Hasta aquí llegó la riada

No era un asunto coyuntural o de cambio de ciclo. Tenía la configuración de una catástrofe. La extrema derecha podía irrumpir, no solo en el sistema político español, sino en su mismo Gobierno, ya que Pablo Casado le abrió explícitamente esa puerta en el tramo final de la campaña. Y en su mayoría el electorado actuó el pasado 28 de abril contra la hipótesis involucionista como si de hacer frente a una catástrofe se tratara.

En el barrio de El Carme y otras zonas del centro histórico de la ciudad de Valencia, después de la devastadora inundación de octubre de 1957 se pintaron en algunas casas y establecimientos marcas en el nivel que había alcanzado el agua con la leyenda: “Hasta aquí llegó la riada”. Décadas después de aquel desbordamiento del Turia todavía podían leerse en algunas paredes esas señales, para no perder la memoria ciudadana de lo que fue y de lo que había que evitar en el futuro. Es hora de hacer lo mismo con esta inundación de la extrema derecha. Marcar su alcance, para tenerlo presente de ahora en adelante y actuar en consecuencia.

A la espera de las municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo, el desbordamiento de la extrema derecha ha sido menor de lo que vaticinaban las alarmas, pero la huella fangosa de su riada, que huele a franquismo, a intolerancia y a una castiza nostalgia nacionalista, quedará marcada en las instituciones una temporada, quien sabe si para siempre. De momento, a su paso, ha dejado más destrozos en sus potenciales aliados (léase, sobre todo, el PP) que en las fuerzas políticas a las que venía a vencer, y ha suscitado algunos efectos llamativos en el comportamiento electoral.

Por ejemplo, Pedro Sánchez ha ganado medio millón de votos en estas generales en Andalucía sobre los que obtuvo hace cinco meses Susana Díaz, la primera víctima de la riada que no la vio venir, distraída como estaba mirándose al espejo de un liderazgo humillado por el fracaso de su candidatura en las primarias del PSOE.

En Catalunya, mientras el PSC volvía a recuperar impulso, por primera vez Esquerra Republicana ganaba unas elecciones generales, empujada a la vez por la necesidad de sus simpatizantes de parar el empuje de los reaccionarios y de señalar una vía para salir del atolladero en el que está metido el independentismo debido a la mala cabeza de sus líderes.

En el País Valenciano, único territorio en el que han coincidido unas elecciones generales y otras autonómicas, se ha visualizado el denominado “voto dual” como nunca antes. Compromís mantuvo con un ligero descenso (pasó de 19 a 17 diputados) su peso electoral, gracias a lo cual se ha salvado el gobierno de izquierdas en la Generalitat Valenciana, pero cedió casi dos terceras partes de sus sufragios a Podemos y al PSOE en las generales. Dicho de otra manera, y simplificando mucho, de cada 17 votos que consiguió Mónica Oltra en su terreno, seis fueron para Pablo Iglesias y cuatro para Pedro Sánchez en la simultánea pugna por el Congreso de los Diputados. A su vez, el socialista Ximo Puig tuvo cuatro puntos menos de apoyo que el líder estatal de su partido, y la candidatura valenciana de Unidas Podemos y Esquerra Unida liderada por Rubén Martínez Dalmau, seis puntos menos.

Son fenómenos solo explicables en clave de emergencia. La extrema derecha ya ha llegado, pero carece del empuje que muestra en otros países de Europa, lastrada como va por su poco disimulada raíz franquista, su reaccionarismo moral e ideológico y su ultraliberalismo económico, en cierto modo contradictorios. Habrá que seguir su evolución para comprobar hasta qué punto es capaz de convertirse en una fuerza más líquida, no tan espesa, y de alcanzar ámbitos más transversales. Un objetivo que hoy parece dudoso.

Sin duda la irrupción de Vox ha conseguido causar más desperfectos en las fuerzas con las que pretendía condicionar el poder que en esa izquierda “traidora” y “antiespañola” con la que quiere acabar. En definitiva, ha reventado por dentro a la derecha española, Ciudadanos incluido, aunque Albert Rivera sueñe con capitanear los restos del naufragio. Por eso, en la sede del PP tendrían que ir pintando una marca bien visible que pueda advertirles en el complicado futuro que les espera. “Hasta aquí llegó, de momento”.