Pelotazo de fin de año

28 de diciembre de 2024. No, no ha sido una inocentada. Después de décadas de intentos, de llamar a la puerta de la Internacional de la pelota vasca para conseguir una representación vasca propia, ahora sí que ha sido posible. Cuando este deporte popular nuestro ya se ha internacionalizado desde el germen que le da nombre y sentido. Porque tampoco se trata de un juego que naciera en un lugar y perdiera, o variara siquiera, la esencia de ese origen geográfico. Porque la presencia vasca ha sido y es constante e inevitable en su desarrollo, en sus mejores pelotaris, en sus medios materiales, en su seguimiento, en su cobertura mediática. En su afición, en los pelotazales. Había que “desatar el engendro”, como escribiera el diplomático mexicano Salvador Arriola sobre esa ausencia continuada en este deporte de los vascos con su propia camiseta. Por fin. ¿Y por qué ha tenido que ser ahora? Por dos razones. Una formal y otra de fondo. Una espita y un caudal imparable.

Es cierto que un cambio legislativo lo ha facilitado todo. Por primera vez una ley española del deporte ha recogido algo que para la mayoría era de pura lógica y razón. La lógica y razón de que, como ocurre en otros parajes, un deporte con nacimiento, con arraigo histórico y social en un determinado territorio pueda ser representado desde su comunidad natural. El primer y básico supuesto de un precepto, el artículo 48.2, que santifica la presencia autonómica en el campo deportivo internacional oficial. Y hay que subrayar que no se trata hoy ya de un pacto político, sino de una ley de general aplicación y de obligado cumplimiento, incluso para algunos que pretenden todavía desconocerla, en aras de mantener su visión uniformista que al final no es sino de machito de poder. Ley del Parlamento, de incuestionada constitucionalidad, y procedimiento el seguido de entera legalidad en su aplicación.

Porque, más allá de las cautelas ante la posible sustanciación de recursos relacionados con el iter de adopción de acuerdos internos asociativos, que lo son (recordamos) de una organización internacional, la decisión tomada por ésta, la Federación Internacional de Pelota Vasca (sí, Vasca, como recordó su presidente) el pasado sábado es ejecutiva y plenamente efectiva.

Ya en julio de 2023 existía el previo acuerdo del Consejo Superior de Deportes que exige el artículo 48.2, y ese 'nihil obstat' se produjo, efectivamente, previo al proceso de integración, por lo que no hay otro pendiente. Es más, el estricto cumplimiento del precepto debería haber producido que el CSD, como autoridad administrativa estatal del deporte, instara a la federación española concernida al “apoyo conjunto” que se vincula a ese acuerdo, apoyo sustituido por oposición cerril y desbocada, pese a afectarse un legalmente reconocido derecho de la federación autonómica y de los deportistas que forman parte de ella.

El procedimiento, como ha informado ayer la FIPV al CSD y a la propia federación vasca, ya ha finalizado, y lo ha hecho con la aceptación de un miembro más de esta organización internacional que data de 1929. Y nada menos que el 78% de la asamblea de la FIPV ha dado la bienvenida a Euskadi a su seno. Federaciones de países de tanto peso en este deporte como Argentina, México, Venezuela o Francia (subráyese este último) quieren a los vascos con su selección representativa, en pie de igualdad, con todos los derechos competitivos.

Con la integración, a salvo retrasos que deriven de las previsibles impugnaciones, puede haber tiempo para que la Euskal Selekzioa esté presente en los Mundiales de 2026 de San Luis, Argentina, y mucho más para que lo esté de cara a 2030, cuando la cita será en la propia Euskadi. Esos serán, también, momentos indelebles.