— ¿Necesitas hablar?
Tras cruzar un portal todavía repleto de barro, tres voluntarios de la Cruz Roja llaman a la puerta de Antonio, un hombre de casi ochenta años que lleva sin salir de su casa de Paiporta desde que el temporal arrasó todo el pueblo.
— Estoy bien, ha venido mi hija de Madrid y por suerte estoy ya un poco más acompañado.
Casa por casa, puerta por puerta, un grupo de psicólogos, trabajadores sociales y voluntarios de esta entidad recorrían el jueves las zonas más dañadas de Paiporta, uno de los municipios de la llamada ‘zona cero’ de la DANA que sigue devastado nueve días después de la riada.
Llevan comida y medicamentos a los vecinos que todavía no se atreven a salir de casa. Y también ofrecen ayuda psicológica a los que lo han perdido todo y no logran vislumbrar un futuro cuando el barro desaparezca de las calles. Según el primer recuento provisional, en Paiporta han muerto 62 vecinos.
A Antonio le han llevado su medicación, fruta y otros alimentos para que pueda subsistir hasta que se atreva a volver a salir a la calle. Él se lo agradece y les pregunta cómo está la situación ahí abajo. Le responden que todavía no está para salir. “Espérate unos días más”, le piden.
Buena parte de las calles de Paiporta (27.000 habitantes) siguen deshechas. En algunas vías todavía hay dos palmos de agua y barro. Las más estrechas siguen intransitables y las montañas de basura y muebles inutilizables se amontonan en las aceras hasta el punto de que en algunas calles no se puede ni pasar caminando.
El olor de la basura, la humedad y el barro hacen que en algunas zonas sea complicado respirar sin mascarilla. Todavía hay muchísimos bajos impregnados de barro y las calles están saturadas de voluntarios, bomberos, policías, militares y cientos de vehículos del ejército, la UME y distintos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
“Los primeros días la gente estaba totalmente en shock, ocupada en limpiar y localizar a sus familias”, explica Patricia Martínez, una trabajadora social de 33 años que participa en el operativo de la Cruz Roja. “Desde ayer empezamos a notar que algunos afectados admiten que necesitan atención psicológica”.
En términos coloquiales, tanto Martínez como la psicóloga con la que hace binomio, Rocío Antón, señalan que a la población de Paiporta empieza a “darle el bajón” después de unos días en los que, de tan desbordados que estaban, ni siquiera se podían parar a pensar en todo lo que ha ocurrido. “Ahora viene la vuelta a la realidad”, advierten.
La principal patología detectada en la población es la ansiedad. También se están encontrando cuadros de insomnio severo y pesadillas en los vecinos que vieron cómo las calles se anegaban de agua hasta más de dos metros de altura.
“Los que han sobrevivido piensan sobre todo en lo que les podría haber pasado”, apunta Antón, la psicóloga, mientras serpentea por las calles de un municipio que parece una zona de guerra.
3.000 personas desplegadas
Desde el pasado miércoles, solo la Cruz Roja ha desplegado a más de 3.000 personas sobre el terreno para ayudar a las víctimas de la DANA. Son unos 300 equipos que, según datos de la entidad, han realizado 78.000 asistencias y han repartido casi 100.000 comidas entre la población y los cuerpos desplegados en la zona.
Entre los que han venido estos días a trabajar está Paco Túnez, un empleado de la Agencia Tributaria en Tarragona que lleva ya más de 35 años compaginando su profesión con un voluntariado que le ha llevado por catástrofes en todo el mundo.
“He estado en dos tsunamis en Filipinas y la situación aquí es muy parecida”, afirma mientras conduce un vehículo de emergencias por las saturadas calles de Paiporta. “El dolor siempre es similar, pero hay zonas del mundo que están un poco más acostumbradas a sufrir situaciones como esta”.
Túnez lleva desde el lunes recorriendo las calles de las poblaciones más afectadas por la DANA haciendo tareas de primeros auxilios y de atención psicosocial. Una parte de su labor, explica, se ha centrado en las personas que están solas y no tienen quién les ayude.
“Hay mucha gente que necesita hablar, sentir que hay alguien que se preocupa por ellos”, sostiene. “No vas a quitarles el dolor, pero sí puedes intentar que recuperen el control de la situación”.
Túnez camina junto a otros voluntarios, como Noelia Valls o Manuel Bravo, llegados desde Alcoi. Todos llevan años en situaciones complejas, desde una epidemia de cólera en Haití hasta el incendio de València del pasado febrero. Todos coinciden en la magnitud de la tragedia del 29 de octubre.
“Esto es una emergencia enorme, inabarcable”, explica Bravo. “No está focalizada en un solo sitio sino que la desgracia es inmensa y generalizada”.
El personal de Cruz Roja no solo reparte comida y medicamentos u ofrece asistencia psicológica. Cuando llegan a un lugar en el que faltan manos, son los primeros en dejar lo que están haciendo para agarrar las escobas y sacar barro.
Patricia y Rocío, las dos profesionales que hacen atención psicológica a domicilio, llegan sobre las tres de la tarde al domicilio de Loli, una mujer que se salvó por los pelos de la riada y cuya casa quedó muy afectada.
Al llegar, se encuentran que su domicilio vuelve a estar inundado. Ambas se arremangan, cogen dos escobas y empezar a intentar sacar todo el agua de su casa.
Tras casi una hora con las escobas, el piso vuelve a estar mínimamente presentable. Finalmente logran charlar un rato con Loli, para saber cómo está. Loli cuenta que en algunos momentos no puede parar de llorar, pero que también le consuela ver cómo la población intenta ayudarse entre sí y saber que en el fondo se ha salvado.
— ¿Podemos hacer algo más por tí?— le preguntan antes de salir de su casa.
— No, tranquilas. Sé que tengo vuestro teléfono y esto me da mucha tranquilidad.
Las dos trabajadoras se funden en un abrazo con Loli y se marchan para seguir atendiendo a los demás vecinos de Paiporta.