Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.
La violinista prodigiosa
El Palau de la Música de Valencia presentaba el lleno absoluto de las grandes ocasiones. El programa no ofrecía El Mesías, La Pasión según San Mateo ni la Novena sinfonía de Beethoven, que siempre convocan un público masivo. En esta ocasión estaba integrado por las dos primeras sinfonías de Schubert, partituras poco frecuentadas, y el Concierto para violín y orquesta número 1 de Max Bruch. Es uno de los más célebres escritos para el instrumento, pero tampoco explica por sí solo el interés especial del público. También había una orquesta de justo renombre, la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen dirigida por el célebre Paavo Järvi, pero hay que tener en cuenta que el concierto se celebró un martes y había sendos partidos de la Liga de Campeones, que jugaban el Barça y el Atlético de Madrid, en los que, por cierto, ambos quedaron eliminados.
El principal motivo de la expectación era otro: la violinista granadina de 21 años María Dueñas. Cuentan que en las pruebas para seleccionar a los profesores de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Lorin Maazel, su primer titular, al ver al aspirante colocarse el violín y disponerse a tocar, en algunos casos decía: “Ese no”, antes de escuchar la primera nota. En el caso de María Dueñas, no hay que esperar ni siquiera a que sujete el instrumento bajo la barbilla y acerque el arco a las cuerdas. Hay algo en su porte, en su manera de caminar cuando sale al escenario, que anticipa las delicias sonoras que es capaz de ofrecer. Toca un Stradivarius, el Camposelice, de 1710, cedido por la Nippon Music Foundation. Es un magnífico instrumento, pero los mejores violines no confieren a quienes los tocan el talento y el estudio que construyen una buena técnica. Mucho menos la sensibilidad para comunicar a través de la música. El violinista Jasha Heifetz utilizó dos Stradivarius y un Guarneri del Gesù, que era su preferido. Tras un concierto recibía las felicitaciones del público y una dama le dijo: “Pero lleva usted un violín que suena muy bien”. El músico se lo acercó al oído y respondió: “Yo no oigo nada”.
María Dueñas ganó en 2021 el concurso Yehudi Menuhin y ha obtenido también el primer premio en otros muchos, como el Vladímir Spivakov en 2018 y el Mozart de Zuhai en China para jóvenes músicos en 2017, cuando solo contaba 14 años. En su familia no hay músicos, pero ella empezó a sentir interés por la clásica desde pequeña, gracias a las grabaciones que ponían sus padres en casa. A sus 12 años se trasladó a Alemania para seguir sus estudios en la Hochschule Karl Maria von Weber de Dresde, en virtud de una beca de Juventudes Musicales que ganó en 2014. Con posterioridad ha estudiado en Viena con Boris Kuschnir.
En 2022 fue contratada como artista exclusiva por la discográfica Deutsche Grammophon. Su primer álbum incluye una grabación intensa, delicada, deslumbrante, del Concierto para violín y orquesta de Beethoven, con la Orquesta Sinfónica de Viena, dirigida por Manfred Honeck, en la que interpreta sus propias cadencias, ya que también es compositora. El álbum se titula Beethoven and beyond (Beethoven y más allá) y presenta una concepción muy innovadora, pues esa obra central del repertorio va complementada con las cadencias escritas para el primer movimiento por otros compositores. No solo está la de Fritz Kreisler, que es la más interpretada, sino también una muy breve de Louis Spohr, la marcadamente virtuosística de Eugène Ysaÿe y otra más de Wieniawski. También se incluye una obra breve de cada uno de estos autores.
María Dueñas ha tocado ya con muchas de las orquestas más importantes del mundo, como las sinfónicas de Pittsburgh y San Francisco, la Filarmónica de Dresde, la Orquesta de París, la Tonhalle de Zúrich y la Filarmónica de Luxemburgo. En España también ha sido acompañada por la Nacional y la OCRTV. En su calendario inmediato figuran conciertos en Los Ángeles con Gustavo Dudamel, en Bamberg con Christoph Eschenbach, en Berlín, en Monte Carlo y en Salzburgo.
En el concierto de Valencia interpretó un Bruch de aliento romántico, con un rubato nunca exagerado y aplicado con muy buen gusto. Hizo gala de un pianissimo extremo y una afinación perfecta en una versión sensible, profunda. Los aplausos y los bravos fueron tan intensos y prolongados que tocó dos piezas fuera de programa. La primera fue la canción de Gabriel Fauré Après un rêve, en transcripción para violín y orquesta, con la que siguió deslumbrando por su capacidad de emocionar. María Dueñas tiene solo 21 años y anuncia una brillante carrera. Su concierto en Valencia, repleto de un público variado y entusiasta, fue también un manifiesto gozoso contra los agoreros que pregonan insistentemente un negro futuro a las orquestas y las salas de conciertos.
El Palau de la Música de Valencia presentaba el lleno absoluto de las grandes ocasiones. El programa no ofrecía El Mesías, La Pasión según San Mateo ni la Novena sinfonía de Beethoven, que siempre convocan un público masivo. En esta ocasión estaba integrado por las dos primeras sinfonías de Schubert, partituras poco frecuentadas, y el Concierto para violín y orquesta número 1 de Max Bruch. Es uno de los más célebres escritos para el instrumento, pero tampoco explica por sí solo el interés especial del público. También había una orquesta de justo renombre, la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen dirigida por el célebre Paavo Järvi, pero hay que tener en cuenta que el concierto se celebró un martes y había sendos partidos de la Liga de Campeones, que jugaban el Barça y el Atlético de Madrid, en los que, por cierto, ambos quedaron eliminados.
El principal motivo de la expectación era otro: la violinista granadina de 21 años María Dueñas. Cuentan que en las pruebas para seleccionar a los profesores de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, Lorin Maazel, su primer titular, al ver al aspirante colocarse el violín y disponerse a tocar, en algunos casos decía: “Ese no”, antes de escuchar la primera nota. En el caso de María Dueñas, no hay que esperar ni siquiera a que sujete el instrumento bajo la barbilla y acerque el arco a las cuerdas. Hay algo en su porte, en su manera de caminar cuando sale al escenario, que anticipa las delicias sonoras que es capaz de ofrecer. Toca un Stradivarius, el Camposelice, de 1710, cedido por la Nippon Music Foundation. Es un magnífico instrumento, pero los mejores violines no confieren a quienes los tocan el talento y el estudio que construyen una buena técnica. Mucho menos la sensibilidad para comunicar a través de la música. El violinista Jasha Heifetz utilizó dos Stradivarius y un Guarneri del Gesù, que era su preferido. Tras un concierto recibía las felicitaciones del público y una dama le dijo: “Pero lleva usted un violín que suena muy bien”. El músico se lo acercó al oído y respondió: “Yo no oigo nada”.