La portada de mañana
Acceder
El Poder Judicial empieza a actuar ante los insultos de jueces a políticos de izquierda
Asisa estudia asumir Muface en solitario y garantizar la sanidad de los funcionarios
Opinión - Contra los impuestos. Contra el bien común. Por Joan Subirats

Cuando nosotros somos el coronavirus

En estos días de reclusión forzada cuesta no pensar en otra cosa que no sea en quienes lo están pasando mal, sea por la infección del virus, por el fallecimiento de algún familiar o personas cercanas, sea por estar recluidas en casa con quien no quisieran, o por muchas otras combinaciones odiosas que nos deja este virus con corona. Sin embargo, no podemos dejar de pensar en los otros seres vivos que no son humanos, y nos damos cuenta de que para ellos nosotros somos el coronavirus.

Con los humanos recluidos en sus casas, desaparecidos de las calles, plazas, jardines, parques y demás zonas públicas, de repente, las especies animales y vegetales empiezan a respirar, a recuperarse. Pueden salir, moverse libremente, desarrollarse sin peligro, campar a sus anchas porque no hay humanos peligrosos a la vista… Con tan poco tiempo relativo sin humanos molestando, atacando o contaminando, seguramente su curva de retroceso no se detiene, pero va camino de aplanarse (como la nuestra deseada de infectados), se hace más llevadera.

Leemos que en solo dos días los datos de polución en Barcelona han caído a la mitad, ¡en solo dos días! No nos podemos ni imaginar cómo será la progresión a lo largo del tiempo (seguramente meses) que nos queda de confinamiento. La capa de ozono se debe estar preguntando qué ha pasado, si de repente, como por arte de magia, se ha encontrado la vacuna para su enfermedad, porque de un día para otro se encuentra mucho mejor, y su herida, en forma de agujero, se va cerrando poco a poco.

Nos llega un video (por cierto, benditos memes que nos hacen reír confinados) donde las calles vacías de Venecia impresionan, se ven los callejones otrora infestados de aglomeraciones, vacíos, sin gente. Pero impresiona todavía más ver los canales que han recuperado sus aguas cristalinas gracias al confinamiento de las personas. Y no solo eso, los peces y los patos han vuelto a entrar en los canales, a nadar libremente por sus aguas ahora sin el petróleo de las vaporetto. Ni los más mayores del lugar recordaban haber visto peces en los canales, como si ahora ellos estuviesen visitando, convertidos en turistas acuáticos, esa ciudad de ensueño.

También imaginamos el silencio de los espacios naturales, con sus zonas de recreo y esparcimiento vacías, cerradas (aunque a algunos domingueros les haya costado un poco más entenderlo). Los árboles, arbustos, hierbas y demás plantas mirándose unos a otros sin entender qué ha pasado, dónde está todo el mundo. Y poco a poco, con sigilo, todavía con miedo, ir aprovechando para ocupar el terreno que las personas les habían quitado.

Este virus rey de todos los virus (solo de momento nos tememos), que nos obliga a permanecer en casa, también nos ha puesto frente al espejo de la relación que tenemos con el resto del planeta. Es cierto que se avecina una fuerte crisis social y económica, pero el movimiento ecologista lleva mucho tiempo avisando y, ojalá, este virus sea el empujón definitivo para replantearnos cómo queremos habitar el planeta. Quedémonos en casa, aplanemos la curva.

*Javier Rivera Linares. arquitecto urbanista (la paisatgeria)

Jaime García Mira. arquitecto (la paisatgeria)