Eso de morirse parece que no tiene tan mala pinta. Que te mueres y te vuelves mártir de cualquier causa en menos que Pitbull encuentra pareja para uno de sus esperpentos musicales. Y vaya mierda si no te pasa, menudo pieza tenías que ser. Pero tranquilo, te pasará, por muy hijo o hija de puta que seas. Qué buenos somos todos cuando nos morimos.
Todo esto lo digo, como podrá presuponerse (ay, qué sería de nosotros sin las presunciones), con motivo de la muerte de Suárez. Dejando a un lado y comprendiendo el dolor de su familia por la pérdida sufrida en el clan, dicho sea de paso que es por lo que todos atravesamos de vez en cuando, para mí su muerte es otra muerte más de un hombre mayor al que le llegó su hora. Alabado sea Darwin. Que soez puedo llegar a ser, su cadáver aún caliente y yo así de fría.
Vale, igual he exagerado un poco. Suárez no era sólo un anciano, aunque no debemos olvidar que lo era, razón por la cual ha muerto. Trajo algún bien a España, desde luego, pero ya se sabe que ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Para muchos, era la voz en off de “Cómo conocí a vuestra democracia”. Para otros, donde me incluyo, era más bien un camaleón de camisa azul.
En todos los informativos han salido personajes políticos y de otros ámbitos de la sociedad deshaciéndose en halagos hacia su persona y hacia su presunta (sí, a estas alturas ya debe saberse que esta es una de mis palabras preferidas junto con un improperio que no reseñaré aquí) indiscutible aportación para la llegada de la democracia a este país. Ahora Barajas será bautizado como Adolfo Suárez, venga a poner calles y avenidas con su nombre y otras untadas a la puta moral social por el estilo. Esperemos que los registros civiles estos días no sean testigos de un pico de Adolfos porque, honestamente, es un nombre bastante feo.
De verdad, yo por todo eso ya no paso. Podría entender que se apreciara en su justa medida lo que significó Suárez para ciertas cosas, pero de ahí a hacer de él un Justin Bieber, believers incluidos, pues no. Más aún cuando los que hoy lo alaban para dar imagen de demócratas pese a que vivimos en una falsa democracia, fueron los que en su día lo repudiaron, incluido Juancar. Mención aparte merecen los que no tienen ni idea de la transición y están venga que subir fotitos dándole las gracias al presidente.
En fin, que adónde quiero llegar es a que hay otras muchas personas que se merecen muchísimo más todos cuantos homenajes puedan rendirse por su bestial entrega a hacer de este un mundo, si no mejor, al menos sí menos jodido.
En primer lugar, y no por simple enumeración sino porque son los abanderados en esto, quienes más hicieron por el mantenimiento de la cultura democrática hasta llegar al asqueroso punto de acabar enterrados en una cuneta fueron las víctimas del franquismo desde la primera fase de éste como banda terrorista, lo que derivó en el estallido de la guerra civil. También entran aquí los opositores a la dictadura, hijos de aquéllos. No puedo soportar que se dé honores de Estado a alguien que pasó su vida en despachos mientras se niega el genocidio aquí ocurrido, se ignoran miserias inconcebibles para quienes no hemos vivido una guerra ni se ensalza la fuerza y valentía de los que creyeron que tocaba mandar a tomar por culo a la dictadura. Me niego a admirar a un falangista mientras se es indiferente a tantos luchadores. Suárez pasó de ellos. Yo paso de Suárez.
Otros que cabría destacar como verdaderos depositarios de la fe democrática son precisamente los herederos de los anteriores, tanto por lazos de sangre como sociológicos. Me vienen inevitablemente ahora a la mente imágenes de las Marchas de la Dignidad de estos días pasados. Ellos luchan por lo que es de todos, por lo que los ladrones de guante blanco de arriba nos están arrebatando. Si eso no es democracia, que baje Suárez y lo vea. Sus pasiones obedecen al instinto de supervivencia necesario para levantarse cada mañana, el cual ni que decir tiene que es legítimamente superior a la mezquindad de la carroña que tenemos por clase política.
Y por último, por ir acabando únicamente porque habrá muchos otros rostros a los que mi cabreo no me deje llegar, mencionaré tres nombres que servirán tanto a mis argumentaciones como de ejemplo de lo que representan: Garzón, Silva y Alaya, tres agentes democráticos que trataron de llevar a cabo una justicia justa y fueron castigados por ello. Los tres han sido apartados de sus respectivas instrucciones contra el reinado del caciquismo español por los mismos caciques, quienes curiosamente se acusan entre ellos habiendo cometido los mismos delitos. ¿Dónde está César Millán cuando se le necesita?
En definitiva, que tanto funeral de estado ha sido en verdad para dar sepultura a lo que en teoría se honra: a nuestra democracia. Y respecto a mí y a mis teorías conspiratorias, estoy tranquila. La muerte a mí también me sentará bien. Hoy seré radical, mañana puede que tenga carácter o una marcada personalidad.