Exdirectora de Gabinete de Economía y Hacienda de Madrid. Autora del libro sobre confluencias municipalistas “La conquista de las ciudades”. Profesora de Historia. Exdiputada autonómica de Esquerra Unida y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida.
Bebés robados: “Su hija se ha muerto heladita de frío”
1962, Hospital General de Alicante
Nuestra historia comienza en marzo de 1962 en un hospital, el General de Alicante, entonces conocido popularmente como La Residencia. Francisca Robles se encuentra sola en una fría habitación de hospital. Cuenta con tan sólo 27 años de edad y acaba de dar a luz a dos niñas, mellizas. Seguramente idénticas. Desde que las parió ha pasado el tiempo dormida, aturdida, y apenas se despierta para amamantarlas.
Unas 40 horas después, a eso de las cuatro de la mañana, una monja, que hace las veces de enfermera, la despierta desde el umbral de la puerta y le dice que una de sus hijas ha fallecido. Las palabras con las que se lo anunció quedarán grabadas para siempre en su mente: “Su hija se ha muerto heladita de frío”. En La Residencia, los recién nacidos eran cuidados en una sala llamada “nido”, apartada y desconocida para los padres, en la que, al parecer, debido a extremas condiciones climáticas, falleció la niña de los Picó un 30 de marzo de 1962.
Francisca siempre recordará extrañada que no vivió la noticia con el dramatismo que la situación requería sino como inmersa en un profundo sueño, de tal forma que a la mañana siguiente rememoraba la escena más como el fruto de una alucinación que como un recuerdo tangible. De hecho, durante su estancia en el hospital caería alguna que otra vez desmayada al suelo desde la propia cama. Tiempo después entendió que seguramente la habían estado sedando desde el principio.
Un bebé en el limbo
Es al día siguiente cuando Antonio, su marido, al ir a visitarla recibe la noticia. Él siempre recordará que quien se la dio fue “un hombre de bata blanca”, diciéndole que necesariamente había de procurarse una caja para depositar los restos de su hija. Antonio y Francisca pidieron ver su pequeño cadáver pero les dejaron meridianamente claro que eso era un imposible. Como “lo que un médico o una monja decían iba a misa”, Antonio corrió a cumplir lo que creía era el acostumbrado cometido del padre de una niña recién fallecida. Encontró cerca de La Residencia una tienda de ultramarinos donde compró una caja, ruda, mediana, suficiente.
Mientras tanto, en la habitación del hospital, como cada día Francisca recibía la visita del cura, quien, al preguntarle por las niñas a la paciente, se enteraba de la triste noticia. El religioso se quedó perplejo e indignado porque, siempre que una criatura empeoraba de salud, se le urgía inmediatamente a bautizarla para garantizarle el cielo. Así que salió veloz por la puerta, dispuesto a pedir explicaciones. Mas nunca regresó. Francisca no volvió a verle ni supo en que quedaron sus exigencias.
Una caja de conservas como caja mortuoria
Cuando Antonio regresó al hospital, entregó la cajita de conservas y esperó a que se la devolvieran claveteada y, presumiblemente, con su niña de 1,800kg dentro. Sobre el peso que sintiera en sus brazos durante el trayecto hasta el cementerio, nunca supo qué contestar concretamente, dado que el pobre andaba en estado de shock y apurado por las instrucciones que le fueron encomendadas. Debía llevar la improvisada caja mortuoria al Cementerio de Alicante antes de que éste cerrara a las 2 del mediodía. Allí le estaría esperando el enterrador para depositar en la fosa común de neonatos a su hija, todavía y para siempre, sin nombre.
La fosa se halla en la misma área en que se enterraron los restos de José Antonio Primo de Rivera y de muchas víctimas del franquismo, así como también miembros amputados, sobre todo brazos y piernas. Antonio grabó en su recuerdo para siempre sus propias coordenadas del lugar: “la esquina del último cuadrante en la parte superior, colmatando el final de la fosa”. En esa época el área de fosa común estaba dividida a su vez en otras fosas rectangulares más pequeñas, separadas por líneas gruesas de piedra. Hoy en día la zona está recubierta de césped.
