Lo del debate electoral que se celebró el pasado lunes es de juzgado de guardia. El primer fraude de cara a las elecciones del domingo 26. Un engaño total. No es que todos mintieran, no digo eso, faltaría más. Lo que digo es que el debate en sí mismo fue una gran mentira. Cuatro atriles y cuatro tipos tiesos como palos mirando a no se sabe qué público. Yo estaba tumbado en el sofá. Nunca había visto un debate electoral. Bueno, creo que vi algo cuando lo del 20-D. Pero como el de la otra noche, ninguno. Juro que había despertado mi interés desde hacía unos días. El escepticismo contaba un poco menos. Las campañas electorales no me emocionan pero esta vez me dije que a lo mejor valía la pena asistir a la primera confrontación entre los principales cuatro partidos en liza. Además, con tanta matraca mediática era difícil resistirse. Un debate decisivo, no sólo para estas elecciones sino para nuestra propia vida. Eso decían los medios, sobre todo las televisiones. Por la tarde me dormí viendo el España-República Checa. Allí no metía un gol ni dios. Si el fútbol pagara a tanto por gol otra cosa sería. El caso es que me dormí a ratos y después de cenar me aposté en el sofá para asistir al debate del siglo. Nuestra vida iba a depender de ese debate. Eso decían los medios, sobre todo las televisiones. Sofá, ventilador dando vueltas en el techo, wasap a toda mecha para comentar con los amigos. Y a ver qué pasaba con nuestro futuro en la siguiente hora y media de nuestras vidas. Como en los Goya y los Oscar, iban llegando los protagonistas con sus servicios de asesoría. No se veía alfombra roja, pero más o menos era lo mismo. Posar para las fotografías. Luego a maquillaje. Un rato más tarde, al plató. Abrazos con los tres periodistas que se encargarían de hacer las preguntas. Cada uno a su atril. Preparados. Acción. ¡Ya! Empieza la función. El gran debate había comenzado. Ya ni me acordaba del gol de Piqué. Mi vida empezaba ahora. El gran debate.
Nunca había escuchado tantos tanto por ciento como en la primera embestida a cuatro bandas. La macroeconomía. Esos números que nada tienen que ver con la cuenta de la abuela. Ni con el milagro doméstico de llegar renqueando a fin de mes. Era como si les hablaran directamente a Botín y sus colegas. Pasaban de un asunto a otro sin solución de continuidad. Uno a uno desgranaban su canción particular. Primero hablaba uno. Después otro. Y así todo el rato. ¿Cuándo empieza el debate?, me preguntaba. Y me acordaba de cómo en el partido de la tarde nadie metía un gol ni por casualidad. A ver si van a tener que llamar a Piqué para meter el único gol de la noche, me decía para mis adentros. Pero nada. Aquello era aburrido a más no poder. Y no entendía por qué dejaban tan tranquilo a Rajoy. Un paseo en barca para el rey de los apaños contables. Los demás aireaban sus controversias. Pero mientras tanto, Rajoy nadaba a sus anchas, iba tranquilamente de una mentira a otra sin que nadie le arrugara una sílaba. Sólo cuando salió la corrupción, el erial se encrespó un poco. Casi nada. El gol no llegaba. Lo más próximo al punto de penalti fue cuando Iglesias le preguntó varias veces a Sánchez con quién iba a pactar si el PSOE quedaba segundo o tercero. Y ni así. Mutismo absoluto. Sospecho lo peor de ese mutismo. No sé ustedes. A Rivera le salió lo de Grecia, lo de Venezuela, y casi tuvo en la punta de la lengua que los camaradas de Iglesias habían fusilado a la familia del zar cuando la Revolución de Octubre. También Sánchez nombró, como ejemplo de máxima corrupción, la beca de Errejón en la Universidad de Málaga y a Monedero por lo de Venezuela. ¡Nada menos!
Se pasaba de un asunto a otro a velocidad supersónica. A la violencia machista le dedicaron apenas medio minuto, incluso algo menos de medio minuto. Cosas del reloj que exigía tiempos exactos para que cupiera la publicidad -el negocio es el negocio- entre bloques temáticos. No sé qué bloques temáticos. Allí el único bloque que existía era el de un mazacote de atriles estancos que convidaba sin remedio al aburrimiento. Y los periodistas. ¿Qué periodistas? No se sabía bien qué pintaba cada cual. A Piqueras no le dejaban abrir la boca. Se quejó más él que los presidenciables que, impasible el ademán, hacían guardia bajo los luceros. Para acabar, llegó el minuto de gloria. Cada uno nos miró fijamente para convencernos de que no lo dejáramos solo el día 26 de junio. El debate -¿qué debate?- había llegado a su fin. El balón lanzado por Piqué se quedó en el aire haciendo cabriolas, no llegó a la red. Nuestra vida y el futuro se iban a la cama para ver si en sueños la vida y el futuro se animaban aunque fuera un poco. Pues ni así. ¡Señor, qué cruz!