Queremos conocer, potenciar y explorar las ventajas y contradicciones de toda una red de nuevos proyectos que utilizan Internet para visibilizarse y desarrollarse de manera sostenible y para el bien común. Canal de economía social, por Pau Llop y Goteo.org
Semillas privatizadas
Hablando con mi abuelo ayer me di cuenta de que soy mucho más urbanita de lo que creía o quisiera ser. Mi abuelo tiene un terrenito, en mi pueblo, donde siempre ha cultivado cosas, sobre todo frutas como los higos, el níspero o la uva. Este año, empujado por el resto de la familia -seducidos como andamos todos por la moda de los “auto-huertos”-, ha creado un pequeño pero frondoso vergel de tomates, pepinos, lechugas, cebollas, y así hasta más de quince hortalizas diferentes. Ayer me decía mi abuelo: “Si llego a saber que era híbrida, no planto esa tomatera”. Su voz denotaba decepción. Y a mí que me gusta preguntar, y a él que le encanta hablar, empezamos a discutir sobre las semillas de todo lo plantado en el huerto, y yo, además, a darme cuenta de que lo que me enseñaron en el colegio en los 80 ya no es vigente.
Mis libros de texto infantiles decían que los frutos surgen de plantas o árboles que a su vez surgen de semillas que a su vez proceden de dichos frutos. Un círculo virtuoso que ha permitido alimentar constantemente a la humanidad desde sus primeros pasos hasta ayer. Y digo ayer porque ya no es así del todo. “Esta tomatera, al ser híbrida y crecer de una semilla que ya fue plantada antes, nos dará muchos menos tomates que si fuese la primera vez que se planta”, me dijo mi abuelo. “Pero... ¿entonces?”. “Entonces hay que comprar nuevas semillas cada vez”.
Buscando frutos más resistentes, grandes y de aspecto “bonito”, los agricultores llevan mucho tiempo hibridando semillas. El problema que tiene esta práctica es que no se pueden utilizar en generaciones sucesivas, porque se deteriora la información genética y no se obtienen frutos de la misma calidad. Y no es el peor panorama, ya que esta hibridación es una práctica natural, al fin y al cabo. No lo es la creación de semillas transgénicas. Son aquellas que ha sido manipulada genéticamente, tanto por la introducción de genes distintos a los que tenía la semilla original (incluso genes animales), como por la extracción de éstos o ambas cosas. Esta manipulación sólo puede ser realizada por multinacionales especializadas en ingeniería genética, como la archiconocida Monsanto. Estas semillas no son reproducibles, hay que generarlas artificialmente y comprarlas todos los años. Y por supuesto, están patentadas. Ningún agricultor tiene acceso al “código” de la semilla que está plantando y cuidando hasta que da el fruto. Y quien trate de modificarlo, será perseguido cual webmaster compartiendo enlaces para descargar música o cineserá perseguido.
La India, un país con más de mil millones de bocas que alimentar, estableció en 1995 nuevas leyes para regular el mercado de semillas, abriéndolo a estas multinacionales y sus semillas transgénicas. Se vendían -y se venden- como la mejor solución para obtener frutos grandes, bonitos en el menor tiempo posible y resistentes a todo tipo de plagas. Pero lo cierto es que desde entonces subieron los costes de producción (una semilla transgénica siempre será más cara que una semilla guardada de la cosecha anterior) y, al mismo tiempo, cayeron los precios de los frutos, ya que con las nuevas semillas la oferta aumentaba por encima de la demanda real, lo cual además constituyó el marco perfecto para otra de las grandes plagas de la agricultura moderna: la especulación. Fruto de lo anterior, desde 1997 más de 250.000 agricultores indios se han quitado la vida de pura desesperación, según la ONG Navdanya, liderada por la activista ecofeminista Vandana Shiva. (Corregido: aunque esta ONG sigue haciendo esta afirmación y por tanto la atribución a la fuente es correcta, gracias a las aportaciones de los comentarios a este post disponemos de muchas más fuentes que la desmienten).
