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Cómo gestionar el multipartidismo y formar gobiernos de coalición: la experiencia valenciana del mestizaje

Pactos a tres bandas, mayorías construidas sobre acuerdos entre diversos partidos, bloques de derechas o de izquierdas... El bipartidismo está siendo barrido de la política española ante nuestros ojos sin que estén definidas claramente las respuestas. La falta de costumbre ante la nueva configuración de la democracia da valor a las experiencias que están dando respuestas a una pluralidad que, también en España, parece haber llegado para quedarse.

La Comunidad Valenciana ha sido gobernada esta legislatura con una fórmula de pacto tripartito de izquierdas que la derecha ha imitado en Andalucía a su manera, en este caso contando con la extrema derecha. Si en Valencia hay dos partidos en el Gobierno (socialistas y Compromís) que cuentan con el apoyo parlamentario de otro (Podemos), gracias a un pacto firmado por las tres formaciones, en Sevilla forman el gobierno dos partidos (PP y Ciudadanos) mientras uno de ellos mantiene un acuerdo con un tercero (Vox) para garantizar su apoyo parlamentario. Las coaliciones y los pactos van a ser el material con el que se fabricará la política en los próximos tiempos.

Cuando semanas después de las elecciones de diciembre de 2015 Pablo Iglesias ofreció a Pedro Sánchez un acuerdo de Gobierno para sacar a Mariano Rajoy de la Moncloa, se refirió una treintena de veces a un acuerdo “a la valenciana”. La tarde anterior,  Íñigo Errejón se había reunido con la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, amiga de ambos dirigentes morados. El encuentro se materializó en la propuesta de un pacto estatal entre PSOE, Podemos y Compromís, aunque los número seguían sin dar. En su rueda de prensa, Iglesias repitió varias veces la necesidad de adaptar la fórmula del “mestizaje” del Ejecutivo valenciano y reconoció que “los mejores consejos” sobre las negociaciones de Gobierno se los había dado Oltra, con quien charlaba habitualmente.

Con la vía valenciana, que gustó tanto a los dirigentes morados, estos se referían al Acuerdo del Botánico. Un pacto entre Podemos, Compromís y el PSPV-PSOE para desalojar al PP, metido de lleno en escándalos de corrupción, de las instituciones. Después de muchos años, la del Pacto del Botánico -por el jardín en el que se firmó- ha sido en España la primera experiencia de un Gobierno multipartidista que hasta ahora se ha saldado con éxito. Tres fuerzas políticas firmaron un acuerdo con un proyecto de legislatura progresista para un Ejecutivo de dos colores políticos. Era también, a nivel territorial, la primera experiencia de la izquierda plural al mando, un cambio radical después de 20 años del PP al frente de las instituciones en la época de las mayorías absolutas. Compromís, el PSPV-PSOE y Podemos comenzaban una legislatura con un programa social que planteaba la vuelta al Estado de Bienestar y un modelo de regeneración democrática.

La firma del acuerdo en junio de 2015 ponía fin al dominio del PP y se iniciaba el camino de un Ejecutivo de dos colores políticos, pero de cinco formaciones. Por un lado, en mayoría, el PSPV-PSOE de Ximo Puig, que competía en protagonismo con Compromís, coalición de tres partidos (el Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble Valencià y Verds-Equo) liderada por Mónica Oltra, y un Podemos que ejercía de apoyo parlamentario, con Antonio Montiel al frente. Un puzzle difícil de cuadrar; un encaje de bolillos.

