En un ya lejanísimo 2016, el Partido Popular vivía uno de sus peores momentos. Acorralado por centenares de casos aislados de corrupción que eclosionaban cual champiñones, de norte a sur de la geografía española, de aquellos días nos quedan situaciones y frases míticas como las comparecencias de Mariano Rajoy a través del plasma o “ese señor del que usted me habla”, con el que empezaron a denominar a Bárcenas.
Rita Barberá también sufrió este escarnio público con el “ya no es militante” con el que Rajoy la sentenció al ostracismo y la marginación. Altos dirigentes de la calle Génova le pidieron dignidad y sus compañeros valencianos, liderados por Isabel Bonig y con María José Català entre sus huestes, presentaron una propuesta en Les Corts para que abandonara todos sus cargos.
La exalcaldesa de València se fue sola y abandonada por quienes fueron sus amigos (salvo un reducido núcleo duro en el que destacan Francisco Camps o Miguel Domínguez). Rita Barberá ya no está para defenderse de las acusaciones ni para escuchar, imagino que con amarga sorpresa, cómo hoy, quienes la negaron, reivindican su figura como insustituible.
Cuando crees que el cinismo ha tocado suelo, te das cuenta de que puede seguir escarbando. En esta tesitura se encuentra actualmente el Partido Popular de la ciudad de València. Huérfano de referentes políticos por la corrupción, ha bloqueado la que podría ser la cuarta sesión de la comisión de reconstrucción municipal. A propuesta de Ciudadanos, se acordó pedir a los exalcaldes o representantes de anteriores gobiernos municipales para que aportaran su visión y sus consejos sobre cómo gestionar una crisis sin precedentes.
Al Partido Popular no le sentó bien una propuesta que, de entrada, calificó de malintencionada y que se ha propuesto bloquear para evitar una foto con su pasado más reciente. Durante casi 20 años, Alfonso Grau fue la mano derecha de Rita Barberá y su vicealcalde hasta que Sandra Gómez lo sentó en el banquillo por el caso Noos. Por tanto, en ausencia de la primera, es el segundo quien reglamentariamente debería participar en la comisión. Pero el Partido Popular olvida que la comisión no es el congreso de ningún partido y las designaciones no responden al arbitrio ni al capricho de las formaciones políticas.
Habría sido más digno que el Partido Popular hubiera reconocido que no creía conveniente pedir la comparecencia de una persona imputada, antes que montar un lío y volver a tomar el nombre de Rita Barberá para huir hacia delante en su estrategia de tierra quemada con el pasado y borrar de la memoria cualquier rastro de sus compañeros de partido repudiados.
Este revisionismo histórico que ha emprendido el PP tiene mucho de purga stalinista. El tirano ruso borró de las fotografías a todas las personas que le incomodaron a lo largo de su régimen, hasta el punto de que en muchas de ellas acaba quedando él solo en la imagen. Un vil intento de borrar cualquier vestigio de sus opositores de la memoria colectiva que no le dio resultado.