Rentabilidad de privatizar la naturaleza
Al mismo tiempo, el mercado mundial de semillas ha pasado de mover unos 3.200 millones de dólares en 1995 a 10.000 millones en 2010. Sólo hay que mirar el siguiente gráfico de la International Seed Federation:
Como vemos, un mercado que ha crecido exponencialmente sobre todo en la última década. ¿Lo han hecho también los actores que en él participan? No, y ese es otro signo de nuestro capitalismo actual: más mercado, menos actores. En este gráfico animado en formato vídeo y elaborado por el profesor de la Universidad de Michigan Philip H. Howard podemos ver cómo se ha concentrado esta industria entre 1996-2008. Justo el periodo de mayor crecimiento del mercado. Precisamente el líder indiscutible es Monsanto, una empresa que en sus inicios a principios del S. XX se dedicaba a producir sacarina y era proveedora de edulcorantes para Coca-Cola. Los últimos datos que he podido encontrar, de 2007, la sitúan líder en el mercado de semillas. Junto a otras dos empresas (Pioneer y Syngenta) copaban entonces ya el 53%. Es muy probable que hoy sea mucho más. Si encuentras datos actualizados, déjalos en los comentarios.
¿Qué ha pasado realmente? Un directivo de alguna de estas empresas o un broker del mercado de futuros de alimentos de Chicago nos diría, seguramente, que gracias a la innovación y la competencia de libre mercado se ha creado riqueza. Y que eso, claro, es bueno para todos. Mi abuelo, en cambio, dice que echa mucho de menos cuando podía guardar las semillas y volverlas a plantar, en lugar de tener que comprarlas cada vez. Hoy ya no encuentra semillas. Dice que hay muchas variedades de frutas y verduras que directamente, ya no existen: se perdieron para siempre.
El fruto de 10.000 años
Según los defensores de los cultivos orgánicos, la diversidad natural de las semillas corre peligro de disminuir al ser desplazadas por las semillas ultracomerciales. Se trata de las semillas autóctonas, locales, fruto de la evolución y el trabajo de los agricultores durante 10.000 años. Al romper el simple y virtuoso círculo de semilla-planta-fruto-semilla, hemos permitido la privatización de la génesis alimentaria mundialhemos permitido la privatización de la génesis alimentaria mundial. Esto significa que, si seguimos por este camino, el hombre ya no podrá recurrir directamente a la naturaleza para alimentarse. Dependerá (ya lo hace en gran medida) de un mercado nutrido por el conocimiento privado y cerrado que generan empresas con ánimo de lucro.
Esto nos recuerda, quizá, a lo que ocurre con otros tipos de conocimiento o contenidos. Al igual que la SGAE hace en bodas y comuniones, Monsanto también persigue a agricultores que según ellos “violan las patentes” de sus semillas. Al igual que ocurre con la música y los libros, la gente empieza a “hackear” semillas. Con la diferencia fundamental que las semillas, al contrario que los libros y la música, sí nacían de los árboles. Se comienza a gestar todo un movimiento de liberación en torno a las semillas que pretende, apostando por las semillas ecológicas (es decir, ni híbridas ni transgénicas), reconstruir el círculo virtuoso.