Hay quien cree que el Parlamento valenciano anticipó la situación que estaba por venir en España, un sistema que en Europa lleva años siendo realidad: un modelo multipartidista, que no es si no la vuelta al parlamentarismo en esencia, a la democracia deliberativa, a llegar a acuerdos para aprobar medidas. “Ya estamos en un sistema multipartidista desde el ciclo electoral de 2015”, opina Carlos Villodres, profesor de Ciencias Políticas de la Universitat de València y asesor del grupo parlamentario de Compromís. “El ciclo electoral de 2015 se asentó como un cambio en el sistema de partidos español. A partir de la crisis económica, el modelo bipartidista no supo o no fue capaz de dar respuesta a nuevas demandas, y por otro lado tampoco fue capaz de representar a sectores amplios de la sociedad que veían cómo la crisis les había dejado por el camino. Al menos, a corto y medio plazo, es evidente que esa pluralidad social trasladada al ciclo electoral se mantendrá”, pronostica el politólogo.

De una opinión similar es Clara Ramas, filósofa política y compañera de viaje en Más Madrid, el proyecto de Íñigo Errejón y Manuela Carmena al margen de Podemos. “La política no ha sido capaz de afrontar esta situación [de emergencia social], y ello se ha traducido en desafección por parte de los votantes, falta de confianza y fragmentación. La  crispación y la dificultad para llegar a acuerdos dominan la política y han agotado la legislatura. Entenderse y llegar a acuerdos no va a ser una opción, sino una obligación si quiere mantenerse una vida institucional normalizada”. Un modelo que, por otra parte, es habitual en las democracias europeas, pero que en España aún se ve como una excepción y un problema en algunos ámbitos. Por ejemplo la derecha ha apelado a la inestabilidad durante años con el tripartito catalán y con el tripartito valenciano actual.

La fórmula valenciana era compleja: había que gestionar un gobierno casi cuatripartito en minoría, con un socio externo (Podem) fundamental para sacar adelante la mayor parte de iniciativas, y unos rivales políticos que agitaban fantasmas constantemente e intentaban agrandar las diferencias entre partidos. Ha aguantado sin grandes crisis y con los presupuestos anuales presentados en tiempo y forma. 

La clave, según los implicados, ha sido lo que se ha denominado mestizaje. En términos valencianos, es un modelo de contrapoderes en cada conselleria, de reparto en el protagonismo: si una consellería estaba dirigida por un socialista, el siguiente cargo sería de Compromís, y viceversa. Un sistema que impide que las decisiones se puedan imponer sin el conocimiento del socio político y equilibra la balanza de poder, buscando crear equipos en cada departamento. “La experiencia ha sido positiva. Permite que todas las fuerzas del Gobierno tengan información y aunque haya roces entre consellerías, no lo son entre partidos, no se dan dos gobiernos diferentes”, valora Villodres.

La complicación para cuadrar un Ejecutivo empezó con las primeras negociaciones. La alianza natural era la de socialistas y valencianistas, con apenas cuatro diputados de diferencia, que se mantuvieron tensas durante semanas. Oltra no ocultó sus ganas de ser presidenta del Consell y aguantó esta pretensión, que los socialistas recriminaban en base al número de votos. El PSPV superaba en 50.000 sufragios a Compromís, que alegaba haber triplicado sus resultados en tres años. Durante las negociaciones con Puig, Oltra resaltó la importancia de aplazar el quién (los altos cargos) hasta pactar el qué (las medidas y la forma del nuevo Gobierno). Cuando se acordaron los ejes de Gobierno, se rebajaron las tensiones y se cerró el organigrama. La clave, dicen, fue saber ceder.

Se dijo entonces que el Gobierno valenciano estaba a prueba de bombas. Las fricciones han existido, pero no han supuesto una ruptura. Diferencias en cuanto al modelo económico, dos elecciones generales, -en las que Compromís y Podemos, dos patas del acuerdo, se presentaban juntos frente a la tercera, el PSOE-; o el cambio de Gobierno tras la moción de censura de Pedro Sánchez provocaron roce, pero no la ruptura. Ni tan siquiera cuando Ximo Puig tomó unilateralmente la decisión de anticipar las elecciones sus socios, ya oponentes electorales, hicieron sangre, aunque Oltra mostró su malestar.

