Un señor mayor bufaba a mi lado cuando comenzó a sonar el himno de la Champions League, quizás la emoción le embargaba al escuchar los primeros compases de la música que acompaña a los mejores clubes de Europa. O tal vez las patatas bravas que se estaba comiendo con fruición quemaban mucho. Otamendi, que fue jugador del Valencia CF pero ni aficionado ni hincha, era la conversación que más se repetía en el bar donde estábamos. Sentía en las personas que me acompañaban cierto resquemor, cierto regreso al pasado con Mijatovic como trauma colectivo. Otamendi ha sido éste verano la salsa de la prensa deportiva del Valencia, ha jugado un papel importante en un rebrote del sentimiento valencianista, y sin duda ha sido una venta fantástica, a nivel empresarial, de un equipo que sigue adelante sin él.
Nicolás Otamendi se abrazaba al escudo del Valencia como quien anuncia un artículo en la teletienda, alabando sin criterio alguno las bondades y beneficios que reporta comprarlo. Pero en realidad a Otamedia, por otro lado genial futbolista, lo que le importaba era el dinero y la fama que podía alcanzar en el Valencia, como perfecto trampolín, para llegar a otros clubes que en definitiva le pagaran más. Y lo comprendo. Si mañana me llamaran de un trabajo mejor, y con ello hablo de más emolumento, mi primera idea sería la de marcharme, sin mirar atrás. Pero por desgracia eso no nos pasa al común de los mortales. El Valencia es un club, una empresa privada que sabe que con mejores jugadores venderá más camisetas y más ilusión, y por descontado un hincha ilusionado compra más objetos del club y se abona a la temporada con mayor facilidad. Con ilusión se ven los partidos, esperando que el equipo amado gane y nos deje con un buen sabor de boca. Si la gente ve los partidos estos generan audiencia, los patrocinadores lo saben y pagan elevadas cifras para aparecer en cualquier momento en la pantalla junto a los jugadores. Más audiencia, más patrocinadores. Quizás algún aficionado crea que el producto que está al lado de la valla publicitaria es mejor que el de marca blanca de su comercio, con lo cual lo comprará. Ese es parte del negocio, y los jugadores son las estrellas de todo eso, las prima donnas de ese auténtico teatro de los sueños. En todo éste juego, donde ya no están los valores primarios del fútbol ni el placer de jugar por jugar, los hinchas son la verdadera esencia, el alma, la escasa realidad que tiene éste deporte cuando hablamos de la élite. El aficionado que besa su escudo, que gasta su dinero, que sueña con títulos y que asiste a los encuentros con nervios y con sufrimiento. Ellos son la verdad de un juego que es un negocio, donde lo jugadores son llamados mercenarios por buscar un club que les pague mejor. Ya se sabe, el futbolista que se marcha a un equipo donde le pagan más es un vendido, pero el trabajador, a cualquier nivel, que consigue un empleo en otro lugar por más dinero, es una persona sabia y con suerte. Un deporte que cada vez se distancia más de la cantera, sobre todo los grandes equipos, porque una compra de un crack obtiene portadas, genera noticias, y con ello pingües beneficios, rápidos y a escala internacional. ¿Cómo va a competir la compra de un jugador rimbombante con la meticulosa preparación, siempre a largo plazo, de unos jóvenes de la cantera?. La afición y la prensa precisan de estrellas inmediatas, cortoplacistas, que den brillo y algo de lustre al club de marras, con premura, compitiendo con los fichajes de otros equipos. Quizás esta nueva era a la que estamos asistiendo, en parte impulsada por la burbuja futbolística, donde algunos clubes europeos han sido despojados de las manos de sus socios por los de algún magnate, queda más claro que el deporte rey es uno de los mejores negocios del planeta. Un negocio que ha sido mostrado por los medios de comunicación con el escándalo de la FIFA y sus supuestos sobornos. Es tanto el dinero que se juegan países como Rusia o Qatar en sus mundiales, que prefieren que éste espinoso tema se acalle, otros como Inglaterra prefieren que se investigue con mayor profundidad e incluso que se repitan las votaciones que designan los países que acogerán los mundiales. Y viendo eso nos damos cuenta que todo es negocio, algo que por supuesto ya sabíamos, entonces, si sabemos que es un negocio, ¿por qué nos enfadamos tanto y llamamos mercenarios o vendeburras a los futbolistas cuando se van?. La respuesta podría darse al llegar a un bar o al estadio de turno, y ver las caras de la gente, la ilusión, la casi devoción por los colores y el escudo. Por ése sentimiento de unidad, de compañerismo, de compadreo, la sutil pero intensa necesidad de sentirnos arropados bajo la manta de algo, y ese algo es el fútbol.
Al terminar el partido le dije al hombre que tenía a mi lado que sin Otamendi también podíamos ganar, él me miró y me dijo que Otamendi era un mierda. Apuré mi cerveza y al salir pensé que, como muy bien dijo Vujadin Boskov, técnico del Zaragoza en 1979, “fútbol es fútbol”, y seguramente es un sentimiento difícil de analizar.