Devolviendo las semillas al espacio público
Por ejemplo, la citada Vandana Shiva, para quien guardar las semillas es un acto político, propone desde su ‘Seed Freedom’ que la gente comience a crear sus propios bancos de semillas en comunidad, un repositorio de semillas naturales, fuera del alcance de las patentes, donde la comunidad pueda acudir para iniciar sus plantaciones y volver para depositar sus nuevas semillas. Una biblioteca de semillas. Conocimiento y semillas libres. A nivel europeo hay una gran campaña de lobby político social en marcha para salvar las semillas originales a través de Save Our Seeds (SOS). A nivel global está la Organic Seed Alliance, No solo eso: también podemos encontrar iniciativas similares esperando a arrancar a través del crowdfunding. Esta, por ejemplo, va por buen camino para lograr su financiación en Kickstarter. En España encontramos iniciativas similares, aunque de más amplio espectro en torno a la agricultura ecológica, que no tiene sentido fuera de este tipo de semillas: BBBFarming, del que ya os hablamos en Colaboratorio; Huertos compartidos o Regeneremos la Tierra. Todos estos proyectos se financiaron exitosamente a través de Goteo.org.
¿Y lo último de lo último? Pues el paso siguiente, aunque aún muy incipiente, parece seguir también la lógica que impregna todo desde que el poder descentralizador de Internet llegó para quedarse: el conocimiento abierto en la wikipedia, el código abierto del software libre... y las semillas de código abierto u 'Open Source SeedsOpen Source Seeds'. Desde la web de este proyecto están trabajando en una licencia open source para las semillas. Parece que la primera versión, la 0.1, no ha cuajado, aunque sí parece que avanza un prototipo del primer 'Open Source Seed Bank'.
Las semillas y los recursos fitogénicos son la base de la vida humana, lo dice la FAO. Mientras estamos siendo capaces de alumbrar nuevos proyectos para el procomún, al margen de los mercados tradicionales, en ámbitos como la música, los libros, el periodismo, el software, etc. ¿Qué nos impide pensar que llegará el día en que seamos capaces de crear un mercado abierto, libre y para el procomún de semillas?mercado abierto, libre y para el procomún de semillas Es más, igual que las grandes multinacionales alteran las semillas para que no se puedan reproducir tras la primera siembra, ¿podríamos crear, crowdfunding mediante, un laboratorio con científicos capaces de hacer lo mismo, pero en sentido contrario? No tengo conocimientos de agricultura y quizá entre eso y mis anhelos estoy imaginando algo sin sentido, pero de momento mi sentido común me lo sugiere. Me encantará discutirlo en los comentarios.
En fin, que si de alguna de estas formas pudiera recuperar alguna de las semillas que mi abuelo perdió de vista hace años, le haría feliz. Y al mismo tiempo eso significaría que millones de personas pueden volver a esperar los frutos de la naturaleza y comer, en lugar de engordar la codicia de algunos hombres en Chicago.
Hablando con mi abuelo ayer me di cuenta de que soy mucho más urbanita de lo que creía o quisiera ser. Mi abuelo tiene un terrenito, en mi pueblo, donde siempre ha cultivado cosas, sobre todo frutas como los higos, el níspero o la uva. Este año, empujado por el resto de la familia -seducidos como andamos todos por la moda de los “auto-huertos”-, ha creado un pequeño pero frondoso vergel de tomates, pepinos, lechugas, cebollas, y así hasta más de quince hortalizas diferentes. Ayer me decía mi abuelo: “Si llego a saber que era híbrida, no planto esa tomatera”. Su voz denotaba decepción. Y a mí que me gusta preguntar, y a él que le encanta hablar, empezamos a discutir sobre las semillas de todo lo plantado en el huerto, y yo, además, a darme cuenta de que lo que me enseñaron en el colegio en los 80 ya no es vigente.
Mis libros de texto infantiles decían que los frutos surgen de plantas o árboles que a su vez surgen de semillas que a su vez proceden de dichos frutos. Un círculo virtuoso que ha permitido alimentar constantemente a la humanidad desde sus primeros pasos hasta ayer. Y digo ayer porque ya no es así del todo. “Esta tomatera, al ser híbrida y crecer de una semilla que ya fue plantada antes, nos dará muchos menos tomates que si fuese la primera vez que se planta”, me dijo mi abuelo. “Pero... ¿entonces?”. “Entonces hay que comprar nuevas semillas cada vez”.