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La historia de resistencia feminista de la “casa soñada” del bar De Pas
En pleno centro de la València de 1985, en una de las calles salientes de la plaza de la Virgen, abrió un bar único que sirvió como punto de encuentro para feministas de diferentes partes del mundo. “De Pas” fue su nombre y allí las mujeres encontraron un espacio de seguridad, de resistencia lésbica, de resignificación de la identidad, de izquierdas y, sobre todo, feminista. Podías ir sola, acompañada o con cien personas, todo cabía (increíblemente) en sus treinta y dos metros de espacio, más una terraza y dos baños.
Casi diez años después de su cierre vuelven a reunirse dieciocho mujeres que no sólo probaron “los mejores bocatas del mundo”, sino que también son parte de la historia de un bar inigualable que creó lazos entre mujeres de diferentes generaciones. Ahora tienen entre 43 y 82 años y hoy están juntas para compartir anécdotas de cuando eran “jóvenes y atrevidas”, aunque lo cierto es que lo siguen siendo. “Estamos igual de guapas que siempre”, comentan mientras miran fotos antiguas hechas en el De Pas en los años 90. El punto de encuentro de esta tarde de viernes es Casa de la Dona, un espacio que también es muy familiar para ellas, y vienen a contar una historia “muy vivida, pero nunca escrita”. En la mesa, cerveza, cacaos y olivas; a su alrededor, “las icónicas” del De Pas.
Son infinitos los recuerdos vividos en De Pas. De él dicen que todas las manifestaciones feministas acababan allí. Su cercanía con la plaza de la Virgen incitaba a que, después de luchar y gritar en las calles por los derechos de las mujeres, siguieran debatiendo -ahora entre cervezas o cubatas de ron-, sobre temas tan heterogéneos como personas atraídas por la esencia del De Pas. El bar era, también, el punto de partida para acudir a otras concentraciones, como las de Mujeres de Negro, el lugar donde organizaban la manifestación del 8 de marzo o el laboratorio para planear acciones de calle. Algunas de ellas se pueden contar. Otras no.
De las que sí pueden publicarse recuerdan, por ejemplo, una pintada “que duró tres horas” en el Arzobispado de València donde escribieron: 'Lava tus camisas y no nos digas misa'. En esos días, el Papa había negado el aborto a las mujeres refugiadas y violadas que llegaban a Italia huyendo de la guerra de Yugoslavia. Al mismo tiempo, el Papa también pedía la liberación de Pinochet, que en ese momento estaba en Londres. Otra de las acciones que recuerdan es haber lanzado “miles” de billetes falsos de 2.000 pesetas desde el Micalet para llamar la atención de los viandantes, cuando, en realidad, eran panfletos argumentando la necesidad de apoyar el aborto libre y seguro: “¡Nos sacaron en todos los periódicos, me acuerdo que Ortifus hizo una viñeta!”.
“Eramos todas muy jóvenes, muy amigas, muy feministas; y nos mostramos tal y como éramos en el centro de la ciudad”, cuenta Laura, el latido constante del bar De Pas. Junto con Pura, levantó la persiana del bar y ambas se situaron detrás de la barra para servir bocatas sin saber que su bar se convertiría en un espacio de libertad de expresión y de resistencia feminista y lésbica en València durante más de 20 años. Y todo ello lo hicieron en unos años muy diferentes a los actuales. “A la periodista le va a faltar contexto… En aquellos días cortarse la melena era totalmente rompedor”, puntualiza Encarna, una de las fijas del De Pas y presente en Casa de La Dona.
La sombra de la dictadura se sentía aún demasiado cercana y muchas de ellas, como feministas y lesbianas, soportaban (también) el peso familiar y social de la heteronormatividad. Pero eso había quedado atrás y ahora querían ser visibles, no iban a esconderse. Ni querían, ni tenían miedo a mostrarse. Llevaban el pelo corto, expresaban su amor y les encantaba ser feministas, pasárselo bien, compartir y colectivizar sus ideas.
“Había necesidad de marcar lo que éramos, nos salíamos de la norma, no éramos la típica mujer normativa, heterosexual. El De Pas, de alguna manera, aterrizó todo eso y fue ese espacio que todas necesitábamos. Un espacio de resistencia y de resignificación”, explica Encarna, que ha acudido desde Alicante a la convocatoria de Laura. “Pero no solo era un espacio de resistencia feminista y lésbica, también era un espacio de izquierdas y nacionalista. Teníamos interés en la lengua”, añade Mariví. Por eso las dueñas, sobre todo Pura, cuidaba detalles como tener la carta de bocatas “de la terreta” en valenciano.
