Hay que reconocer que el cine marcó la adolescencia y por tanto la vida de muchos de mi generación. Desconozco cuáles son los referentes vitales de los adolescentes actuales, pero sé que personajes como Brando, Buñuel, Bergman, Magnani, Moreau o Mastroiani forman parte esencial de nuestro patrimonio intelectual y sentimental. Cada vez que los medios se hacen eco de la desaparición o el declive de uno de aquellos personajes idolatrados, un golpe seco en la cara recuerda que el único y verdadero patrimonio que atesoramos es la pérdida.
Hoy leo que Bruno Ganz, referente del que un día se llamó nuevo cine alemán, padece un cáncer de colon que le ha impedido actuar como narrador en la representación de La Flauta Mágica de Mozart en el Festival de Salzburgo. No es nada excepcional que eso suceda a alguien que es casi octogenario. Como tampoco que Serrat deba suspender su gira aquejado de laringitis o que Sabina se retire sin voz del escenario a mitad de un concierto. Son sucesos que ocurren en el invierno. En este caso, creo que es mejor la elegía que el réquiem. Aquélla aporta sabiduría y tal vez serenidad; éste, dolor y duelo.
Recuerdo con nostalgia al Ganz que supo interpretar un día a dios y otro al diablo. Los actores son poderosos en sus personajes. Wenders lo convirtió en Jonathan Zimmermann, un humilde fabricante de marcos aquejado de una enfermedad terminal en aquel amigo americano basado en El juego de Ripley de Patricia Highsmith. Ganz fue un ángel que observa el mundo desde su cielo sobre Berlín. Fue también cruel como Hitler en su hundimiento, y en todos los personajes transmitió un sentido profundo de la condición humana. Pero mi Bruno Ganz, es, sin duda, el marino suizo, aquel mecánico de Zurich, que un día desembarcó en un buque mercante en la ciudad blanca, Lisboa, para decidir que ya no regresaba, para perderse en el Barrio Alto, y allí entregarse sin resistencia al amor y a la muerte. Ojalá la quimioterapia le dé un respiro en su particular partida de ajedrez. Porque, aunque parezca lo contrario, ni Ganz ni nuestros ídolos son dioses, y solo dios es inmortal, todopoderoso y temible.