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La izquierda torpe: pactar bien o morir

Hoy, sin elecciones a corto plazo y con las encuestas evidenciando que el mapa político español está en movimiento y la hegemonía de la derecha en duda, la izquierda tiene ante sí una cuestión estratégica que nunca ha tomado como tal: los pactos. No es un tema de polémica pública sino una cuestión de fondo básica.

La derecha pierde votos y hay una profunda movilización social contra las políticas “liberales” que nos han llevado al pozo en el que nos encontramos. Así las cosas, la ocasión para la izquierda es indiscutible. Las condiciones, impensables hace solo dos años, están dadas. Condiciones para el cambio, no para el recambio. Para convertir la movilización social en votos, las fuerzas progresistas estarán atentas a los programas a presentar, los líderes que los personifiquen, las actitudes con las que los defiendan y a un diseño inteligente de las campañas. Pero hay que ir más allá. Los pactos, por más que no formen parte de la campaña, deben ser tenidos en cuenta como algo fundamental. Ganar gobiernos en las urnas para acabar perdiéndolos, a las primeras de cambio y para mucho tiempo, por culpa del mal funcionamiento de los pactos es una irresponsabilidad imperdonable.

Cualquier futuro gobierno de izquierdas no será el de un solo partido. Tanto da el ámbito territorial en el que pensemos. El PP concentra todo el voto de derechas, el de izquierdas está disperso. Es así y —sin entrar a juzgar— así hay que tomarlo. Se acabaron las mayorías absolutas del PSOE. Por tanto, los pactos serán necesarios, imprescindibles. No puede suceder como hasta ahora que todos los “pactos de progreso” acaben en desastre más por la imagen que se transmite que por las políticas hechas.

Hace un mes, y por primera vez en 18 años, las encuestas apuntaban la posibilidad de que el PP pierda la mayoría absoluta en las elecciones autonómicas en el País Valenciano. La alternativa de gobierno sería un posible pacto que incluiría al PSPV-PSOE, Compromís y Esquerra Unida. El Partido Popular, que sabe perfectamente cuál es la amenaza, ya está demonizando las coaliciones al grito de “son gobiernos inestables, poco fiables y que miran por el interés de cada partido en lugar de procurar el interés general”. Está claro que el PP arrima el ascua a su sardina, pero sus argumentos tienen base y es indiscutible que la imagen de desconfianza respecto a los gobiernos de coalición está calando en la ciudadanía. Estos “pactos de progreso” no trasmiten imagen de unidad, las diferencias internas tienen más aspecto de pulso de intereses que de debate político, las crisis se suceden, las contradicciones abundan, no se perciben objetivos compartidos, hay mucho ruido y poco orden. El pluralismo y la transparencia, valores esenciales en democracia, en lugar de resultar un “plus” favorable, acaban pasando factura.

Por tanto, para la izquierda española, igual de importante que llegar al poder es diseñar modelos y estructuras de gobiernos de coalición que protejan su funcionamiento. Hay que tejer organigramas, formas de relación, modelos de participación, mecanismos de decisión y planes de crisis para cuando haya diferencias, ya sean estas muy menores o de máxima importancia. No se trata de concretar pactos, ni definir protagonistas, políticas o cuotas. Es algo previo y más complejo, imposible de improvisar al día siguiente de las elecciones. Se trata de buscar fórmulas concretas para impedir que las tensiones democráticas —o incluso personales— que se puedan dar en un gobierno de distintos partidos acaben explotando sin remedio y llevándose por delante toda posibilidad de aplicar las políticas transformadoras que la ciudadanía haya votado.

En otras palabras, el reto es poner las bases para que la izquierda plural, más allá de ganar las elecciones, sea capaz de gobernar. Dos, o tres, o cuatro no pueden gobernar como uno solo. Pueden hacerlo mejor si se organizan pero pueden hundirse si no lo hacen. Las recetas de la derecha no sirven. No sirven para ganar, creo que esto ya está muy asumido, pero tampoco sirven para gobernar. Es una cuestión estratégica, fundamental. De que esto se haga bien depende que la izquierda (la verdadera izquierda y no el PSOE en solitario como alternancia del PP tipo Cánovas y Sagasta) gobierne o se pase otros 25 años en la oposición. Es posible que en los próximos años veamos victorias electorales progresistas que se concreten en “Pactos de Progreso”. Como no se hayan diseñado muy a fondo los automatismos de la relación entre los distintos grupos una vez en el gobierno, su paso por el poder será efímero y frustrante. Me parece que con lo sucedido en Catalunya, en las Baleares o en Galicia ya se debería tener aprendida la lección. Donde la derecha ha llegado a encadenar casi veinticinco años de gobiernos monocolores seguidos, la izquierda, pactando, no ha pasado de los siete. En los tres casos, los gobiernos en coalición han desembocado en los peores resultados de la historia para la izquierda. El caso es que el PP no perdona ni va a perdonar ni un solo fallo; ni en el País Valenciano, ni en Madrid, ni en Asturias, ni en Andalucía, ni en ninguna otra parte de España. Su mensaje, simple y directo, de que pacto es sinónimo de lío, llega bien. Solo necesita tener un poco de razón.

Hoy, sin elecciones a corto plazo y con las encuestas evidenciando que el mapa político español está en movimiento y la hegemonía de la derecha en duda, la izquierda tiene ante sí una cuestión estratégica que nunca ha tomado como tal: los pactos. No es un tema de polémica pública sino una cuestión de fondo básica.

La derecha pierde votos y hay una profunda movilización social contra las políticas “liberales” que nos han llevado al pozo en el que nos encontramos. Así las cosas, la ocasión para la izquierda es indiscutible. Las condiciones, impensables hace solo dos años, están dadas. Condiciones para el cambio, no para el recambio. Para convertir la movilización social en votos, las fuerzas progresistas estarán atentas a los programas a presentar, los líderes que los personifiquen, las actitudes con las que los defiendan y a un diseño inteligente de las campañas. Pero hay que ir más allá. Los pactos, por más que no formen parte de la campaña, deben ser tenidos en cuenta como algo fundamental. Ganar gobiernos en las urnas para acabar perdiéndolos, a las primeras de cambio y para mucho tiempo, por culpa del mal funcionamiento de los pactos es una irresponsabilidad imperdonable.