“Cuando me imaginé un paisaje detrás de la barra os visualicé a vosotras”, explica Laura emocionada y feliz nada más comenzar el encuentro en Ca la Dona. Saben que en el día de hoy faltan muchas. Algunas ya no están. Otras no han podido acudir al encuentro, pero hay quienes quieren dejar constancia de su amor por De Pas y han enviado un audio por whastapp para que, al menos, su voz pueda estar presente en este especial encuentro.
Al habla, Katxi: “Para mí De Pas era una casa soñada, siempre estabas a gusto, encontrabas y hacías nuevas amigas, acudían feministas y lesbianas de todo tipo y de todos lugares. Era un punto de encuentro, una referencia en València. Todavía, cuando me encuentro con alguien que no se muy bien de qué la conozco, le pregunto si iba al De Pas. Solo me acuerdo de cosas buenas… No podría pensar mi vida sin De Pas, como no podría pensar mi vida sin mis amigas”.
Un espacio, también para las familias
El bar cercano a la plaza de la Virgen de València se convirtió así en la referencia para mujeres feministas. También funcionaba como almacén de carteles de manifestaciones, convocatorias, panfletos, vendían lotería para diferentes colectivos… Pero ese espíritu de lucha nunca fue incompatible con las familias que pasaban por allí. Era, sobre todo, un espacio de convivencia.
“Ese espíritu de mujeres no era incompatible con las familias que pasaban a cenar, no interfería para nada”, aclara Choni. “Fue un espacio también para las familias”, define Paca de 82 años, la más mayor de esta tarde. Paca cuenta que siempre iba con su amiga eterna Carmen Alborch. “¡A ellas dos siempre les ponían cenicero!”, recuerdan con cariño. Por aquel entonces Carmen Alborch era ministra de Cultura del Gobierno, “pero nunca dejó de ser una activista”.
Y si había algo que aún marcaba más la diferencia en De Pas era el calor que se sentía desde el otro lado de la barra. “Laura era fundamental, su manera de ser, detrás de la barra había una persona hospitalaria, acogedora, para las personas que veníamos de fuera era muy importante”, asegura Marga. Tan especial era que Laura consiguió, según sus amigas, “hablar todos los idiomas, aunque no supiera ninguno”. “Yo me iba mucho de viaje, pero lo primero que hacía al volver a València era pasar por De Pas, luego ya iba a mi casa… Si eso”, recuerda Irene de la Lesbianbanda València. Pero a Laura no le gustan esos protagonismos: “Era una cosa de todas, Pura y yo sólo estábamos ahí, detrás de la barra...”.
De la librería Dona al bar De Pas
El De Pas fue la continuación de un espíritu que empezó a nacer en otro espacio, esta vez literario: la librería Dona. “Fue el primer sitio donde empezamos a encontrarnos. Nos cedían a la Asamblea de Mujeres el espacio interior para reunirnos allí. Éramos las mujeres universitarias, las progresistas, las trabajadoras, las lesbianas, las de fuera, las de partidos… Luego nosotras pasamos a ser 'las independientes', pero en aquel momento todas las mujeres interesadas en el mundo feminista estábamos en esa asamblea”, cuenta Amelia.
La librería Dona cerró poco después del 23-F y ese día sintieron miedo por las represalias que pudiera ocasionar figurar en los archivos de la librería valenciana. “¡Los tanques salieron a la calle!”, rememoran. “En la librería, trabajaba Haide y, el día del golpe de Estado, le dijeron que cogiera todo el fichero de socias de la librería para llevárselo a su casa por si acaso les buscaban las cosquillas a la gente”, recuerda Amelia. Haide, alemana de nacimiento, llevaba pocos años en València: “Es lo que me dijeron que hiciera… Yo no lo entendía, pero me llevé los archivos a mi casa… Y los escondí”.
No fue el único hecho notable que protagonizó la alemana. Todas las “icónicas” del De Pas coinciden en que hubo un hecho fundamental para el crecimiento colectivo como feministas. Haide abrió una 'paraeta' de libros en la puerta del bar que permitió tener acceso a multitud de lecturas escritas por mujeres y sobre temas feministas y lésbicos hasta ese momento silenciados. “Junto a la posibilidad de conocer mujeres feministas, también fue fundamental el acceso a la lectura. Haide ponía una mesa en la calle todos los miércoles”, incide Lola. “Si eras lesbiana, nada más caer la dictadura, no tenías referentes ni en cine ni en novela. Las lesbianas no existíamos”, aclara Teresa. Las lecturas feministas convirtieron De Pas en un espacio, también, de intercambio cultural.
