Todos los éxitos del feminismo desencadenan fuertes reacciones. Las primeras mujeres que alzaron la voz para defender la igualdad, la libertad y la fraternidad acabaron en la guillotina. Las sufragistas, una vez conseguidos sus objetivos, fueron convertidas en ángeles del hogar; y cuando se liberó a las mujeres de la domesticidad, el patriarcado encontró una nueva forma de opresión más que efectiva: la belleza.
Antes, las mujeres fallecían a causa de los corsés que deformaban sus cuerpos. Ahora, mueren de hambre sin ser víctimas de la pobreza. Los medios de comunicación y la industria de la belleza promocionan un canon irreal, caracterizado por la delgadez extrema y un rostro eternamente joven.
El mito de la belleza, como lo bautizó Naomi Wolf, no solo enfrenta a unas mujeres contra otras, sino que también nos obliga a estar en guerra continua contra nosotras mismas porque es imposible cumplir las exigencias del guion. Dos piezas de fruta al día, ensalada de lunes a sábado, dos litros de agua diarios, pan solo si es integral y al menos cuatro horas semanales de ejercicio físico. Es lo mínimo para poder seguir cabiendo en los vaqueros de cuando teníamos 20 años -no sabéis el trauma que supone necesitar una talla más-. Y, antes de salir de casa, crema para exfoliar la cara, crema para hidratarla, base de maquillaje para taparla, polvos para iluminarla, colorete para ruborizarla, perfilador para agrandar los ojos y pintalabios para acabar el ritual. Además, en esta modernidad líquida en que todo se compra y se vende, podemos cambiarnos al gusto de los hombres y pagar para aumentar nuestros pechos, disminuir la barriga o quitarnos algunas arrugas.
Y pese a todos los esfuerzos, nunca se es suficientemente delgada, suficientemente guapa, ni suficientemente joven. Es cierto que vivimos en una sociedad de culto al cuerpo en general, pero la presión social oprime más a las mujeres. Somos mucho más valoradas por nuestro aspecto físico que por nuestro intelecto y, lo peor es que, como somos conscientes de ello, dedicamos demasiados esfuerzos a encajar en el modelo. Dos datos: el 90 por ciento de los trastornos alimenticios afecta a mujeres y el 88 por ciento de las operaciones de cirugía estética se realiza sobre ellas.
Este ideal de belleza inalcanzable crea mujeres inseguras, frágiles, hambrientas y consumidoras de cualquier producto que prometa belleza o juventud. Es cierto que no se nos obliga a cumplirlo, pero se rechaza a quien está fuera del molde impuesto. La belleza objetiva no existe, por lo que, en palabras de Wolf, “una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, sino con la obediencia de éstas”. Rompamos estas cadenas, porque lo imperfecto no son nuestros cuerpos, sino la sociedad.