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Crítica / Ópera

Brillante despedida wagneriana de Gaffigan

Un momento del segundo acto de ‘El holandés errante’.
9 de marzo de 2025 15:32 h

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El holandés errante. Ópera romántica en tres actos. Texto y música: Richard Wagner. Nicholas Brownlee (Holandés). Elisabeth Strid (Senta). Franz-Josef Selig (Daland). Stanislas de Barbeyrac (Erik). Moisés Marín (Timonel). Eva Kroon (Mary). Cor de la Generalitat Valenciana. Coro de la Comunidad de Madrid. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección de escena: Willy Decker. Director de la reposición: Stefan Heinrichs. Director musical: James Gaffigan. Palau de les Arts, València. 8 de marzo de 2025.

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El director neoyorquino James Gaffigan dejará la dirección musical del Palau de les Arts a partir de la temporada próxima, cuando será sustituido por el inglés Marc Elder. Las representaciones de Der fliegende Holländer (El holandés errante), que se iniciaron el pasado día 2 de marzo y concluyen el próximo 14, serán las últimas de su titularidad, iniciada en la temporada 2021-22, por lo que a ópera se refiere, si bien todavía ofrecerá un concierto sinfónico el próximo 3 de abril. La representación del día 8 presentaba un lleno absoluto, ya que los más afortunados de los afectados por la suspensión del día 5 cubrieron los pocos huecos que había.

Esta producción de El holandés supone el séptimo título wagneriano que Les Arts pone en escena, y el segundo bajo la batuta de Gaffigan, que ya dirigió Tristán e Isolda en 2023. Cabe recordar que el Palau de les Arts había colaborado en una versión semiescenificada que programó el Palau de la Música en 2017 con la Orquestra de València y el Cor de la Generalitat. Estrenada en Dresde en 1843, El holandés errante es la primera de las óperas de madurez de Wagner. En ella se pueden distinguir algunos Leitmotive o motivos conductores, y tiene identidad musical propia, junto con una acusada plasticidad descriptiva. El director de orquesta Felix Mottl decía que, se abra por donde se abra la partitura, el viento del mar siempre salta a la cara.

El maestro norteamericano ofreció una versión contundente y vibrante, llena de pasión y profundidad, más bien rápida y, a mi juicio, algo escasa de flexibilidad. Dirigió con gesto preciso a una orquesta entregada, en la que destacaron especialmente las cuerdas y los metales. Entre los cantantes brilló con luz propia su compatriota, el bajo-barítono Nicholas Brownlee, que triunfa en los últimos tiempos en el repertorio wagneriano. Encarnó un Holandés intenso, con una profundidad plena de matices. Pese a la difícil escritura del papel, lució unos agudos plenos y contundentes, al tiempo que unos carnosos graves. Todo con una dicción detallista y esmerada. La soprano sueca Elisabet Strid fue una Senta más sensible que dramática en la Balada del segundo acto, que cantó con bello timbre, para ofrecer toda la dimensión trágica en el fogoso tercer acto. 

El bajo alemán Franz Josef Selig ofreció un noble y rotundo Daland, mientras que el tenor francés Stanislas de Barbeyrac cantó con sensibilidad y bien timbrada voz el papel del despechado Erik. Correctos el granadino Moisés Marín como Timonel y la holandesa Eva Kroon como Mary. El Cor de la Generalitat, dividido por sexos entre los marineros de Daland y las hilanderas de Mary, cumplió su cometido con la perfección y el oficio que acostumbra. Desde fuera de escena llegaban lejanas las voces de ultratumba de la fantasmagórica tripulación del Holandés cantadas por hombres del Coro de la Comunidad de Madrid.

La producción de Willy Decker, dirigida en Valencia por Stefan Heinrichs, se desarrolla en unos vistosos decorados de Wolfgang Gussmann, con iluminación de Hans Tölstede, de marcado efecto dramático. Según explica Heinrichs, se trata de presentar el Holandés como un personaje fruto de la imaginación de Senta. Esta visión psicoanalítica de la obra se desarrolla en un monumental decorado invariable, lo que es especialmente adecuado para una representación sin descansos, como la que se ofreció en Valencia. 

Toda la acción se presenta en dos estancias de una casa de proporciones gigantescas, con una puerta que se abre y se cierra sobre la principal, desde la que se ve otra, a través de un vano sin puerta, en la que un enorme cuadro representa el mar embravecido y un velero agitado por las olas. El movimiento escénico es siempre muy animado y la obra se sigue con permanente interés. Es una pena que las hilanderas no sean tales, sino costureras que reparan una gran vela marina. Así, la descriptiva música de Wagner que sugiere el rodar de las ruecas queda sin apoyo en la escena. También parece innecesario vestir al Holandés con un abrigo tan grueso, que lo hizo sudar visiblemente durante toda la representación. El público premió con prolongados aplausos la labor de todos, singularmente la de Brownlee, y aclamó a Gaffigan en el brillante cierre operístico de su titularidad.

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