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Ana Marrades: “El feminismo necesita reconciliar la ética del cuidado con su reconocimiento como un valor”

Laura Martínez

16 de mayo de 2021 22:02 h

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No puede haber una democracia plena e igualitaria mientras los cuidados, actividad imprescindible para la sostenibilidad de la vida, sigan recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, como una carga. Sobre esta premisa trabaja Ana Marrades, profesora de Derecho Constitucional en la Universitat de València, Vocal de la Red Feminista de Derecho Constitucional y, desde junio de 2020, directora de la Cátedra de Economía Feminista de la UV y la Conselleria de Economía Sostenible. Marrades plantea el cuidado como “un derecho social imprescindible para el pacto constituyente”, una línea de trabajo que comenzó en 2016 con las propuestas de reforma de la Constitución, continuó con las dos ediciones del Congreso Internacional del Cuidado, la Igualdad y la Diversidad, organizados por la cátedra en Valencia en 2018 y 2020, y cuyo último paso llega con el libro Los cuidados en la era Covid-19; Análisis jurídico, económico y político (Tirant Editorial), que coordina y verá la luz en unas semanas.

Los cuidados no han tenido valor porque los han realizado las mujeres en el ámbito privado. Del mismo modo que no cuentan en el Producto Interior Bruto (PIB) ni en los medidores económicos, el derecho, disciplina androcéntrica, tampoco ha tenido interés por una actividad necesaria para la vida humana, indica la investigadora. Ello implica una doble desprotección; a la persona que cuida y a la que requiere de los cuidados y una doble carga para las mujeres, que compaginan el trabajo productivo con el reproductivo. “Nos coloca en una posición subordinada”, expresa Marrades, por el ejercicio de una actividad no remunerada y no reconocida, una doble jornada; la cadena de montaje paralela a la cadena de montaje, según la analogía de Silvia Federici.

Si existe ese desequilibrio en el reparto del tiempo, del trabajo y del reconocimiento, no puede existir un equilibrio en la participación de los asuntos del Estado. “Una democracia no puede permitirse ese desequilibrio en la participación de la vida pública”, apunta la constitucionalista, que subraya: “Si se quiere una sociedad igualitaria, es básico asumir la corresponsabilidad”. Marrades entiende la corresponsabilidad desde varias perspectivas: la familiar, con una división del trabajo equitativa entre los miembros de la unidad familiar -superando el esquema hombre-mujer- y la del Estado, reivindicando el desarrollo de políticas públicas. Así, plantea como ejercicios fundamentales “revisar la norma y su impacto”, incorporando la perspectiva de género en el derecho, cambiar el modelo productivo hacia la economía feminista -que pone en el centro el trabajo reproductivo y la sostenibilidad de la vida- y unas políticas públicas “guiadas por la corresponsabilidad familiar, social e institucional”.

“La pandemia ha puesto de manifiesto algo que no nos gusta ver: que somos vulnerables”, expresa la autora, que considera que la Covid-19 “ha hecho aflorar la desigualdad existente, magnificarla y ponerle cara”. La investigadora recuerda las dobles y triples jornadas de algunas mujeres, como las que pertenecen al ámbito de la salud, la limpieza o los servicios sociales, que son el 70% del sector sociosanitario, aunque “la gestión es masculina”, subraya. También recuerda que la desigualdad se ha cebado con las mujeres, responsables de trabajos esenciales, en condiciones precarias y sin protección, en caso de las migrantes.

La reivindicación de los cuidados causa cierta polémica en el movimiento feminista. Victoria Camps aboga por la ética de los cuidados; Beatriz Gimeno aboga por desfamiliarizarlos y despatriarcalizarlos, reivindicándolos como “un vector de desarrollo social y democrático”; mientras que Amelia Valcárcel se rebela contra la idea de que “feminismo es cuidar”. “El feminismo necesita reconciliar la ética del cuidado con su reconocimiento como un valor”, señala la docente. Frente al riesgo de afianzar roles consolidando el cuidado como derecho, Marrades plantea universalizarlo, dotarlo de valor, “que todos consideren que es necesario. Todos somos seres vulnerables e interdependientes en algún momento”. Para lograrlo, el papel público es esencial: “El Estado tiene que acompañar, tiene que hacer posible que el cuidado sea para todos en condiciones dignas”. Así, de la ética del cuidado que plantea Victoria Camps en su último ensayo, Marrades propone “la épica del cuidado”, “teniendo en cuenta que para nada debe ser un esencialismo”, sino un valor. “Cómo hacer compatible la ética del cuidado con el feminismo es la única manera de lograr la corresponsabilidad de todos: la familiar, social e institucional”, sentencia.