Sí. La justicia da miedo. No es sólo que no nos fiemos de ella. Es que se ha convertido en el coco, en el hombre del saco, en el lobo que se comió a Caperucita disfrazado de su abuela, en el perro de los Baskerville antes de que Sherlock Holmes le arrancara la máscara del horror. No es normal lo que pasa en este país. Lo miremos por donde lo miremos somos un país anclado en la anormalidad. La democracia tendría que ser otra cosa. Pero parece que cada día es más difícil que sea otra cosa diferente a lo que es: el falso remiendo de una dictadura que -en demasiados aspectos- no se murió cuando la palmó el dictador.
Eso es esta democracia: un calcetín al que, ni con la aguja y el huevo de madera, la abuela sería capaz de coserle todos los agujeros.
Uno de los agujeros más grandes de esta democracia tan deshilachada es el de la Justicia. Hace poco decía el rey que la Justicia es igual para todos. Lo decía antes su padre. Lo dice él ahora.
Sí, lo dice también el rey actual: la Justicia es independiente, es igual para todos. Su hermana estaba sentada con su marido en el banquillo, acusados los dos de no sé cuántos delitos. Ya en los comienzos del proceso, una sorpresa: el fiscal se convierte en el abogado defensor de la infanta Cristina de Borbón. Vaya anomalía, ¿no? Un fiscal que defiende al presunto delincuente en vez de ejercer la acusación. Pero se trataba de la hija del rey. ¿Cómo iba a acusar de delincuente, el fiscal Horrach, a la mismísima hija del rey? Hasta ahí podíamos llegar. Con acusar al plebeyo del marido ya iba bien la cosa. Como en las novelas de Agatha Christie y Conan Doyle, el asesino siempre es el pobre de la casa. No es que Urdangarin sea el pobre de la casa, pero en el juego de roles sociales que juega cada cual en este embrollo el deportista olímpico sí que era el arribista que engatusó a la inocente infanta para hacerse con el prestigio social y sobre todo con la pasta. En todo caso, también él se ha visto beneficiado por la sentencia última de la Audiencia Provincial de Baleares: se le pedían nueve años de cárcel y la condena se quedó en seis. Seis años que contando las más que seguras bonificaciones se le van a quedar en algunos menos. O sea, un rato, como quien dice, en que el podrá jugar en el patio de la cárcel con las porterías de balonmano pintadas en los muros. Y después, a seguir alegremente viviendo del cuento -en EEUU o Suiza- con el dinero cobrado fuera de la ley y que nadie le habrá obligado a devolver.
Lo más escandaloso ha sido la condena a la infanta: sólo una multa. Y lo más raro: una multa que toca a devolver. Quiero decir que como la fianza en su momento fue de casi seiscientos mil euros y la multa que le acaban de imponer es de poco más de doscientos cincuenta mil, la hermana del rey gozará de la devolución de más de trescientos mil euros. Negocio redondo. Y a pesar de eso, aún hay quien dice que la Justicia es igual para todos. Y que siempre hay quien se queja de todo. Al final, nos quejamos por vicio. La independencia de la Justicia está asegurada en España. Jueces y fiscales cumplen a rajatabla con su obligación. Son fieles cumplidores de su responsabilidad. Tratan igual a los pobres que a los ricos. No sé por qué algunos nos quejamos siempre. Quejicas profesionales. Procuradores del desorden. Piratas de la convivencia democrática. Jodidos criticones que sólo pretendemos erosionar los cimientos del sistema. Mala gente. Eso somos. La Justicia tendría que perseguirnos a nosotros (muchas veces lo hace) en vez de hacerles la vida imposible a la hermana del rey, a la reina del Jaguar y los confetis Ana Mato, al presidente de la Comunidad murciana o a su partido, ese PP que sólo ha hecho en su vida una cosa de lo más humana: desvelarse para que sus miembros, y familiares y amigos de sus miembros, gozaran de una buena salud económica en tiempos de crisis.
La sentencia del caso Nóos lo ha dejado bien claro: la pobre esposa no sabía nada de los negocios de su marido. Y sin embargo le ha tocado sufrir el escarnio público, los abucheos en la calle, la retirada de las placas con su nombre del callejero en su paraíso balear. Y encima le han puesto una multa. O sea que, aunque se trate de la hermana del rey, no se ha ido la señora de rositas. Eso dicen los palmeros del orden imperante. Para que luego digamos los quejicas que sólo se condena a los robagallinas. Ahí la tienen. Pobre mujer que desconocía de dónde salían los millones para comprar y mejorar la finca de Pedralbes, ni la pasta gansa que cuesta la escuela de sus hijos, ni la renta para vivir a tutiplén en EEUU o en una mansión suiza, ni nada de nada. Un marido trabajador, buen currante, y punto. Eso es todo lo que sabe de su marido la abnegada esposa. No es que el amor sea ciego. Lo que se queda ciego es el entendimiento cuando lo atiborras de dinero. Y si ese dinero es el de los contribuyentes aún da más gustito ponerlo a buen recaudo en las cuentas clandestinas de los paraísos fiscales.
Vuelvo al principio. La Justicia es un cachondeo. España es la Patria de ese cachondeo. Una broma. Lo que pasa es que se trata de una broma que no invita a la risa sino a la rabia. Nos consideran gilipollas. El fiscal Horrach dice que Urdangarin y su socio han de entrar ya en la cárcel. No se fía de ellos. Ahora ya se hace el valiente. Su objetivo era que la infanta se librara de la cárcel. Hizo todo lo posible para que así fuera. Y eso es lo que ha hecho: convertirse en un buen abogado defensor para Cristina de Borbón. Misión cumplida en un país en que la Justicia es más desigual que los ojos desiguales de un husky siberiano. Nadie se fía de la Justicia. Claro que hay excelentes jueces y fiscales. Siempre pensé que eso era lo más frecuente y que los malos jueces y fiscales eran la excepción. Siempre pensé eso, pero ahora -visto lo que estamos viendo cada día- creo que lo que pienso es lo contrario. Miren ustedes si no al principal personaje de esa Justicia de pacotilla: el ministro Rafael Catalá. Yo lo miro y sé que su presencia no provoca tranquilidad sino desasosiego. Ese tipo es el primero al que la Justicia de verdad le importa un pito. Por eso se burla de ella a cada paso. Lo que antes les decía: el lobo que se comió a la abuela de Caperucita. El coco. El hombre del saco. El perro de los Baskerville antes de que Sherlock Holmes le arrancara la máscara del horror. Eso es lo que veo en ese tipo. La Justicia que da miedo. Sólo eso. Sólo.