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Paula Bonet o el arte desde las entrañas

Majo Siscar

Valencia —

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“Querida hija, hoy te he escrito y te he pintado un cuento. Uno nuevo para la estantería de caoba. Uno lleno de ratas y ratones. Lo leeremos juntas dentro de un año”. Así empieza el último de los textos del nuevo libro de Paula Bonet, Roedores, un acordeón que pintó durante su primer embarazo para su hija que no llegó a nacer y un texto a modo de diario dónde visibiliza el luto ante un aborto espontáneo, un dolor que “todavía es un tabú”, como señala Bonet, pese a que le pasa a una de cada cuatro embarazadas mayores de 35 años.

Bonet (Vila Real, 1980) es una artista y contadora de historias. La pintura al óleo, el grabado y la escritura son sus maneras de narrar, en una obra que si bien se articula a partir del yo, de su cartografía vital, interpela directamente a experiencias comunes de diversas generaciones. En esta búsqueda personal Bonet ha reivindicado reiteradamente el punto de vista femenino, invisibilizado por el devenir patriarcal de la historia. “Cuando mi obra empezó a conocerse y me vi expuesta públicamente, me di cuenta que no encajaba en esa estructura, mi formación emocional e intelectual partía de la experiencia masculina. Entonces quise buscar referentes femeninos para ver como lo habían hecho y cuando me sumergí en su obra, lo menos interesante fue saber como lo habían hecho, sino ver como se nombraba el mundo en femenino, que lo femenino no era la alteridad, sino que era tan universal como lo masculino”, explica la también autora de La Sed (2016), un libro donde sus dibujos y sus palabras se mezclan con las de sus “despertadoras”: Anne Sexton, Clarice Lispector, Sylvia Plath o María Luisa Bombal.

En su primer embarazo Bonet pintó un acordeón para su futura hija sobre los diferentes roedores que pueblan el mundo, en un juego íntimo con el ser que estaba gestando, a quién llamaba ratona. Era el regalo de una madre para su hija, que iba a quedarse en la intimidad. Cuando la perdió, pasó un luto que la sociedad no le concedía. “No tiene ni puta idea que la huérfana de hija soy yo”, escribe en Roedores y explica la obsesión por un nuevo embarazo, la sensación de culpa que favorece una sociedad que pone toda la responsabilidad de la maternidad en la mujer o la presión social para las que no han sido madres a medida que se acerca el fin de su ciclo reproductivo. Cuando se volvió a quedar embarazada, canceló trabajos, viajes y eventos, decidió exacerbar su cuidado, se convirtió en “la madre osa que sólo quería velar por la protección del ratón milimétrico que estaba gestando en su útero”. Y lo volvió a perder.

Entonces no quiso seguir callando. “El primer aborto fue muy muy doloroso, físicamente y emocionalmente, pero sobretodo porque no se me permitió vivir el dolor, porque me sentía culpable, porque no tenía ninguna referencia sobre ello. En el segundo, ya sabía que podía pasar y lo viví de una manera mucho más sana. Me prometí esta vez sí hacer un duelo y nombrarlo. Empecé a verbalizarlo impulsivamente con un post en instagram y un tuit, y al ver todo lo que detonaba, la gente que me escribió, vi la necesidad de hablar de ello. Y el hacerlo me ha llevado a otro lugar más interesante, por ejemplo a ver como el contexto me pregunta cuando seré madre y cuántos hijos quiero tener, en lugar de preguntarme si quiero ser madre o no. La forma más directa de hablarlo era decir: este acordeón estaba hecho por una persona que no nacerá nunca e iba a formar parte de una intimidad que no existe y ahora quiero que sea de todo el mundo”, explica alejada de cualquier melodrama.

Es su libro más personal, y del que más le cuesta hablar pero hacerlo público se volvió un “compromiso” político, no una búsqueda de consuelo. “Roedores quiere debatir más allá del aborto espontáneo, debatir sobre las muchas maneras de ser madre, sobre los múltiples tabús con el cuerpo femenino, desde la vergüenza por la regla hasta saber más sobre la menopausia”, añade Bonet, que ya desde antes se había convertido en un referente feminista en el arte español. En Roedores encontramos su voz propia, contundente, que explica la pérdida desde los márgenes, con una prosa escueta pero certera que juega con la sutileza de los silencios.

Bonet, de paso en Valencia para inaugurar una exposición sobre su libro anterior, Por el Olvido, publicado en marzo a cuatro manos con el dibujante Aitor Sarabia, está imparable. Ahora se embarca en una gira que la tendrá arriba y abajo durante un mes y mientras, prepara su próximo trabajo, una versión ilustrada de El año del pensamiento mágico de la estadounidense Joan Didion. Un libro que conmocionó a Estados Unidos al abordar el tema de la muerte de manera frontal, y que ahora la neoyorquina está feliz de reeditar de nuevo junto a la valenciana.

La artista lo explica con la emoción brillando en los ojos. Ambas saben cuan difícil es abrirse camino en un mundo de hombres y que las críticas de su obra no se vea condicionada por su género.

“Si no lo hacía formaba parte de ese tabú, y por compromiso en el contexto, con las de mi género y con todas esas autoras que a mí me han hecho entenderme y que me han dado a entender que el problema es justamente el sistema, tenía que hacerlo”,

“Querida hija, hoy te he escrito y te he pintado un cuento. Uno nuevo para la estantería de caoba. Uno lleno de ratas y ratones. Lo leeremos juntas dentro de un año”. Así empieza el último de los textos del nuevo libro de Paula Bonet, Roedores, un acordeón que pintó durante su primer embarazo para su hija que no llegó a nacer y un texto a modo de diario dónde visibiliza el luto ante un aborto espontáneo, un dolor que “todavía es un tabú”, como señala Bonet, pese a que le pasa a una de cada cuatro embarazadas mayores de 35 años.

Bonet (Vila Real, 1980) es una artista y contadora de historias. La pintura al óleo, el grabado y la escritura son sus maneras de narrar, en una obra que si bien se articula a partir del yo, de su cartografía vital, interpela directamente a experiencias comunes de diversas generaciones. En esta búsqueda personal Bonet ha reivindicado reiteradamente el punto de vista femenino, invisibilizado por el devenir patriarcal de la historia. “Cuando mi obra empezó a conocerse y me vi expuesta públicamente, me di cuenta que no encajaba en esa estructura, mi formación emocional e intelectual partía de la experiencia masculina. Entonces quise buscar referentes femeninos para ver como lo habían hecho y cuando me sumergí en su obra, lo menos interesante fue saber como lo habían hecho, sino ver como se nombraba el mundo en femenino, que lo femenino no era la alteridad, sino que era tan universal como lo masculino”, explica la también autora de La Sed (2016), un libro donde sus dibujos y sus palabras se mezclan con las de sus “despertadoras”: Anne Sexton, Clarice Lispector, Sylvia Plath o María Luisa Bombal.