València está desde este miércoles en Fallas y sus calles acogen la plantà de los monumentos, tras año y medio de espera y en un ambiente marcado por la pandemia y sus restricciones, unido a unas malas previsiones del tiempo, con chubascos y bajada de las temperaturas. Estas atípicas Fallas de 2021–se celebran en septiembre en vez de en marzo– son la primera fiesta popular en una gran ciudad europea en medio de la pandemia y se erigen como ejemplo de celebración segura, y a la vez divertida, por lo que las autoridades han apelado a la responsabilidad para cumplir las normas para evitar un repunte de los contagios en pleno descenso de la quinta ola.
Lo que más preocupa –aparte del mal tiempo, azote para las fallas que arderán el domingo– son los botellones y las reuniones sociales en la calle en el horario del toque de queda –de 1 a 6 horas de la madrugada–; por eso, la ciudad se blinda con 5.500 agentes de la Policía Local y la Policía Nacional, entre el servicio ordinario y los refuerzos, a los que se unirá la Policía Autonómica. Incluso el Ayuntamiento ha contratado seguridad privada para algunos actos.
Las tormentas, que en estos días previos han dejado registros históricos de precipitaciones e incluso granizo, son otra pesadilla de los falleros y ya han hecho estragos en algunas comisiones, que han visto caer los remates de los monumentos por las adversas condiciones del clima.
Pospuestas a septiembre por la pandemia, que ya hizo que se suspendieran en marzo de 2020, estas Fallas –del 1 al 5 de septiembre– verán limitado el impacto de una fiesta que solía atraer en sus “días grandes” a centenares de miles de personas y que se alborotaba con sus cientos de calles cortadas, carpas y puestos de chocolate y buñuelos, que se empapaba del olor a pólvora, música y arte y sátira por todos sus rincones. Este año las medidas sanitarias dejarán huérfana de mascletades la plaza del Ayuntamiento, y de castillos de fuegos artificiales el viejo cauce del río Turia, para evitar aglomeraciones; pero habrá Ofrenda a la Virgen de los Desamparados –entre el viernes y el sábado– y cremà el domingo, aunque con medidas especiales.
La celebración ha divido a los valencianos entre los que querían quemar ya los monumentos almacenados desde marzo de 2020 y cerrar un ciclo y los que no consideran Fallas una fiestas tan alteradas por la pandemia, e incluso el propio alcalde, Joan Ribó, aseguró que no le gustaba llamarlo Fallas porque no lo eran, solo “actos falleros”. Todos esos actos, pactados con la Conselleria de Sanidad Universal y Salud Pública, se celebrarán con mascarilla obligatoria, incluso en espacios al aire libre, con aforos limitados y garantizando en todo momento la distancia de seguridad.
Las despertades pirotécnicas serán estáticas y con control de participantes y espectadores, y los desfiles y pasacalles tendrán bandas aunque los músicos, siempre con mascarilla –salvo los de viento–, tendrán que estar a dos metros de los falleros. Por su parte, la Ofrenda, uno de los actos más emotivos, cambia su itinerario, suma mascarillas a las flores, con filas de 4 falleros –o 5 si son niños–, sin público y solo con un 40% de la gente habitual –casi 109.000 personas en 2019–, mientras que la cremà se adelanta dos horas para cumplir el toque de queda, cierra calles y acota el aforo.