Honestamente, a mí todo lo que ha pasado estos últimos días me confunde muchísimo. Me confunde que aquí todo el mundo sea Charlie. “Je suis Charlie” ha sido la frase de moda esta última semana. No pretendo tratar el tema con frivolidad, pero creo que no se rinde ningún homenaje al verdadero Charlie anteponiéndole el egoísta pronombre de la primera persona del singular. Ninguno de nosotros es Charlie. Charlie sólo hay uno. Charlie no soy yo, ni tú, ni nosotros, ni vosotros.
En primer lugar, no somos Charlie porque la gran mayoría de nosotros no hubiéramos tenido el valor de asociar nuestro nombre y con ello nuestra integridad y vida misma a la caricatura de un personaje religioso la cual está penada con la muerte, como los hechos se han encargado de demostrar. Esa osadía sólo se materializó en un lugar.
Tampoco somos Charlie porque no hemos sufrido la bestialidad de lo ocurrido. Ni morimos allí, ni temimos por nuestra vida, ni experimentamos el enorme trauma con el que ya tendrán que vivir quienes realmente saben lo que ello fue. Seamos claros, sólo podemos imaginar su dolor, no sentirlo.
Y finalmente, no somos Charlie por la razón de más peso: porque la tolerancia religiosa que tanto llena los discursos de políticos pero también de personas de a pie no es más que puta hipocresía. La religión no entiende de respeto. Si no, ¿a santo de qué un ser mágico te diría cómo has de vivir tu vida y por qué los otros deben ser castigados si no hacen lo propio? Me aventuraré y diré que eso huele un poquito a tiranía.
Podría lanzarse la contra a este respecto diciendo que la religión sólo fue una excusa de unos indeseables para perpetrar tal carnicería, que los verdaderos creyentes no utilizan sus creencias como armas. Aún así, ¿cuántas más “excepciones” y “desviados de la fe” hacen falta para que la religión sea tratada como el cáncer humanitario que realmente es? Que yo sepa, todavía nadie se ha inmolado en nombre de Darwin. Curiosa coincidencia. Puede que la religión no sea el foco del problema, de este al menos, pero que no quepa duda que si ella no existiera algunas familias francesas no estarían hoy ahogadas de dolor.
Y el rollo de la tolerancia religiosa es postureo aún más si cabe aquí en España. Sólo cabe esperar que el Opus no se alce en armas con el general Rouco Varela a la cabeza porque los católicos españoles no son precisamente el paladín del respeto. Atrocidades que llevan su nombre hay mil, desde la campaña en contra de los derechos de la mujer a la comida de tarro que llevan a cabo en sus escuelas. No sólo matan las balas. El adoctrinamiento y la opresión son también barbaries terroristas contra los derechos fundamentales de la condición humana.
Por todo, Charlie sólo fueron unos pocos, los que ya no están y los que sí de pura casualidad. Ellos se merecen nuestra más grande veneración porque han hecho lo que ninguno hemos hecho y han perdido todo mientras el resto lo único que hacíamos era mirar la tele y retuitear fotos. Sólo ellos saben lo que es ser Charlie. Tal vez por eso son capaces de perdonar lo que muchos de nosotros no podríamos perdonar.