De Pas recogió así el legado de la librería Dona y reunió a muchas mujeres que ya venían trabajando el feminismo muchos años acudiendo a encuentros y jornadas estatales. “Necesitábamos otro espacio en el que también pudiéramos hacer lo que nos diera la gana”, asegura Amelia. La diferencia fue que ya no expresaban sus opiniones en una librería o en espacios politizados. “Pasó de 'algo cerrado' a 'algo público' en el centro de València, no lo hablábamos, pero era algo vital de romper”, añade Encarna. Transformaron lo privado en público, lo personal en político.
“Recuerdos feministas” y postales desde Irán
Otra de las diferencias que marcó De Pas fue los lazos que se crearon, que se mantenían en el tiempo y en la distancia y cuyas muestras de cariño llegaban en forma de cartas. Al De Pas llegaban postales de Irán, de Alemania, de Londres o de Nueva York, de parte de antiguas clientas que enviaban “recuerdos feministas para todas”. “He traído fotos y postales que llegaban al bar”, dice Laura. Las postales solían tener, de por sí, el mismo carácter que el De Pas. Laura lee una postal en voz alta: “¿Es usted heterosexual?, ¿lo saben en su trabajo?, ¿teme que le despidan?”. U otra con una imagen de una película de lesbianas durante la Alemania nazi. Las clientas empezaron a utilizar De Pas como punto para enviar y recibir cartas e incluso se dejaban notas y recados: “Los móviles no existían y De Pas era el punto para comunicarnos con todas”.
Además, De Pas era internacional. Valentina llegó de Colombia a València en el año 1994, pero desde el primer día que pisó el suelo del bar supo que era su sitio. “Te sentabas a pedir un bocata y terminabas cenando con cincuenta. Era justo lo que yo quería”, cuenta Valentina. Si hay una pregunta que ninguna sabe contestar es cuántas personas cabían en De Pas.
Sin embargo, no todo fue positivo en De Pas. “Hubo también algunas peleas, no muchas, pero a veces venían chicos a provocar, a preguntarnos si éramos chicas o chicos, alguna vez nos pegaron… Pero conseguíamos sortear bastante bien esas situaciones”, asegura Laura. Dona mira a Laura y se ríe mientras cuenta que, en una de esas ocasiones, persiguieron a un hombre hasta la Casa de los Caramelos. “Y otra vez uno robó un bolso y salieron cinco detrás. Le pillaron cuatro calles más atrás”, dice Dona. Aun así, De Pas nunca dejó de ser un espacio de seguridad porque todas se cuidaban entre ellas. Prueba de ello era que Laura nunca cerraba el bar sola: “Siempre se esperaba alguna con ella”.
El lesbianismo en los años 80: “¿Haces de hombre o de mujer?”
De Pas no fue un espacio de ambiente: “Ya había otros bares así… Piccola, Latinova”. Tampoco fue un espacio no mixto, ya que resaltan su carácter familiar. Pero es innegable que fue un punto donde las lesbianas pudieron expresarse y reconocerse como nunca. Mientras ellas estaban quitándose los sujetadores y los tabús o rapándose el pelo y comprando pantalones anchos vaqueros en la plaza Redonda, el mundo seguía empeñado en preguntar si hacían “de hombre o de mujer”. “O nos decían: ¿Cómo conduces así con lo femenina que eres?”, añade Mariví.
En aquellas décadas, ni siquiera en espacios feministas se hablaba abiertamente sobre sexualidad. “En el feminismo de los 70 no decías en voz alta que eras lesbiana porque no querían que se relacionase el feminismo con el lesbianismo. Hoy en día eso no pasa, pero antes ni en el movimiento feminista se expresaba el lesbianismo”, incide Teresa. “Pero no solo estaba invisiblizado, había un rechazo de las feministas heterosexuales”, añade Amelia.
Lamentan que, en aquella época, las feministas heterosexuales no solían luchar por visibilizar los derechos de las lesbianas. Mientras que, las feministas lesbianas, sí salían a la calle para mostrar su rechazo a temas que no les atravesaban a ellas como, por ejemplo, el aborto o el divorcio. “Recuerdo muy contenta que, allá por finales de los 80, estábamos en Madrid en unas jornadas y justo detuvieron a dos chicas por besarse en la calle y las tuvieron 24 horas en comisaria. Ese año se convocó la primera gran besada en la plaza del Sol y las heterosexuales también fueron a manifestarse públicamente. Eso fue un hito”, cuenta Teresa.
