Si algo determina el arte son las formas. Tanto es así que hasta Platón, tan reacio a la presencia de los artistas en su República, defenderá la existencia de belleza en la manifestación más pura de estas: en las líneas rectas y circulares, así como en las superficies y los sólidos que proceden de ellas. En este sentido, su importancia es tan crucial que no sorprende que en latín “forma” sea la palabra destinada a nombrar la belleza. Por ello, no deja de resultar paradójico comprobar cómo una institución dedicada al arte como el IVAM, tiende con tanta facilidad a perder las formas.
El fenómeno lo inició Consuelo Císcar cuando empezó centrando su atención en la creatividad de su peluquero Tono Sanmartín y acabó perdiendo las formas éticas y estéticas promocionando a su hijo con la pólvora de rey que le permitía su cargo al frente del museo. La consecuencia fue que pasó de ir en coche oficial al salón de belleza, a sentarse en el banquillo de los acusados. Por el camino, el prestigio ganado a pulso por el IVAM pasó a mejor vida.
Reanimar al moribundo no era tarea fácil, pero el trabajo de José Miguel G. Cortés al frente de la dirección lo consiguió. O al menos logró sacar al museo de la UCI donde se encontraba, dotándolo de una nueva personalidad, que había perdido, y comenzando a resituarlo en un panorama internacional en el que antaño llegó a ser referente. Quedaba pendiente, eso sí, administrarle el tratamiento necesario para su recuperación, como la normalización definitiva de su plantilla, su necesaria ampliación y, sobre todo, una adecuada dosis de financiación en la que el Ministerio de Cultura sigue siendo reacio a participar.
Sin embargo, cuando lo más difícil parecía haberse superado, el virus de la pérdida de las formas regresó al IVAM con el inesperado rebrote de la polémica salida de Cortés de la dirección propiciada por Cultura. En realidad la relación entre el director del museo y la conselleria que lidera Vicent Marzà, nunca ha sido fácil. El desencuentro se remonta a su mismo nombramiento, todavía con el PP gobernando el Consell, cuando el entonces portavoz de Cultura de Compromís, Josep Maria Panella, lo recibió con duras críticas recordando su pasado “ciscarista”.
Con todo, durante estos casi seis años la cohabitación ha sido más o menos llevadera. Pero al final la espita terminó estallando al frustrase la renovación de su contrato, que acaba en septiembre, y después de que Marzà se inclinara finalmente por convocar un nuevo concurso para seleccionar a la persona que deberá llevar las riendas del museo los próximos años. Y con la explosión, las formas volvieron a saltar por los aires.
Cultura se escuda en que esa renovación, prevista en el contrato firmado por Cortés, no era posible por los cambios en la ley que rige al IVAM. Pero en lugar de abordar el asunto con calma, apuró los plazos dejando poco margen más allá de unos hechos consumados que el azar encima hizo coincidir con una pandemia y en pleno estado de alarma. El modo mismo en que se comunicó más tarde la propuesta, por teléfono, a los miembros del consejo rector, máximo órgano responsable de la institución, se asemejó más al envío del legendario motorista que a la voluntad de promover un debate sereno sobre el futuro de la dirección y las alternativas para afrontarlo. Rotas las formas, las partes implicadas se desbocaron: Cortés denunció injerencias políticas y rechazó presentarse al nuevo concurso, el consejo asesor dimitió en bloque, ¡hasta se recogieron firmas desde colectivos LGTBIQ que veían en la medida un ataque a su visibilidad..! Por unos días el arte contemporáneo en el museo pareció reducirse al arte performativo.
Finalmente, el consejo rector ha dado hace unos días luz verde al concurso que ahora Cultura ultima contrarreloj para poder contar en septiembre con un sustituto para Cortés. Sin duda, el contexto generado no es el más propicio para atraer aspirantes que no lleven en su ADN algunas dosis de kamikaze. La propia votación del consejo rector, con cuatro abstenciones y un voto que no se quiso contabilizar, pone de relieve las tensiones del debate y el enrarecido ambiente que puede encontrarse el futuro director.
En cualquier caso, el acuerdo ya está tomado. ¿Servirá para superar la crisis y recuperar, si no la normalidad, al menos la normalización? ¿Se reencontrará el IVAM con las formas? ¿O se suplirán estas por la más perversa de sus ausencias: el formalismo? Los próximos meses nos darán las pistas. Eso sí, ojalá que el título de la exposición con la que se conmemoró el 30 aniversario de la institución, Tiempos convulsos, solo fuera una mirada a la época en que surgió el museo y no una premonición de lo que está por venir.