Espai Valencià es la avanzadilla de Som, un nuevo medio de noticias y opinión hecho en el País Valencià. Som será, además, la redacción y la voz de eldiario.es en este territorio, cuyo lanzamiento se producirá próximamente. Hasta entonces, este blog albergará contenidos informativos de los redactores de Som y piezas de opinión de algunos de los columnistas que colaborarán con el medio.
Abyayalizar España (y Catalunya)
El ministro de educación del gobierno español, José Ignacio Wert afirmaba hace unos días que el “objetivo del gobierno era españolizar a los alumnos catalanes”. Poco después aclaraba a qué se refería: “españolizar es que un estudiante en Cataluña se sienta tan orgulloso de ser catalán como de ser español”.
Yo intento encontrar razones, señor Wert, para sentirme orgulloso de ser español. Pero su gobierno no me lo pone fácil. Tampoco me lo pondría fácil, le cuento, el gobierno del señor Artur Mas para sentirme orgulloso de ser catalán.
Tal vez tuviera algún motivo para sentirme orgulloso si su gobierno hubiera incrementado el porcentaje del PIB dedicado al gasto en salud en un veinte por cien, como ha hecho el gobierno de Rafael Correa en Ecuador desde que llegó al poder en 2006.
O si hubiera logrado mejorar el Índice de Desarrollo Humano en doce puntos, como logró el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela en la pasada década, reduciendo el coeficiente de Gini –indicador utilizado para medir la desigualdad– en otros doce puntos (en ese mismo periodo, la desigualdad en España creció dos puntos).
Quizás encontrara motivos si los dos partidos mayoritarios, en lugar de apoyar una reforma constitucional que establece el concepto de “estabilidad presupuestaria” e introduce la prioridad absoluta del pago de una deuda ilegítima, hubieran apoyado un proceso constituyente como el de Bolivia en el que, entre otras cuestiones, se consagró un estado plurinacional e intercultural, o como el de Ecuador que incorporó por primera vez en la historia los derechos de la naturaleza en un texto constitucional.
Puede que al menos encontrara alguna razón si su gobierno hubiera impulsado un proceso de recuperación de la memoria histórica y hubiera promovido, por ejemplo, la creación en el Valle de los Caídos de un Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos, tal y como han hecho en Argentina los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner en la antigua Escuela de Mecánica de la Armada.
Ninguno de los mencionados gobiernos de América Latina (o de Abya Yala, como la llaman los indígenas Kuna y como prefieren hacerlo las organizaciones indígenas del continente) me parece perfecto. Es más, no tengo dudas de que el gobierno de Correa no hubiera incrementado el presupuesto de salud o el de Chávez habría reducido la desigualdad sin la presión de las organizaciones sociales. Como no tengo dudas de que el gobierno de Evo Morales ha podido dar los pasos que ha dado gracias a la fortaleza de las organizaciones indígenas que lo apoyan cuando acierta el camino y lo censuran cuando lo equivoca. Sería imposible pensar en los avances logrados en cuestión de memoria en Argentina si no existieran las organizaciones de derechos humanos que han luchado por conseguirlo desde la dictadura.
La fortaleza de las organizaciones sociales en estos países –que ya vivieron hace unas décadas el sufrimiento de la deuda externa odiosa e ilegítima y de los planes de ajuste estructural que ahora nos está haciendo sufrir en España su gobierno– son claves para la consecución de los logros mencionados. Por eso, tal como hicieron los gobiernos latinoamericanos en aquel contexto, su gobierno apuesta por criminalizar la lucha social. Considerar la resistencia pasiva un atentado a la autoridad o prohibir grabar a la policía son sólo algunos de sus intentos por reprimir lo que saben que es inevitable.
Porque hay otros caminos para construir una sociedad habitable. Los pueblos indígenas de Abya Yala nos ofrecen una propuesta con su concepto del “Buen Vivir” (Sumak Kawsay para los quichuas, Suma Qamaña para los aymaras, Ñande Reko para los guaraníes). Frente a la concepción occidental del “progreso” centrado en el ser humano, su concepción aboga por el equilibrio, la complementariedad, la vida y la armonía con la naturaleza. Frente al continuo intento de “vivir mejor” occidental, simplemente vivir bien. Y nos ofrecen un camino: organizarnos para conseguirlo.
Si de algo me puedo sentir orgulloso, señor Wert, es de las gentes que salieron a la calle el 15-M, de los jóvenes estudiantes de la llamada primavera valenciana, de las personas que rodearon el Congreso el 25-S, como me siento orgulloso de las personas que en el estado español llevan décadas organizándose para construir un mundo mejor, de las y los indígenas que se levantaron en 1990 en Ecuador para pedir un estado plurinacional, de las y los bolivianos que diez años después se levantaron en Cochabamba para impedir la privatización del agua, de las y los trabajadores sin tierra que desde hace casi tres décadas se organizaron en Brasil para luchar por la tierra o de los H.I.J.O.S, madres y abuelas que en Argentina no han permitido el olvido y la impunidad.
El ministro de educación del gobierno español, José Ignacio Wert afirmaba hace unos días que el “objetivo del gobierno era españolizar a los alumnos catalanes”. Poco después aclaraba a qué se refería: “españolizar es que un estudiante en Cataluña se sienta tan orgulloso de ser catalán como de ser español”.
Yo intento encontrar razones, señor Wert, para sentirme orgulloso de ser español. Pero su gobierno no me lo pone fácil. Tampoco me lo pondría fácil, le cuento, el gobierno del señor Artur Mas para sentirme orgulloso de ser catalán.