En De Pas se habló de transexualidad, lesbianismo, pornografía, prostitución, masturbación, cine feminista, libros, más libros... “Vamos, los mismos temas de hoy en día”. Pero también fue el bar de las risas, de las experiencias compartidas, del bocata de tortilla de calabacín, de las fiestas y de los bailes (a veces) encima de la barra, de los bocatas para las personas que dormían en la calle en los alrededores de la plaza de la Virgen o el bar que se convirtió en “la chincheta en el zapato” de Rita Barberá. “¿Rita? No, ella nunca vino porque no querían que le hicieran la foto… Pero no éramos cómodas para ella”, aseguran.
De Pas fue un espacio político donde disfrutaron de la vida. “Eso pasa también en el movimiento feminista. Además de ser una teoría política lo llevas en la piel porque es tu vida, seas lesbiana o seas hetero, es una manera de vivir”, compara Teresa.
¿Y qué opinión tienen sobre el movimiento feminista actual? “Es emocionante, esperanzador, ¡cuántas jóvenes!”, empiezan a comentar. “Estem felices, encantades”, salta Àngels, de 70 años, y una de las militantes más inspiradoras y activas de la Assemblea Feminista de Benimaclet. “Estábamos desesperadas porque hubo una generación que se creyó la trampa de la igualdad y de repente llegó la eclosión que estamos viviendo los últimos dos años”, centra Teresa, una de las portavoces con más experiencia de la Assemblea Feminista de València. “¡Ahora hay muchas ideas nuevas! Las jóvenes vienen con planteamientos nuevos y todavía hoy aprendemos cosas”, salta Irene.
Ellas, por supuesto, son historia viva del feminismo valenciano. Mujeres anónimas que viajaron por el mundo para formarse en el feminismo acudiendo a jornadas (resaltan los encuentros feministas en América Latina), organizándose para salir a la calle a protestar contra la penalización del aborto, por la visibilización de las lesbianas, por la ley del divorcio… “Date cuenta que el divorcio no era ni una reivindicación feminista, es un derecho democrático”, aclara Teresa. Y hoy, todas ellas, siguen saliendo a las calles a gritar que son “imparables”.
Pero, sin duda, el mayor éxito de todas las mujeres del De Pas es haber sido capaces de mostrarse tal y como eran y seguir haciéndolo a día de hoy. “El De Pas fue un espacio de seguridad para mujeres, criaturas y hombres… Un buen lugar, como los lugares que las mujeres somos capaces de generar, un espacio para querer y ser libremente. Mientras ocurría, nunca supe lo importante que había sido De Pas. Había un latido que era el feminismo y un sentido de la vida que nosotras lo teníamos en la sangre... De Pas era un estado vital”, concluye Laura.
* * * *
Gracias a Paca, Marga, Heide, Valentina, Encarna, Mariví, Fina, Irene, Sara, Choni, Lai, Teresa, Eva, Àngels, Dona, Amelia y Lola, algunas de las “icónicas” del De Pas, por venir hoy a Casa de la Dona. A Laura por reunirlas a todas, de nuevo. Y a Irene por la maravillosa idea. Gracias por compartir y contar vuestras historias de resistencias.
En pleno centro de la València de 1985, en una de las calles salientes de la plaza de la Virgen, abrió un bar único que sirvió como punto de encuentro para feministas de diferentes partes del mundo. “De Pas” fue su nombre y allí las mujeres encontraron un espacio de seguridad, de resistencia lésbica, de resignificación de la identidad, de izquierdas y, sobre todo, feminista. Podías ir sola, acompañada o con cien personas, todo cabía (increíblemente) en sus treinta y dos metros de espacio, más una terraza y dos baños.
Casi diez años después de su cierre vuelven a reunirse dieciocho mujeres que no sólo probaron “los mejores bocatas del mundo”, sino que también son parte de la historia de un bar inigualable que creó lazos entre mujeres de diferentes generaciones. Ahora tienen entre 43 y 82 años y hoy están juntas para compartir anécdotas de cuando eran “jóvenes y atrevidas”, aunque lo cierto es que lo siguen siendo. “Estamos igual de guapas que siempre”, comentan mientras miran fotos antiguas hechas en el De Pas en los años 90. El punto de encuentro de esta tarde de viernes es Casa de la Dona, un espacio que también es muy familiar para ellas, y vienen a contar una historia “muy vivida, pero nunca escrita”. En la mesa, cerveza, cacaos y olivas; a su alrededor, “las icónicas” del De Pas.