Durante la campaña electoral de las elecciones presidenciales del año 1992 en las que el republicano George H. W. Bush compitió contra el demócrata Bill Clinton se popularizó una frase que dio un vuelco al resultado electoral: es la economía, estúpido. Con una popularidad en torno al noventa por ciento, aquel enunciado resultó crucial para que Clinton pudiera centrarse en los asuntos relacionados con las necesidades más concretas de las personas, eclipsando así los éxitos de su rival conseguidos con el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico. La economía, lo importante siempre ha sido la economía en unas elecciones.
Un 15 de Mayo de 2011 salimos a las plazas por la economía. El estallido de la burbuja inmobiliaria, junto con una crisis financiera sin precedentes, sucumbió al país a una recesión económica cuyos costes fueron los derechos sociales que había conquistado la clase trabajadora en España con esfuerzo y, sobretodo, muchas huelgas. Ha pasado tiempo desde entonces. Hay quienes defienden que el ciclo histórico que surgió tras el Movimiento 15M se ha ido marchitando hasta cerrarse definitivamente. Sin embargo, las plazas se vaciaron pero la indignación continuó y evolucionó de diversas formas, manifestándose a lo largo de los diferentes procesos electorales: desde el surgimiento de Podemos, pasando por el crecimiento de las fuerzas independentistas en Cataluña y acabando por la aparición de una nueva formación de ultraderecha. Aquella indignación se ha traducido irremediablemente en una inestabilidad crónica: ya estamos de camino de nuestras cuartas elecciones generales en cuatro años.
Nunca hemos dejado de indignarnos desde entonces. Si existe alguna certeza con respecto a las conquistas conseguidas mediante la participación ciudadana en asambleas es que nos volvimos a politizar. Y de eso tratan las elecciones del 10 de Noviembre: de que dejemos de estarlo. Ya es suficiente. En la actual coyuntura de vaivenes financieros y tensiones geopolíticas, con los trágicos efectos sociales y económicos que conllevan, también existe un marco de oportunidades político abierto en las que las alternativas a este sistema económico injusto, desigual y muy contaminante puedan tener mayor eco. Eso es, parecer ser, lo que le quita el sueño a nuestro Presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
La desafección ciudadana con la política institucional, aquél grito del “no nos representan” que todavía perdura, sigue teniendo la misma causa por la que se salió a las plazas: una élite que no votamos en ningún proceso electoral pero que dirige la política, mientras que la mayoría de nuestros representantes obedecen. Si algo ha quedado claro en estas infructuosas negociaciones para la investidura es que existen intereses económicos inconciliables. Sin embargo, el adelanto es una oportunidad para cambiar la correlación de fuerzas a favor de la mayoría social. No van a permitir bajo ningún concepto que una fuerza política esté en el Gobierno de la Nación para derogar la reforma laboral, que precariza el empleo y abarata el despido generando así amplios beneficios empresariales. No van a permitir bajo ningún concepto que una fuerza política esté en el Gobierno de la Nación para llevar a cabo una política fiscal progresiva en la que contribuyan más los que más dinero tienen. No van a permitir bajo ningún concepto que una fuerza política que esté en el Gobierno de la Nación imponga sanciones y restricciones a aquellas empresas que generen abundantes emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero. No van a permitir, en definitiva, bajo ningún concepto que Unidas Podemos esté en el Gobierno de la Nación y recorte sus privilegios.
Por todo ello, convertir la indignación en abstención en las próximas elecciones generales ampliará todavía más la brecha existente entre representantes y representados. El marco de oportunidades no es indefinidamente abierto y, quizás, nos acerquemos a la que sea la última de las batallas, sin garantías suficientes de una solución favorable a los intereses de la ciudadanía. Frente a la incerteza, una certeza: el poder de tu voto en unas elecciones es el mismo que el de Patricia Botín. Ya somos mayoría en las calles, faltan los parlamentos. Quizás así consigamos, por fin, los y las de abajo poder dormir tranquilamente.