Resultan descorazonadoras, aunque también previsibles, por otra parte, las listas que las dos partidos mayoritarios van desgranando de cara las Elecciones Europeas. Bien es cierto que estos comicios se identifican como de tercer orden por parte de electores y formaciones, como una especie de macroencuesta con luz y taquígrafos o de sparring previo a las siguientes elecciones. Asimismo, el carácter meramente consultivo del Parlamento Europeo tampoco ayuda a implicar a unos y otros. Pero, a pesar de lo dicho, los elencos que presentan PP y PSOE constituyen una fehaciente revelación del talante con el que ambos partidos afrontan las elecciones: fontaneros, ex imputados, cuotas autonómicas, recomendados, desterrados, etc.
Retiro dorado o cementerio de elefantes como expectativa de destino, un boyante Plan Quinquenal individual. Por desgracia, representan una imagen de podredumbre ganada a pulso. Véase también el culebrón referente a la elección del cabeza de lista del PP, con sus constantes vitales más cerca del proverbial “a veces no moverse es bueno” de Rajoy que de cualquier modelo de Europa que se precie. La discusión parece que estribaba en si Cañete daba menos perfil de señorito que Arenas o si, finalmente, los desbancaba el locuaz González Pons, a pesar de lo lejanos que quedan los 3,5 millones de empleos que ambicionaba.
Por cierto, cuestión espinosa, la de determinados confinados en Estrasburgo. La moqueta de la Eurocámara puede convertirse en alfombra voladora, merced a la cual se puede pujar a posteriori con ciertas garantías por reverdecer pasados cuatrienios. Que se lo pregunten a Rosa Díez o a Alejo Vida-Quadras.
De la misma manera que coinciden PP y PSOE en los criterios de selección de sus candidatos electorales, se han puesto de acuerdo a la hora de abortar la moción de censura en Navarra. Una parte de la crítica censura, con razón, que el PSOE ha comprado al PP la moto relativa a que apartarlos de un precario ejercicio del poder es hacer el juego a ETA. El silogismo resulta particularmente cínico, además de desagradable, pero el caso es que el PSOE ha sucumbido a las inquisitoriales llamadas al orden de determinados grupos mediáticos cuya incidencia social es menor de la que desde Ferraz presumen.
Sin embargo, se atisba una segunda lectura, menos sesgada, en toda esta performance política que ha dejado la imagen del PSOE ciertamente malparada, a la vista de su vacilante estrategia. La de la auténtica Grosse Koalition PP-PSOE. No de la que propugna Rodríguez Zapatero, “estadista en la reserva” y que, aunque en condiciones eminentemente distintas, se situó en las antípodas de la misma durante su mandato. Se trata del pacto tácito de la partitocracia española, configuración de las circunscripciones electorales aparte, de convocar los comicios “de régimen común” en fechas coincidentes por razones de ahorro económico y estabilidad de los tempos políticos. Una sincronización de agendas y escenografías que, tras la legítima motivación de la austeridad organizativa, españoliza las campañas y arrincona temas autonómicos y locales en pos de los que prefieren los partidos mayoritarios, de manera que se produce una extrapolación y extravío de la naturaleza de los comicios.
Por eso, Navarra no puede salirse del redil, va en detrimento de “intereses de superior orden”. No tanto de los de España, sino de los de PP y PSOE, las maquinarias partidistas sobreprotegidas por la Constitución y la legislación ad hoc.
La “junta de la trócola”, avería y estafa simultáneas de la democracia española.