Nadie explicó a los Picó para qué tanta prisa en enterrar el cuerpo de su hija. Nadie les aclaró por qué hacerlo en una fosa común del Cementerio de Alicante si ellos eran de Elche.
María José, la hermana superviviente
Francisca y Antonio se consolaron cuidando de su otra hija, María José, quien a pesar de haber nacido con menos peso que su hermana -concretamente pesó 1,200Kg- milagrosamente resistió el frío que había congelado a su melliza.
La vida transcurrió feliz para ella, aunque sin dejar de pensar cada día en la hermana ausente. No haber podido despedirse del cadáver de su hija provocó en los padres un sentimiento de ausencia e incertidumbre que impregnó la vida familiar. En palabras de María José, hizo que “siempre quedara algo ahí dentro que no se acababa de cerrar”. Durante la infancia se preguntaba constantemente por qué había sobrevivido y su melliza, idéntica a ella, no. Su abuela le decía que su hermanita estaba en el limbo, al no haber sido bautizada. “¿Y eso cómo es?”, preguntaba María José. “Como el cielo”, le respondía, y con explicaciones así, al modo de los cuentos, aliviaba su angustia.
Mientras tanto, Francisca, la madre, seguía atormentada pensando en lo que habría podido pasar en el “nido”, esa habitación desconocida donde había acabado la vida de su hija.
La revelación
En 2011 Antonio Barroso, por entonces presidente de una asociación pionera en la denuncia del robo de bebés en España, salió en un programa de televisión explicando su caso. Al verlo, la familia Picó sintió que se iluminaba todo lo que hasta entonces no era más que una profunda oscuridad. Por fin había una posible explicación a lo que le había sucedido a su hija. La vida de María José ya no volvería a ser la misma. Se iniciaba entonces una búsqueda que hoy, 6 años después, aún no ha finalizado.
Francisca y Antonio empiezan a atar los cabos sueltos de su memoria. Ella recuerda cómo su ginecólogo la envió a parir al Hospital de Alicante de forma inesperada. Ya entonces resultó extraño que no quisiera atenderla en sus clínicas ubicadas en Elche, como hizo antes y haría después con los otros hijos del matrimonio Picó. El parto se desarrolló muy rápidamente y Francisca estaba rodeada por una cortina que le imposibilitaba ver al médico que la asistía, quien hablaba casi en susurros. Sólo creyó reconocer la voz de su propio médico cuando le dijo, al nacer María José y refiriéndose a sus 1,200 kg de peso en comparación con los casi 2 kilos de su melliza, “¡Qué birria de niña!”. Después cayó sumida en un profundo sueño y despertó sola en la fría habitación de hospital.
Curiosamente, después de que le anunciaran la muerte de su hija, dejaría de estar sola. A partir de esa trágica madrugada tuvo una compañera en la cama contigua.
En busca de pruebas
Tras la conmoción que produjo a la familia Picó reconocerse posibles víctimas de un caso de sustracción de bebés, María José se informó de los pasos a seguir para denunciar la desaparición de su hermana.
Lo primero era acceder al historial clínico de su madre, Francisca Robles, en el Hospital General de Alicante. Parecía un mero trámite fácil de superar. Pidió el historial mediante un escrito y esperó. Pasaron meses sin recibir contestación alguna.
El segundo paso era pedir la partida de nacimiento y defunción de su hermana en el Registro Civil. Allí le indicaron que cuando el bebé no llega a 24 horas de vida se inscribe en el llamado “legajo de aborto”. Aunque su hermana vivió 30 horas, al parecer quedó registrada de tal forma. Sin embargo, le certificaron por escrito que “todos los legajos de aborto anteriores al año 1978 han desaparecido”. Según la explicación que le dieron, “se perdieron en el traslado de documentación de un edificio a otro”.
