Uno de los temas de la teoría crítica de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer -de la Escuela de Frankfurt- era este, el del rechazo frontal de lo que denominaban la sociedad totalmente administrada. Hacían referencia a los métodos de control que la racionalización desenfrenada imponía a la gente en la sociedad industrial de su tiempo. Una racionalización que escapaba de los ámbitos estrictos del trabajo y que se extendía al conjunto de la vida, que colonizaba el “mundo de vida”, y que restringía cada vez más los márgenes de libertad de las personas.
El trasfondo de esta postura era también la crítica de la manipulación política a cargo de poderes cada vez más poderosos, por así decirlo, de unos aparatos estatales crecientemente sofisticados que condicionaban los procesos de formación de la voluntad popular y que, además, se inmiscuían en la vida privada de los individuos. Por si faltaba algo, la industria cultural estandarizaba, comercializaba y desvirtuaba el arte y la cultura, ese reino de la libertad individual y del gusto arbitrario del creador, que ofrecía -en diálogo e intercambio con el público- una ocasión de goce estético libre de vínculos y condicionamientos.
Por supuesto, se ha debatido mucho sobre estas ideas de la teoría crítica. Se ha querido encontrar en ellas un regusto elitista, derivado de una vivencia restringida socialmente de la alta cultura en la época del apogeo burgués en Europa occidental, del lento tránsito de la cultura cortesana a la cultura burguesa, el caldo de cultivo del venerable “individualismo” occidental. También se ha querido ver una condena sin paliativos de la cultura de masas, un fenómeno complejo y mucho más poliédrico que la mera estandarización o comercialización barata.
En cualquier caso, en la evaluación crítica, en términos sociopolíticos, pesaba también el conocimiento horrorizado de lo que había sido el totalitarismo en la Alemania nazi, que -este sí- invadía todos los ámbitos de la vida, sometía a control y escrutinio al conjunto de la población, imponía un código militarizado y selectivo, expulsaba y asesinaba quienes no se ajustaban al molde, imbuido de un espíritu guerrero y racial que acabó en el genocidio y la autodestrucción. También pesaba la visión realista y negativa de lo que había acontecido en la URSS a raíz de una revolución liberadora en la cual las lúcidas previsiones de Rosa Luxemburg -en su artículo “La Revolución rusa”- se habían mostrado acertadas. La supresión de la libertad condujo a un totalitarismo despótico sui generis, en el cual el primitivismo de los métodos y la continuación de las tradiciones rusas -las deportaciones y la policía política ya las había inventado el zarismo- se revelaron simplemente la premisa de un salto cualitativo con las ejecuciones, las purgas y el gulag, que llegaron al paroxismo bajo Stalin. Una sociedad totalmente administrada, también.
Hoy sería momento de repensar esta historia y estos métodos. Porque muchos de los debates actuales tienen mucho que ver con ello. La racionalización desatada de todos los ámbitos de vida continúa haciendo estragos, sin duda. Mucho más que en tiempo de los padres fundadores de la Escuela de Frankfurt, que mirarían con espanto el inaudito auge actual de la industria cultural y del ocio, de la cultura de masas, y la decadencia de las artes y de la cultura humanista.
Pero el novum más increíble de todos es el advenimiento de unas tecnologías de la información y de la comunicación, que ya vamos conociendo, con múltiples y variadas aplicaciones. Fenómeno paradójico y contradictorio, por supuesto. Pero con una derivada clarísima: las posibilidades que ofrece para el control total de la vida y los movimientos del individuo. Las sociedades occidentales mantienen las apariencias, y a veces la realidad, de las garantías jurídicas de los derechos y libertades, no solo políticas, sino también personales. El margen de maniobra individual es considerable todavía en las sociedades occidentales, y en ellas sobrevive el juego y la interacción entre sociedad civil, las esferas separadas de la vida social, y el Estado y sus diversos aparatos. Todo con límites, bien lo sabemos, en medio de peligros y tentaciones. O de algo más que tentaciones, en el caso de algunos países y algunas agencias especializadas.
Ahora bien, en otros espacios histórico-culturales donde esta dialéctica entre sociedad civil y Estado -o entre individuo y poder- es muy débil, o simplemente no existe, las posibilidades que ofrecen los nuevos recursos tecnológicos, que no han hecho más que empezar, las múltiples prestaciones que pueden poner en manos de un Estado controlador, harían poner ojos como platos a los teóricos de la teoría crítica. Y también a un visionario que al parecer se quedó corto, como George Orwell. La utopía se ha convertido en distopía, he aquí el drama.
En China se está experimentado ahora mismo con insertar GPS en el uniforme de los escolares, para tenerlos siempre situados y vigilados. Las excusas son múltiples, disciplinarias y en teoría bienintencionadas. También se prevé la implantación de un sistema directamente escalofriante de control de la trayectoria vital de los individuos, llamado de “crédito social” y que sería un registro de “todas las calificaciones crediticias, financieras, sociales, políticas y legales de cada ciudadano”. Quien no lograse un determinado nivel de crédito social tendría problemas. No podría acceder a la seguridad social, a un cargo público o a un pasaporte. Según una información de Albert Molins Renter (LV, 28 de enero 2019), también se experimenta con un sistema de reconocimiento facial dentro del aula para garantizar en tiempo real la atención y el rendimiento de los estudiantes. Todo combinado, junto con la censura permanente sobre Internet, y en el resto de fuentes de información, en una sociedad en la que el poder no tiene contrapesos, controles ni garantías reales, dibuja un presente y un futuro muy alejado de lo que podría y debería ser una sociedad humana decente y habitable.
Teniendo en cuenta el poder del Big Data en manos de las empresas de venta en Occidente, y las derivadas de control personal y político que comporta, porque los datos personales pueden ser aprovechadas por agencias de control, y estas tendencias en un estado-continente poderoso, de 1300 millones de habitantes, conquistador de mercados y de esferas de influencia, que se convertirá en una superpotencia este siglo, las reservas y los temores están más que justificados. Los ideales de libertad y democracia podrían marchitarse bien pronto.
La sociedad totalmente administrada, bajo un disfraz u otro, y ahora con medios de un poder y un alcance extraordinarios, es la amenaza. Y bien haríamos de ser conscientes de ello y de poner todas las trabas, obstáculos y resistencias posibles a un proceso que podría ahogar la libertad y acabar definitivamente con cualquier margen de acción sin intromisiones de los individuos y de los pueblos.