose. Es el resultado neto de todas estas interacciones, en el tiempo y en el espacio, lo que hay que valorar a la hora de restaurar los ecosistemas. Por ello, el punto de partida antes de ponernos a plantar o introducir ninguna especie es determinar para cada caso cuántos y cuáles de todos estos componentes del cambio global están operando y cuáles tendrán un mayor impacto en el corto y medio plazo. Por su alcance e importancia en la dinámica de los ecosistemas, el cambio climático es uno de los factores a los que debemos prestar mayor atención. Por ello, el segundo paso es concretar los escenarios más probables para el clima futuro en el lugar a restaurar.

Sin embargo, no podemos basarnos en modelos globales del clima para poder identificar como afectará el cambio climático a los ecosistemas restaurados ya que son poco útiles por su baja resolución espacial. Para resolver este problema se han desarrollado diversas técnicas, entre las que destaca la regionalización (o downscaling), donde se utiliza información de escalas de mayor detalle para reelaborar una descripción de las variables climáticas adecuada para trabajar a escala regional, sub-regional o local. Como resultado se obtienen los llamados escenarios de cambio climático regionalizados, mucho más adecuados para su consideración en los proyectos de restauración ecológica. Lógicamente, el proceso de generación de escenarios de cambio climático regionalizados está sujeto a nuevas fuentes de incertidumbre, pero apunta en la dirección que la restauración ecológica moderna necesita.

En paralelo a este dilema de pasado frente a futuro, conviene reflexionar sobre cómo la restauración de ecosistemas afectará a su vez al propio clima local. Es bien conocido, por ejemplo, el importante papel de la vegetación en la formación de tormentas de evolución diurna en lugares donde estas tormentas contribuyen con una cantidad grande de la precipitación anual, como es el caso del Sistema Ibérico o de la gran pradera americana en verano, o del Amazonas durante buena parte del año. Una de las principales motivaciones para la restauración de ecosistemas es mitigar el cambio climático mediante la recuperación de sumideros de carbono; es decir, mediante el desarrollo de una potente cubierta vegetal. No obstante, los efectos de la restauración sobre las condiciones locales van mucho más allá de la influencia en el ciclo del CO2 de las plantas introducidas o favorecidas con la restauración. Por ejemplo, la recuperación de la cubierta vegetal cambia el albedo y por tanto afecta al balance radiativo de la atmósfera. Cuando los bosques, o las comunidades vegetales en general, recubren zonas que antes eran suelo desnudo se absorbe más radiación y se produce un ligero pero significativo calentamiento local. Si lo que se cubre de vegetación es una superficie que antes estaba ocupada por hielo y nieve el efecto es más importante ya que el albedo de estas superficies es mayor del 80% mientras que el de una vegetación continua es inferior al 10%. Si el programa de reforestación o recuperación de la cubierta vegetal se realiza a gran escala (véase la gran reforestación china con más de 50.000 kilómetros cuadrados reforestados cada año en la última década) o si se suman los programas de distintos países y regiones, se ha visto que el efecto puede traducirse en un aumento de una fracción de grado en dos décadas a escala global. Un importante estudio publicado en 2018 en Nature Communications revela que los cambios en la vegetación a escala global han acarreado un incremento de 0,23 Cº en el periodo 2000-2015. El estudio desarrolla bien la existencia de dos procesos contrarios que la vegetación ejerce sobre la temperatura e ilustra la complejidad inherente a los cambios en la cubierta del suelo. En este trabajo se cuantifica también el efecto contrario al calentamiento por disminución del albedo, el del enfriamiento por la evaporación del agua que transpira la cubierta vegetal. Este efecto resultó ser más importante a nivel global que el relacionado con los cambios en el albedo y mucho más importante cuanto mayor la proximidad al ecuador. La conclusión principal fue que la influencia del enfriamiento por transpiración en el balance energético de la atmósfera es mayor que la influencia del calentamiento por disminución del albedo. El efecto fue mucho más pronunciado en zonas tropicales, donde el aumento debido a esta supresión del enfriamiento asociado a la transpiración de la cubierta vegetal rondó los 2-3 oC.

Resulta oportuno profundizar aún un poco más en la cascada de efectos que cualquier cambio en la estructura de los ecosistemas (objeto inmediato de la restauración) tiene sobre su funcionamiento (objeto último de la restauración), y como un cúmulo de acciones locales puede tener efectos a escalas más amplias, incluso globales. La expansión de los bosques, tanto natural como favorecida por los programas de reforestación o restauración, modifica la dinámica de evapotranspiración de la zona al bombear una cantidad creciente de agua desde el suelo hacia a la atmósfera. Este proceso que puede entenderse como positivo ya que genera un enfriamiento local y amortiguar extremos térmicos, también puede intensificar el efecto de las sequías, especialmente cuando la selección de especies no es la adecuada, tal y como ha dejado ver el seguimiento de los programas de reforestación a gran escala en China. Por mucho que nos afanemos, no podemos tener una visión simplista sobre lo bueno y lo malo a la hora de restaurar. Cuando uno mira las cosas de manera global aparecen facetas que pueden llegar a cambiar el cuadro completamente.

Teniendo en cuenta los impactos que pueden tener los programas de reforestación y recuperación de la cubierta vegetal a gran escala y que son muchas las iniciativas internacionales que, a día de hoy, ven en la restauración de ecosistemas (especialmente los bosques) la panacea para la mitigación y adaptación al cambio climático, es preciso estar más que nunca en contacto con el conocimiento científico que nos permita tomar las mejores decisiones en cada caso. Sin recetas y viendo cada situación como si fuera única y compleja. Que lo son.

Restaurar en sentido estricto significa arreglar algo que se ha roto y ponerlo en el estado que antes tenía. Sin embargo, si consideramos los escenarios de cambio climático más probables, la restauración de los ecosistemas degradados se enfrenta a una paradoja difícil de resolver: mirar al pasado como referencia para recuperar lo que se ha perdido o mirar al futuro para regenerar ecosistemas capaces de adaptarse a lo que viene. La restauración ecológica, según la SER, la sociedad internacional que la investiga, coordina y apoya desde el conocimiento científico y técnico, consiste en ayudar a los ecosistemas que han sido degradados, dañados o destruidos a que recuperen su capacidad de producir bienes y servicios ambientales como las materias primas, la depuración del agua o del aire o la regulación del clima. La clave para una restauración de ecosistemas eficiente y actual radica precisamente en encontrar un equilibrio entre el pasado y el futuro. El compromiso con la historia de un territorio a la hora de restaurarlo permite comprender la gama de ecosistemas que un lugar concreto puede albergar, así como la disposición de los organismos y especies que forman o han formado parte de ellos. Mirar hacia el futuro, sin embargo, es vital cuando lo que nos preocupa es reconciliar la recuperación de un ecosistema con nuestro propio desarrollo socio-económico y con el cambio ambiental global que ello acarrea. Estamos hablando de pasar de una restauración convencional en la que se trata de recuperar una foto fija donde los actores (las especies) son “las de siempre” a una restauración moderna en la que lo que prima es la recuperación de procesos y funciones ecológicas, con cierta independencia del elenco (de especies) que hace posible dichas funciones.