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Jóvenes y participación urbana

Escuchamos de forma repetitiva que la generación presente de jóvenes adultos europeos será la primera generación que viva, de media, peor que sus padres. Esta afirmación puede ser cierta en términos puramente financieros, pero si nos fijamos en los patrones de consumo o en la riqueza de los intangibles que disfrutan, la afirmación se desvanece.

Los llamados millenials (que han vivido en perenne crisis económica desde la adolescencia) somos también la primera generación que aspira a alcanzar un buen nivel de vida con ingresos medios o incluso bajos. Nuestra forma de vida se caracteriza por el consumo de bienes culturales y tecnológicos, vivir en el extranjero un tiempo -los beneficios del programa Erasmus han sido inmensos, fortaleciendo la maltrecha integración europea- y la riqueza de una vida personal y profesional diversa y multicultural; un estilo de vida construido sobre tres pilares: movilidad, experiencias y flexibilidad.

Podemos vivir esta vida con un presupuesto ajustado por la reaparición del ocio no consumidor e inmaterial, el descenso de algunos precios (ropa, tecnología y billetes de avión) y, especialmente, porque las más grandes inversiones que tradicionalmente hacían las familias jóvenes -comprar una casa y/o un coche- han desaparecido de la ecuación. La situación de relativa inseguridad financiera nos impide realizar esas grandes inversiones, pero a la vez nos permite tener unas opciones sin precedentes.

La mayoría de los factores que gobiernan nuestros objetivos y aspiraciones giran entorno a la disponibilidad y percepción de espacios de participación más allá del marco tradicional de la implicación político-institucional, incluyendo aspectos sociales y económicos.

Llamaré participación cívica a la que se ve alentada por la disponibilidad de lugares, tanto simbólicos como físicos, dónde las personas pueden relacionarse. Es más, significa sacar un provecho activo de esas conexiones para hacer y crear colectivamente. Ese tipo de espacios relacionales estimulan el intercambio de conocimiento e ideas que desencadenan procesos de transformación. De alguna manera, se parecen a lo que el sociólogo urbano Ray Oldenburg denominó 'third place (tercer lugar)': espacios neutrales no especializados, más allá del hogar o la oficina, que sirven de igualadores entre los antecedentes e intereses de las personas que allí se encuentran. Por ejemplo la oficina de correos del barrio, las calles concurridas, las terrazas de los bares, o cualquier otro lugar donde los ciudadanos se encuentran de forma relajada. Allí, la conversación es una de las actividades centrales y el ambiente es festivo; son lugares fácilmente accesibles; y acogen a un número de asiduos que se convierten en un elemento más del lugar dándole carácter. Como epicentros de una generación altamente móvil que alterna el auto-empleo con los trabajos por proyecto, esos espacios sirven de intersecciones donde ocurre el networking vital a caballo entre el ocio y la profesión. La participación cívica está intrínsecamente ligada a la creatividad ya que significa repensar, transformar y usar espacios vacíos y obsoletos (desde antiguas oficinas a parkings sin uso) o mejorar los espacios públicos tradicionales con nuevos usos y actividades.

Para los jóvenes ciudadanos usar la ciudad es, hoy más que nunca, el arma más potente de participación pública. Nuestra generación quiere empezar nuevos negocios, cursar postgrados, desarrollar ideas o encontrar trabajo. Al mismo tiempo, las mejoras urbanas no deben suponer solamente facilitar encuentros sino trabajar también en la localización física de los proyectos, estudios y oficinas. Un espacio comercial asequible y el patrimonio industrial vacío (de Berlín a Belgrado) dará lugar a participación económica cuando sea transformado y usado por nuevas actividades económicas.

La participación económica (emprendimiento activo en sectores de alguna manera relacionados con el territorio) también puede ser promovida con las regulaciones apropiadas -por ejemplo facilitando trámites- o realizando inversiones públicas en sectores de mercado con retornos locales (muchas veces sectores con alta participación de los jóvenes), desde la cultura a la tecnología. La participación económica ayuda a crear ciudades vibrantes con negocios arraigados en la comunidad local.

Los factores descritos están estrechamente entrelazados con la movilidad urbana, el mercado inmobiliario, y el clima local. Un buen transporte público y una buena infraestructura ciclista son esenciales para una generación que ya no compra coches. Un mercado de alquiler asequible afecta positivamente a las decisiones de localización. Finalmente un buen clima como el nuestro facilita el uso del espacio público y afecta a la calidad de vida.

Generalmente, una ciudad atractiva para los jóvenes adultos del presente es una ciudad que permite que las cosas pasen: ello requiere un espacio asequible y accesible donde encontrarse, vivir, hacer negocios y divertirse.

*Este artículo es una adaptación del original publicado en inglés en Bettery Magazine. Bettery Magazine

Escuchamos de forma repetitiva que la generación presente de jóvenes adultos europeos será la primera generación que viva, de media, peor que sus padres. Esta afirmación puede ser cierta en términos puramente financieros, pero si nos fijamos en los patrones de consumo o en la riqueza de los intangibles que disfrutan, la afirmación se desvanece.

Los llamados millenials (que han vivido en perenne crisis económica desde la adolescencia) somos también la primera generación que aspira a alcanzar un buen nivel de vida con ingresos medios o incluso bajos. Nuestra forma de vida se caracteriza por el consumo de bienes culturales y tecnológicos, vivir en el extranjero un tiempo -los beneficios del programa Erasmus han sido inmensos, fortaleciendo la maltrecha integración europea- y la riqueza de una vida personal y profesional diversa y multicultural; un estilo de vida construido sobre tres pilares: movilidad, experiencias y flexibilidad.