El jueves pasado, como Concejal de Inmigración, y acompañado de otros miembros del Gobierno Municipal y de la Campaña por el Cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros, tuve el dudoso privilegio de entrar en el CIE.
No sabía a ciencia cierta que me iba a encontrar. Sabía que iba a entrar en las tripas del espacio denunciado por la ciudadanía y los movimientos sociales como un cárcel para personas que no han cometido delitos. El lugar de los “sin derechos”, el espacio que se mantiene ajeno a lo que cualquiera entiende por un sistema de justicia justo. Ese lugar cuya existencia te insulta y te hace recordar que en nuestra ciudad, aún hoy, no todas las personas somos iguales ante la Ley.
La visita fue inquietante. Una tensa sucesión de imágenes y sonidos dentro de una burbuja aislada de lo que los “no internos” llamamos realidad. Porque os aseguro que para ellos es muy real.
Acompañados por la Policía, cuestionando, preguntando, tratando de asimilar que significa estar interno entre esos muros... no podía dejar de sentir a las personas que nos rodeaban, con las que no pude hablar, y que estaban a escasos metros.
A la mayoría de los internos los ví encerrados en un patio, sin sombras, sin bancos, sin nada que hacer. Nos miraban. Algunos se acercaban. Otros decían cosas que no alcancé a entender.
La mayoría se mantuvo en silencio, con su tensa mirada fijada en nosotros y nuestro mundo. Algo me dice que detrás de aquellos gestos habían demasiadas demandas de justicia. No pudimos hablar. Pero pudimos ver. Vimos brazos agitándose clamando justicia.
Un par de ellos nos confrontaron desde el otro lado del cristal que separaba nuestros mundos. No fue para insultarnos ni para exigir sus derechos. Fue para mostrarnos la realidad. Se levantaron sus camisetas y nos enseñaron las decenas picaduras que tenían por todo el cuerpo. Probablemente una nueva plaga de chinches...
Sentí el dolor de no ser igual. Me sentí distinto. El mundo demostró una vez más, que estoy en el lugar de las personas privilegiadas. ¿Por qué jamás acabaré en esa cárcel? Mi único mérito es haber nacido en este lado del mundo. Este lugar que te aleja de la pobreza, la guerra y el hambre. Un lugar que te permite no tener que coger una patera y jugarte la vida para huir de la guerra o buscar el pan de tus hijos.
Ser blanco, no ser pobre,... ¿Cuál es mi mérito? ¿Cuál es su delito si no lo han cometido? ¿Por qué jamás acabaré en esa cárcel?
Más allá de las condiciones del centro, sin lugar a dudas mejorables. Más allá de los servicios que desde allí se prestan o no..., la pregunta que desde el jueves no dejo de hacerme es esa.
¿A qué sistema de justicia obedece la existencia de estos centros? ¿ Cuál es el principio de igualdad que nos hace diferentes? Por vueltas que le doy, no lo alcanzo a discernir. Pobreza, guerra y hambre. Hambre, guerra y pobreza. Palabras que desde aquel día no dejan de azotar mi conciencia. Su drama les hace merecedores de una cárcel mientras mis no-méritos lo impiden.
Como concejal de inmigración de la ciudad de Valencia ha sido prioritario acercarme a esa realidad que son los CIE. No es coherente, desde una perspectiva global, intentar llevar a cabo políticas de convivencia intercultural mientras persisten realidades en nuestras ciudades como las redadas racistas y los CIE; los símbolos más visibles del racismo institucional.
Lo que he podido constatar es que hay muchos motivos por los cuales se deberían cerrar los CIE: siendo el primero de ellos, que son prisiones racistas. He podido ver en Zapadores las celdas, con condiciones de espacio y de intimidad nulas, sin baños, sin condiciones mínimas para cualquier persona.
He visto las celdas de aislamiento y nadie me ha hablado de control judicial. He visto cómo las mujeres, en absoluta minoría, concurren al patio “de hombres” rodeadas de las miradas penetrantes de hombres a quienes no se les deja tener vida propia.
He comprobado (corroborado por el propio equipo sanitario, por supuesto externalizado) que no existe un servicio médico 24 horas. Que no hay derecho a comunicar con tus allegados o familiares en cualquier momento. He comprobado que las restricciones de Zapadores van mucho más allá de la libertad de movimiento. La única que supuestamente ampara la Ley.
No hay excusas: Los CIE no son necesarios (la mayoría de gente que está allí ni ha cometido delito ni será expulsada). No son una obligación impuesta por la UE. No cumplen los principios de proporcionalidad y eficacia que exige el Derecho. No son finalmente una medida excepcional. Son espacios que propician la arbitrariedad. Repito, no solo no son necesarios, sino que tampoco son bienvenidos.
No queremos que Valencia siga en esa lista vergonzante de ciudades con CIE. Por ello, y obedeciendo a los deseos de justicia que la mayoría de la ciudadanía valenciana exige, no vamos a cejar en nuestro empeño de cerrarlo.
Hace ya seis meses que el equipo de gobierno aprobó el acuerdo por el cual se situaba a Valencia en la cabecera de la lucha contra el racismo institucional. Tenemos la obligación de llevar adelante aquello en lo que creemos.
Mi sensación es que he estado, sin lugar a dudas, en una cárcel. La cárcel de la pobreza. ¿Por qué jamás acabaré en esa cárcel? Porque soy blanco, porque no soy pobre.
Sean cuales sean las consecuencias: CIEs NO!