María José aprovechó para pedir su legajo de nacimiento, que es el documento que da origen a la partida de nacimiento. Al comprobar la documentación, la administrativa le dijo que “se había quedado en blanco el libro de 1962”. María José estalló: “¿Cómo tengo yo partida de nacimiento entonces?”. La contestación de la funcionaria -siempre según el relato de María José- fue impactante: “¡Qué criminales, qué canallas!”. Nada más. Afortunadamente su partida de nacimiento constaba pero donde debía decir “parto múltiple” había únicamente una raya.
Quedaba un tercer paso: pedir la licencia de enterramiento en el cementerio. En este caso tuvo mejor suerte y sí que existe. Sin embargo, hay una irregularidad en la documentación, pues en el espacio en que debe constar el nombre del facultativo que certifica la defunción de la niña está escrito el del padre de María José: Antonio Picó.
“No consta que tu madre pariera nunca aquí”
La siguiente etapa consistía en buscar amparo en la Justicia. María José acudió a la Fiscalía de Menores y puso una denuncia. El fiscal insistió en que siguiera buscando la documentación para poder llevar a cabo la investigación. Para ello, María José regresó al Hospital General de Alicante, donde le confirmaron que no existía constancia alguna de que Francisca Robles hubiera pasado por allí. La ausencia de documentación puede deberse a la destrucción de archivos que provocaron las riadas de 1982.
María José volvió con su partida de nacimiento, donde consta que nació en la Residencia de la Seguridad Social de Alicante. Se reunió con el director y el abogado del centro hospitalario pero no consiguió nada nuevo, aparte de un trato amable y empático, algo que no estaba de más. No obstante, a pesar de lo que decía la partida de nacimiento de María José, el director le confirmó: “para los archivos del hospital, no consta que tu madre pariera nunca aquí”.
“A esta chica le robaron a su hija”
Otro de los esfuerzos de María José fue tratar de encontrar a la persona que había compartido habitación con su madre. Afortunadamente, esta mujer puso un nombre bastante peculiar a su hijo, gracias a lo cual fue fácil localizarla a través de las redes sociales y las Páginas Amarillas. En cuanto se puso en contacto con ella, le dijo que no había olvidado a Francisca y le dejó claro lo que siempre pensó: “A esta chica le robaron a su hija”. Esa intuición iba acompañada de otros recuerdos de aquellos días en el hospital: “las monjas eran autoridades que controlaban absolutamente todo. Cuando entraban en la habitación sentías mucha inseguridad. Eran unas mandonas y daban miedo. No sabías dónde tenían a los bebés ni cómo estaban”. Las palabras de esta mujer fueron un apoyo emocional muy importante para la familia Picó.
La primera exhumación de bebé robado en el País Valencià
Desde la Fiscalía siempre mostraron un apoyo explícito a María José. Llegaron a decirle, según cuenta ella, que su caso era “blanco y en botella” y por eso el fiscal ordenó la exhumación de su hermana. Fue en enero de 2012. El Cementerio de Alicante se abigarró de periodistas, con sus cámaras y grabadoras, expectantes ante la primera exhumación de bebé robado en la Comunidad Valenciana. Antonio Picó aún vivía y estaba lúcido. Frente a la fosa común y ante el fiscal recordó aquellas coordenadas que grabó en su mente 50 años atrás: “la esquina del último cuadrante en la parte superior, colmatando el final de la fosa”.
