Nos guste o no, decirlo o que nos lo digan, somos una sociedad incívica y además pretendemos taparlo con hipocresía. Hubiera sido mucho mejor no tener que padecer una crisis como la actual para darnos cuenta de que lo somos. No podemos enviar vídeos de “cosas bonitas”, ni compartir en redes sociales iniciativas solidarias, ni salir a aplaudir a nuestras ventanas a las ocho de la tarde a la comunidad sanitaria, si luego actuamos en contra de todas con nuestro comportamiento diario. Un comportamiento que les perjudica. Porque nuestra inconsciencia, nuestro egoísmo, puede extender el virus y dar más faena, cuando no, contagiarlas a ellas, a esas personas que están luchando por nosotras en primera línea. Y digo comunidad sanitaria porque conviene recordar que además de médicas, hay enfermeras, auxiliares de clínica y celadoras, pero también personal de limpieza, cocineras o miembros de la seguridad.
Todas hemos visto el vídeo de una alcaldesa con una copa en la mano bailando alegremente con música a todo volumen en la calle ante el estupor de su vecindario. Todas hemos visto el vídeo del tipo que increpa a un policía municipal porque este le recrimina que no puede estar en la calle. Todas hemos visto vídeos de personajes que dicen que no se van a quedar en casa porque lo diga Pedro (Sánchez, claro), que solo lo hará si se lo dice Santi (Abascal). Todas hemos leído noticias de retenciones ayer viernes en las carreteras de Barcelona, Euskadi o Valencia (no, no he olvidado la capital del Estado, pero si ellas, en esta crisis, no se acuerdan del resto de ciudadanas, merecen el mismo oprobio) en un intento insolidario de escaparse a la caseta o al apartamento. Y todas presenciamos las quejas de habitantes de localidades de playa y no costeras -que en pequeños pueblos de interior en que las más jóvenes son personas que pasan de los 60, también está pasando- que observan, enfadadas, cómo las segundas residencias están a rebosar. Y no, no se puede disfrazar con humor comportamientos tan lamentables como gente que alquila o compra perros para salir a la calle, gente que intenta pasear otros animales como cerdos o cabras (!), personas que quedan con otras personas en el pasillo de los lácteos del supermercado para charlar, etc.
Lo peor es que tendremos que dar explicaciones a nuestras hijas. Y nos va a costar responder preguntas como ¿papá por qué nos ha puesto una multa y teniendo todo el coche cargado nos tenemos que volver a casa? o ¿mamá por qué tenemos tanto papel higiénico en casa? Y nos va costar responder… O bueno, tal vez no. Posiblemente muchas contestarán con el mismo cinismo con el que dan explicaciones diariamente de porqué se cuelan en la fila de entrada a un parking público, de porqué hacen no sé que artimaña para no pagar un determinado impuesto, o para justificar el material de oficina que llevan del trabajo a casa.
Nuestra sociedad posiblemente ya no tenga remedio, pero pensemos en las que vienen detrás. Pensemos que tenemos la obligación con ellas de procurarles un mundo libre de hipocresía y cinismo. De aplausos sinceros y concienciados. Una sociedad en la que ante una crisis, no tenga necesidad de sacar los tanques en la calle y baste con activar a los miembros de protección civil. En definitiva una sociedad cívica.