Hace una década, en su libro “Agnotology. The making and unmaking of ignorance (2008)” (Agnotología. Construir y deconstruir ignorancia) los historiadores de la ciencia Robert Proctor y Londa Schiebinger proponían reflexionar sobre lo que desconocemos y por qué lo desconocemos. ¿Qué es lo que mantiene viva la ignorancia y la usa como un instrumento político? Más allá del interés tradicional de la historia por la construcción del conocimiento humano, con su neologismo “agnotología” proponían historiar la ignorancia: ¿por qué no sabemos lo que ignoramos? Su reflexión aporta numerosos casos en los que la ignorancia es algo más que una simple ausencia de conocimiento; también es el resultado de estrategias de ocultación, desinformación y confusión, que ocultan intereses económicos y políticos. La ignorancia tiene una historia y una geografía política; también es consecuencia de campañas bien orquestadas de engaño, falsedad y post-verdad que están creciendo espectacularmente en los últimos tiempos. Sembrando dudas sobre el conocimiento y quien lo produce se consigue que pierda credibilidad. La industria del tabaco, por ejemplo, ante la debacle que suponía para sus intereses comerciales las políticas contra el tabaquismo y la evidencia de que perjudica la salud y eleva la mortalidad, proclamó: “La duda es nuestra arma”. Otro tanto sucede con el cambio climático y el deterioro medioambiental, el evolucionismo biológico, la negación del genocidio franquista o el exterminio de culturas indígenas. Sembrar dudas y negar la evidencia es la táctica más antigua para desinformar, confundir y propagar la ignorancia. La ignorancia también se extiende a los secretos militares, los paraísos fiscales y las estratagemas del poder financiero o de los servicios de inteligencia, que operan más allá de la ley.
En tiempos de post-verdad, internet y redes sociales, fabricar ignorancia se ha convertido en una gran plataforma de poder y manipulación. Es fácil advertir una industria y una política que fabrican y difunden bulos, ponen en cuestión el conocimiento, confunden y crean adicciones. Proctor ha indagado cómo la ignorancia se genera activamente a través de cosas como el secretismo en los avances científicos militares o por medio de estrategias políticas. El conocimiento no solo se crea, también se oculta y se obstruye. Como los ídolos y las verdades.
Las campañas sembrando dudas sobre el calentamiento global, los beneficios de las vacunas, los efectos perniciosos de los alimentos basura, son temas estrella de los fabricantes de ignorancia. Sembrando dudas se crean cortinas de humo contra las formas de saber que resultan molestas. Sus autores siempre son quienes se benefician de la ignorancia. Mediante fake news y manipulación informativa se puede hundir a las personas y desprestigiar el conocimiento. La industria de la ignorancia es un negocio en auge y representa, hoy más que nunca, una amenaza para la ciencia, la democracia y la libertad individual. ¡Malos tiempos, amigos, para el pensamiento crítico!