Yo había ido a acompañar a María José, en calidad de observadora y amiga, dado que por aquel entonces era diputada y me encargaba de los temas relacionados con la memoria histórica. Para mí, que a la sazón soy arqueóloga, la escena era dantesca. La fiscalía, no por falta de buena voluntad, sino por la ausencia de un protocolo específico para tales situaciones, no había reparado en la necesidad de seguir un método arqueológico para llevar a cabo la exhumación. No se trataba de una tarea fácil, ya que los restos del bebé se hallaban en una fosa común en la que había muchos más neonatos junto a miembros amputados procedentes de los hospitales de las áreas circundantes. Así pues, ante mí se encontraban los desenterradores del cementerio dispuestos a cavar sin control ni supervisión arqueológica alguna. Fue entonces cuando pedí suspender el trabajo y asesorar al fiscal. Tras ello convinimos en que yo misma, acompañada del médico forense allí presente, realizaría un seguimiento de las tareas, delimitando el área de excavación y documentando el registro estratigráfico. Y así fue cómo siguiendo las coordenadas de Antonio Picó llegamos hasta lo que podrían ser los restos de la caja de conservas y los restos óseos de un neonato.
El siguiente paso consistía en analizar el ADN de los restos extraídos de la fosa. Un trámite que sólo tardaría un par de meses se demoró prácticamente un año. Finalmente, el resultado fue negativo: no existía filiación genética entre esos huesos y los Picó.
Segunda exhumación
Meses después de aquello el fiscal informó a María José que era necesario realizar una segunda exhumación. En principio, no pareció una mala noticia saber que se quería garantizar la fiablidad de los resultados obtenidos la primera vez. Además, la fiscalía contó con la supervisión y dirección del arqueólogo municipal. Sin embargo, algunas cosas habían cambiado completamente. Tras treinta años de trabajo, el encargado del cementerio municipal había sido destituido y los nuevos responsables afirmaron que la vez anterior se había exhumado en un cuadrante equivocado. Así pues se excavó en una zona fuera de los límites establecidos por las coordenadas de Antonio Picó. Finalmente, después de 9 días de trabajo, no se encontró ninguna caja que encajara con la descripción de una caja de conservas.
El caso quedó archivado.
Asociación de víctimas de bebés robados y adopciones irregulares
La búsqueda de su hermana permitió a María José ponerse en contacto con otras víctimas. Por eso decidió formar una asociación en Alicante para ayudar a más personas a buscar a sus seres queridos. La forma habitual de contactar es a través de Facebook, que sigue siendo la herramienta más utilizada entre quienes buscan a sus padres, a sus hermanos o a sus hijos. Así es como ha conocido otros presuntos casos de bebés robados del Hospital General en que, según ella, se repite una misma pauta: “siempre se avisaba de la muerte de los bebés de madrugada, cuando ellas -las madres- se encontraban solas en la habitación y sin la familia cerca”.
Durante la anterior legislatura se creó, gracias a la aprobación de una iniciativa en Corts, una comisión en el Consell encargada de coordinar las acciones necesarias para ayudar a las víctimas de bebés robados. María José asistió a la primera de sus reuniones, que consideró “un paripé”. “Nunca más quise volver porque tuve una sensación de burla total. No hemos sabido nada más del Gobierno de la Generalitat. Le mandé una carta a Mónica Oltra y me contestaron diciéndome que tendríamos noticias del Gobierno en breve”. Con la esperanza de que así sea, María José sigue pendiente de cualquier novedad de carácter institucional, sobre todo tras la aprobación de la Ley de Memoria Democrática, que abra las puertas a la posibilidad de que algún día, tanto ella como el resto de víctimas, consigan saber la verdad sobre lo que les pasó a los bebés robados en España.
1962, Hospital General de Alicante
Nuestra historia comienza en marzo de 1962 en un hospital, el General de Alicante, entonces conocido popularmente como La Residencia. Francisca Robles se encuentra sola en una fría habitación de hospital. Cuenta con tan sólo 27 años de edad y acaba de dar a luz a dos niñas, mellizas. Seguramente idénticas. Desde que las parió ha pasado el tiempo dormida, aturdida, y apenas se despierta para amamantarlas.