“Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero los hay que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.“
Cada vez que leo o escucho esta archimanida cita atribuida a Brecht, pienso en Antonio Montalbán. De la pedanía de Alcolea (Córdoba) al barrio de Malilla, de criar cerdos a dirigir el primer sindicato del país, de las celdas del franquismo a los despachos de la democracia, la vida de Antonio ha dado muchas vueltas pero siempre sobre el mismo eje: la defensa de los derechos de la clase trabajadora, de la que no se ha separado en ningún momento. Me atrevo a decir que pocas personas habrá con mayor conciencia de su condición y de su deber, con una integridad personal inmune a las prebendas y a los halagos, con esa entrega tan grande a la causa de la justicia social. Y, de esas pocas, bastantes son de su familia.
Yo he tenido ocasión de conocerles, de tratarles y de quererles desde la militancia compartida en Esquerra Unida. Una militancia a veces difícil y áspera, como el propio Antonio cuando se enerva con quienes confunden el comunismo con una bandera, él que siempre ha estado ahí para que lo usáramos de estandarte en batallas que sabíamos perdidas pero que dimos con entusiasmo. Una militancia que tiene su mejor ejemplo vivo en Encarna, siempre dispuesta a tirar del carro cuando el resto desfallece. Una militancia de la que, después de tantos años y de tantas decepciones, los Montalbán-Moya siguen siendo un referente ético y político.
Se dice que la historia la escriben los vencedores; yo añadiría: y los que saben y pueden. Por eso hemos tenido en este país una gran profusión de publicaciones sobre la resistencia antifranquista en la Universidad, encomiable desde luego, pero mucho menos decisiva y arriesgada que la que se dio en las fábricas y en las calles. Por eso hemos podido leer tantas batallitas de juventud de aquellos que tenían entonces familias bien para sacarles de comisaría y tienen hoy cátedras para construirse su relato generacional. Por eso se ha escrito mucho menos sobre la vida de los verdaderos héroes de nuestra democracia, esos miles de obreros -la mayoría inmigrantes- que se lo jugaron todo por conquistar los derechos y libertades que ahora nos toca defender. Por eso, una de las cosas de las que más orgulloso me siento es de haber promovido, hace ya algunos años, el libro de Mario Amorós “El hilo rojo. Memorias de dos familias obreras” (PUV, 2012), que traza la biografía colectiva de los Montalbán y los Moya a lo largo de medio siglo, desde su defensa de la República durante la guerra civil a la legalización del PCE y de las Comisiones Obreras que contribuyeron a fundar. Y, también por eso, fue una inmensa alegría para mí que el Consell concediera a Antonio Montalbán la distinción de la Generalitat el pasado 9 d'octubre.
No pude acompañarle al acto oficial en el Palau pero mi satisfacción fue enorme al verle junto a otros “imprescindibles” como Alejandra Soler y Josep Almudéver, que suman dos siglos de lucha por los mismos ideales de emancipación humana. Estoy convencido de que este 9 d'octubre fue un día muy importante para la visualización del cambio, que debe proyectarse hacia el futuro sin olvidar el pasado. Porque el cambio es también conciencia colectiva y memoria histórica, reparación y justicia a los hombres y mujeres olvidados por un régimen corrupto y negacionista de nuestra verdadera identidad como pueblo. Y la mejor demostración del cambio es que un demócrata pueda emocionarse leyendo el Diario Oficial de la Generalitat Valenciana. Sucedió este 9 d'octubre.