Las miradas puestas en Compromís y en el Botànic

Al margen de Pablo Iglesias, su excompañero de viaje, Íñigo Errejón, también se ha fijado en el modelo de Compromís y de su amiga Oltra para adaptarlo a Más Madrid. Valencianistas de izquierda, con una pata nacionalista y más conservadora, la formación no es una coalición al uso. Nació antes de que el lenguaje de las mareas y la transversalidad tomara el Congreso, como un experimento. En 2007 se agruparon bajo el nombre Compromís Pel País Valencià varios partidos de izquierdas para hacer oposición al PP. Varias escisiones después -como dicta la norma en la izquierda- se formó la coalición para participar en las elecciones autonómicas y municipales de 2011 con ex de Esquerra Unida, del Partido Comunista y de formaciones ecologistas como Els Verds (más adelante, Verds-Equo).

En Compromís hacen un alegato de la diversidad: son progresistas, defensores del feminismo y de los derechos LGTB, con simpatías ecologistas. Un mix ideológico que ha sabido anticiparse a las sensibilidades que han ido despertado en la población y adaptándolas en sus medidas. Esta pluralidad en la representatividad es, para Villodres, uno de sus mejores valores.

La idea de Más Madrid, expone Ramas, va más allá de una coalición o suma de siglas. “Nace de una reflexión más profunda sobre el contexto político: que, ante esta situación de bloqueo general, de pacto social roto, era necesario comenzar desde abajo, desde las regiones. Dicho esto, el modelo del Botànic es un muy buen ejemplo de cooperación entre fuerzas progresistas: en cierto modo ha sido una anticipación de la fórmula que se intentó a nivel estatal y que consiguió echar al PP de Rajoy del Gobierno, lo cual permitió algunos avances muy significativos para España”, añade la candidata.

La izquierda dividida que mejoró sus resultados

Dice el escritor italiano Andrea Camilleri que la izquierda se reproduce como algunas células, por escisión. En 2015, pese a que la izquierda valenciana se presentaba fragmentada -cuatro opciones con posibilidad de representación: PSPV, Compromís, Esquerra Unida y Podemos-, aumentó su presencia en las instituciones y consiguió ocupar el Gobierno autonómico. Pasó de un millón de votos a 1,3 millones en el parlamento autonómico, sin contar los 106.000 de Esquerra Unida, que quedó fuera de la Cámara autonómica por unas décimas.

La de la división de la izquierda ha sido una de las principales críticas a la formación de Errejón. Algunos, con el sistema electoral en mano, pronostican que tres opciones de izquierdas perjudicarán al bloque en la Comunidad de Madrid y en la propia capital.

Villodres cree que el cambio político valenciano se dio porque “hubo mucha gente que no se sentía representada por la forma de hacer política de otros partidos de izquierdas y que apostó por un cambio. Por eso ayudó también a tener una mayoría bastante amplia de la izquierda, que no se había dado desde hace mucho tiempo”.

Las confluencias electorales que se presentaron en las elecciones de 2015 y a las que se sumó posteriormente Podemos fueron buen ejemplo de lo expuesto, un experimento de confluencia previo a las elecciones generales. Personas como Ada Colau o Manuela Carmena, anteponiendo un proyecto político a las siglas, se ganaron el favor de la gente. “Cuando te pones a debatir de cosas grandes pueden haber más matices; cuando te pones a hablar de soluciones concretas para problemas del día a día, es más fácil encontrar el acuerdo”, añade el politólogo.

Compromís no es una confluencia de Podemos, ya existía y tenía presencia institucional antes de que la formación morada irrumpiera en escena. La transversalidad es un concepto que desde la izquierda lleva en boga desde hace algunos años. “Ha sido nuestra hipótesis desde el principio, desde la quiebra de la vieja política. En la jungla neoliberal necesitamos una comunidad política que cuide, proteja, garantice derechos y aporte certidumbres”, expone Ramas, “La apuesta de Más Madrid es que la mejor manera de lograrlo es con una plataforma ciudadana amplia, transversal, donde profesionales o expertos que no vienen de la política aportan sus conocimientos”, concluye la filósofa.