Desde que tengo uso de razón y eso es hace varias décadas, he conocido los incendios forestales. Desde el huerto de naranjos de Alzira donde veraneábamos veíamos, año tras año, cómo ardía la Murta iluminando la noche. También veíamos como se disparaban los cohetes de yoduro de plata para sembrar lluvias. Nada sabía entonces de la “regla del 30” y menos en verano cuya principal regla era pasarlo bien, tirarse a la balsa de riego y recorrer con la bicicleta BH los caminos próximos.
AAhora sin embargo quien atienda mínimamente durante el verano a los telediarios conocerá la “regla del 30” que dice que el riesgo de incendios se incrementa exponencialmente si hay menos de 30% de humedad ambiental, el viento es superior a 30 km/h y la temperatura es superior a 30 grados. Lamentablemente con el cambio climático estos factores se van a mantener o incrementar en buena parte de la península, así que la cosa no pinta nada bien, además de que son factores ambientales sobre los que los humanos tenemos poca capacidad de control directo incluso aunque no hubiera cambio climático. Así que, visto lo visto, me propongo sugerir que a esta regla del 30 se añadan otras sobre las que, a lo mejor, tenemos más capacidad de intervención. Permítanme a efectos de la digresión que mantenga el valor 30 como indicador, aunque los lectores inteligentes sabrán separar la anécdota de la categoría.
Por ejemplo, tiendo a pensar que el riesgo disminuiría si la densidad de población en zonas rurales fuera superior a 30 habitantes por km2 (en más del 30% del territorio de la Comunidad Valenciana no se alcanzan ni 20 habitantes por km2) especialmente en aquellas zonas donde la masa forestal es superior al 30% y en lugares donde hay más de un 30% de probabilidades de que haya incendios (por las series históricas) y dónde la diversidad vegetal es inferior a ese porcentaje. Si a este modelo de despoblación añadimos que casi el 30% de la población de dichas zonas supera los 65% años de edad (o como en el Rincón de Ademuz está casualmente en el 30,4% y en L´Alt Maestrat en el 31%) tenemos un “factor 30” que complica aún más la situación. Igualmente pienso que habría que vigilar 30 veces más aquellas zonas forestales con pendientes superiores al 30% dado que incrementa el riesgo y dificulta su extinción (porque el acceso es más complicado) o aquellos lugares que, por el tipo de vegetación pirofílica o porque produce mucha biomasa, se generan más de 30 kg por metro cuadrado de matorral muerto o seco.
También tiendo a pensar que las ayudas para mantener el monte para agricultores y ganaderos, propietarios de montes o los ayuntamientos con zonas forestales, son un 30% inferior a lo que deberían ser e igualmente las multas por malas prácticas, ocupación ilegal del monte, usos inadecuados o usos que incrementan los riesgos, son un 30% inferiores de lo que deberían.
Además las inversiones en tecnología preventiva (pongamos sensores de calor, uso de imágenes de satélite, medios de alertas o drones de vigilancia) se han reducido o simplemente no han llegado nunca a implementarse por lo que estamos treinta años atrasados respecto a otros países. Igualmente el riesgo se incrementa si solo se cubre un 30% de la plantilla de agentes forestales o bomberos del consorcio, o hay menos del 30% de la plantilla con menos de 50 años o solo hay menos de treinta helicópteros disponibles (comprados, alquilados o medio pensionistas) o si las balsas (o cualquier otro sistema para disponer de agua como son, por ejemplo, canalizar parte del agua reciclada de depuradoras para apagar incendios para rellenar esas balsa) están por debajo del 30% de su capacidad potencial.
También deberíamos añadir que si las compañías eléctricas destinan menos de 30 personas para limpiar los márgenes de los tendidos eléctricos o destinan menos del 30% de recursos para evitar chispas o riesgos inherentes a esas infraestructuras, los incendios se multiplican. También se incrementan si los caminos de acceso a zonas de riesgo no se han arreglado desde hace 30 años con lo que es imposible llegar en menos de 30 minutos a un incendio, que es cuando se evitan los grandes incendios forestales (GIF), además de que estos se apagan en invierno y no en el tercio del año (30%) que va desde junio a septiembre que es, por desgracia, época de apagarlos y no de prevenirlos.
Todos estos factores parecen ser tanto más importantes que los tres factores clásicos mencionados, porque en el decenio 2007-2016 hubo 196 GIF en España pero “solo” el 36,7% de estos sucedió en condiciones meteorológicas extremas de temperatura, viento y humedad por lo que la regla del 30 viene a ser casi un mito que viene bien para rellenar los telediarios y advertir sobre el cuidado debido de los bosques, pero no como eje central de políticas de prevención. Sin embargo ese porcentaje sube a 67% (dos veces 30) cumpliendo dos de las variables (viento-humedad, viento-temperatura, temperatura-humedad o temperatura-viento). En todo caso, en relación esto último, sería conveniente hacer una evaluación de las campañas de publicidad de la lucha contra los incendios forestales, campañas que cuestan mucho pero de cuya efectividad nada se sabe.
Algunos expertos afirman que la ‘regla del 30’ se originó en los años noventa “un poco para andar por casa” y hablar de la propagación del fuego, pero no esclarece las causas reales de los GIF actuales, que están más relacionadas con el cambio climático. Cuando por ejemplo se da un ola de calor sahariano, combinada con poca humedad y temperaturas altas en las zonas de la superficie, la biomasa de combustible muerta arde con facilidad.
La conclusión parece clara y esta es que las reglas simples no solucionan problemas graves (es aplicable a otras áreas de gestión pública) y sin duda los incendios y la desertificación que provocan lo son.